La mirada del centinela

Regeneración, derechos y libertades

Ya está, el parto, luego de una breve gestación, nos trae la buena nueva: ha sido niño y progresista, justo lo que esperábamos los ciudadanos en la sala de espera de la nación. Pedro Sánchez, tras cinco días de chantaje emocional, ha manoseado su margarita sin hojas y ha salido a la palestra para anunciar que continúa al frente de su régimen totalitario mal encubierto, continúa como líder del sanchismo. 

Qué ilusión nos ha hecho; sobre todo, a los hooligans de su partido, el socialista, convertido en una secta ciega que sigue la directriz de su “puto amo” hasta la náusea. La masa enardecida, unos cuantos de esos sectarios sin otra cosa mejor que hacer, le han impulsado a tomar la decisión que ya tenía tomada. Bien claro tiene su propósito, se mofa de la democracia acuartelándose en la Moncloa durante cinco días (tres le parecían pocos, el nuevo mesías necesita cinco). Se mofa, insisto, de la democracia y los demócratas con su grotesco espectáculo y, cuando abandona su pataleta infantil, nos dice que seguirá con más fuerza, con el objetivo de regenerar la democracia y consolidar derechos y libertades, ¿se puede ser más cínico? 

Pónganse a temblar cuando dice que va a regenerar la democracia. La naturaleza de su mente manipuladora no hace otra cosa que preservar su fetiche, la idolatría que le es tan necesaria. Regenerar, en el universo sanchista, significa coartar esos derechos y libertades; significa constreñir a jueces y periodistas; significa que, quien no le rinda pleitesía, será objeto de una persecución gubernamental sin precedentes. Con su tono melifluo, su rostro compungido, su traje y su corbata, el lobo que habita la Moncloa nos enseña el colmillo. Nos advierte, sigo aquí, y sigo para consolidar mi sistema de vasallaje. 

Somos el hazmerreír de Europa, ha conseguido que la prensa europea nos mire con estupor, se ha convertido en una chirigota, una broma política que solo las urnas de la democracia permiten. Y, agraviado en su honor de páter comunista que recibe las críticas de sus feligreses, dice que va a acabar con el fango, qué cuajo tiene el gachó. 

En sus poco más de ocho minutos de comparecencia, Sánchez concluye que su decisión no es un punto y seguido, sino un punto y aparte. En su cabeza de preboste al mando de la progresía, no existe el punto final. Desde luego, está cada día más acorralado. Los fanáticos que salieron a las calles con paños calientes no representan el sentir de la mayoría social. El bochorno de ver a ministros de un país occidental haciendo el ridículo en alabanza de su jefe no es baladí. Retrata a quienes nos gobiernan, nos da en pensar qué lejos queda la nobleza moral de los aristoi de la Antigua Grecia, qué suerte de podredumbre ética adorna a todos los miembros del gobierno sanchista, qué fatal carambola dispone un tablero con tantos peones a las órdenes de un rey felón. 

La regeneración que pide Sánchez solo se consigue de una manera: con su salida del Gobierno de España. Pero ese hito todavía no está escrito en la historia. De momento, toca aguantar las bravuconadas del sátrapa monclovita, que, como un león herido, resulta un animal muy peligroso. Permanezcan en sus butacas, el circo sanchista no desfallece. Pedro se queda, España comienza a marcharse.