Nadando entre medusas

Las estrellas no brillan en el infierno

Cuando siendo joven, mi amigo empezó a trabajar en el mundo del porno, siempre decía que había sido por casualidad. Hoy, treinta y cinco años después, le añade un matiz: “Además de por casualidad, entré en ese mundo por ignorancia, pues si hubiese sabido lo que me esperaba, no me habría metido jamás”.

Fue en los primeros años 90, cuando su familia abrió un modesto videoclub. Eso le permitió relacionarse, poco a poco, con la industria del cine X. Gracias a ello, un día le dieron unos pases profesionales para asistir al Festival Internacional de Cine Erótico de Barcelona. En este evento, además de conocer a los gerentes de las distribuidoras, pudo conocer a los profesionales del género. Y gracias a su atractivo físico y su simpatía, un día le invitaron a asistir a un rodaje. Pero nada resultó como esperaba: ni los actores se divertían, ni las actrices se deleitaban... Además, ni un solo gesto se dejaba a la improvisación. Cualquier práctica está previamente pactada y legalmente firmada. Y todas tienen un precio estipulado. Por eso, nadie se sale del guión. Todo es frío, todo está calculado y todos están deseando que el actor masculino esté “a la altura”, pues de él depende que la escena se acabe cuanto antes, que es lo que todo el equipo está deseando. No hay atracción física, ni alegría y mucho menos morbo. El único momento de goce es cuando el director grita “Corten”. Y al igual que en cualquier otra película, el equipo de producción está vigilando atentamente para que ningún suceso inesperado pueda encarecer el presupuesto. 

Por eso, siendo consumidor de este tipo de género, aquel día mi amigo se sintió decepcionado. Pero como ese año el Festival volvió a ser un éxito de público, consiguió que le invitaran a una de las fiestas privadas que se celebraron la noche de clausura. Allí, me cuenta, pudo conocer a algunas de las estrellas más famosas del momento: Rocco Siffredi, Nina Hartley, Ron Jeremy...  Pero el hecho de no hablar inglés, aquella noche le cerró muchas puertas. Sin embargo, en ese tipo de ambientes, hay un idioma que casi todos conocen: el de la cocaína. Es un idioma que abre las puertas de par en par. Por eso, en la siguiente fiesta, el tiempo duró más de lo previsto. El suficiente como para que volviera a casa con un contrato bajo el brazo. “Tú tienes cualidades para triunfar en este mundo”, le aseguró una directora de fotografía. Y al mes siguiente, comenzó a trabajar. Era poco: unas treinta mil pesetas por día de trabajo. Pero enseguida le explicaron que esta es, quizá, la única profesión donde los hombres cobran menos que las mujeres, en algunos casos hasta la mitad. Pero era dinero fácil. Y lo más importante: le permitía conocer a ese tipo de gente con la que no sueles toparte a las doce del mediodía en la cola del autobús. Gente cada vez más rica, más glamurosa, más desinhibida y en busca de emociones muy, muy fuertes. Lo suficiente como para que le iniciaran en el consumo de un tipo de drogas de las que no había oído hablar jamás. Esas hierbas como la efedrina, la harmala o la yohimbina, que sirven para disparar los efectos de otras drogas, y cuya combinación está destinada a llevar la actividad sexual hasta el paroxismo. El problema es que este tipo de drogas, aunque sean naturales, no sólo duplican la potencia o el deseo: también multiplican los riesgos de padecer un infarto fulminante. O también un ataque de pánico lo suficientemente devastador como para que te veas entrando en una sala de urgencias "espatarrado en una silla de ruedas, como si te acabaran de fusilar". Y él las consumía habitualmente. Fueron unos años tan locos, que llegó un momento en que ya no podía decir cuándo se estaba divirtiendo o cuándo estaba trabajando. Ya no sabía si se drogaba para poder trabajar, si trabajaba para poder drogarse, o si intentaba divertirse cada noche para poder olvidar ambas cosas. 

Por eso un día, con el fin de descansar, aceptó la oferta de un conocido diseñador para viajar en su yate de lujo durante un mes, con quince personas más, todas debidamente seleccionadas. Pero, en este caso, fue peor el remedio que la enfermedad. Porque después de hacer un recorrido por las islas griegas, al llegar al puerto de Croacia les estaba esperando la policía. Y de nada sirvió que la poca droga que les quedaba, la tiraran por la borda. Les estaban esperando por otra razón: la supuesta presencia de menores en el barco. Todos fueron detenidos, y hasta que se comprobó que en la travesía que acababan de realizar, esta vez no había ningún menor, no les dejaron regresar a España. 

Pero cuando él volvió, no sabía que le esperaban dos sorpresas. La primera, nada más llegar, que su padre había fallecido de un derrame cerebral cuando le dijeron que en el videoclub tenía una película donde su hijo había participado. La segunda la recibió al cabo de tres semanas, cuando después de hacerse unos análisis, le confirmaron que era seropositivo. Su sueño de rodar un día en Los Ángeles, se esfumó de golpe. Aquí acabó su carrera como actor. Y lo peor de todo: a partir de ahora, las drogas ya no las iba a tomar por gusto: las iba a tomar por obligación. La cocaína, el éxtasis y los ácidos iban a ser sustituidos por medicamentos como el Abacavir, el Nelfinavir, la  Delevirdina..., un cóctel de antirretrovirales que ya debería tomar el resto de su vida.

Y hoy, pasados más de treinta años, le pregunto cómo le hablaría de la pornografía y de las drogas a un hijo adolescente. "Respecto a la primera -me confiesa- le diría que la pornografía que va a encontrar hoy en Internet, en vez de ayudarle a conocerse a sí mismo, le va a ayudar a descubrir lo peor del ser humano. Por eso yo cerraría la mayoría de páginas web. Sus contenidos son tan degradantes para los adultos en general, y los jóvenes en particular, que en vez de enseñarle lo que una persona puede hacer con su cuerpo, le van a enseñar lo que un mal uso del cuerpo puede acabar haciendo con una persona. Este tipo de páginas se han especializado tanto en la corrupción sexual, que en vez de estimular todo tipo de fantasías, justifican todo tipo de perversiones. Desde las más exóticas hasta las más violentas, pasando por las más vejatorias. Son el sitio ideal para que todos los depravados de este mundo, en vez de sentirse menos solos, se sientan más legitimados. Son el sitio ideal para comprobar que si la imaginación no tiene límites, menos aún tiene la maldad. Es el concepto de paraíso terrenal que sólo tienen los más degenerados".

“¿Y respecto a las drogas, qué le dirías a ese hijo?”. “De forma resumida, le diría que al cielo no se puede subir con pastillas. Pues la velocidad con la que subes al principio, es la misma con la que rebotas luego en el infierno. Y lo peor del infierno no es que tenga fuego. Lo peor es que no tiene suelo. Por eso puedes estar cayendo indefinidamente, si no te retiras a tiempo".

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