ORBAYADA

Locura de amor

Sería impertinente por mi parte no entrar en el debate nacional que se ha abierto en España, ¿puede un presidente dimitir por amor? Sí, no digan nada, no hay más que leer la carta que el nuestro ha enviado a la ciudadanía para entender que son las palabras de un hombre enamorado. No sonrían. Más de media docena de veces la nombra como a la heroína de una novela de amor acechada y humillada sin motivo. Y, en eso, lo que es yo, ni quito ni pongo rey; ya lo hará esa justicia en la que, menos mal, su marido cree. Lo cierto es que la cita en más ocasiones que a los dragones que vitupera de la derecha y la ultraderecha que según él, atentan contra el honor y la virtud de su damisela en peligro. Créanme. Las he contado, y el amor triunfa sobre la perversión de los que quieren explicaciones y se han olvidado de aquello que pronunció el ministro de Gracia y justicia el 22 de septiembre de 1832 “manos blancas no ofenden”. Vale, no viene al caso; como tampoco lo hace el desafío que en forma de reflexión nos lanza un presidente que anuncia que está deshojando la margarita: ¿lo dejo o no lo dejo? ¿España o su amada? Cinco días se toma nuestro héroe para decidir si corre tras ella con la espada de neón o la sigue defendiendo desde los muros de la Moncloa. Mientras tanto, sus acólitos lo proclaman hasta el punto que solo les falta traerse a la orquesta de Kim Jong-un, para corear la canción del Friendly Father.

Urbi et orbi ha declarado su amor. Ella calla. Los periódicos de todo el mundo, hasta del país más recóndito, dan la noticia estupefactos. Solo los ingleses hacen mutis por el foro no vaya a ser que les pregunten a ellos. Al fin y al cabo, tienen reales precedentes. Los españoles estamos boquiabiertos, justo cuando hacíamos cuentas para saber si nos podíamos ir de puente y pedíamos permiso al jefe para faltar el viernes, va y no cae este bombazo. No ganamos para disgustos. ¿No lo podía dejar para después de las fiestas? Parece que no. El lunes ha convocado a toda la prensa para decirnos si quiere seguir con el alto honor de ser nuestro presidente. Me recuerda a la táctica de Apple cuando va a sacar un nuevo modelo de teléfono móvil. Lo anuncian con tiempo. Quiere colas en las tiendas.

En todo caso, convendrán conmigo que a la carta le falta glamour. Compárenla con algunas de los mensajes que Winston Churchill escribía a Clementine: En tu carta, me decías cuánto había enriquecido tu vida. No sabes cuánto placer me produjeron tus palabras, porque siempre me he sentido abrumadoramente en deuda contigo, si es que hay cuentas en el amor. Y sí. Ya les digo yo que sí, que en el amor hay tantas cuentas como cuentos. Por eso, si me apuran la epístola a la ciudadanía de nuestro presidente tiene mucho más que ver con las que Jean Paul Sartre escribía a Simone de Beauvoir: Intenta entenderme: te quiero mientras presto atención a las cosas que pasan. Qué pena, ya puestos al romanticismo podría haberse declarado con Gustavo Adolfo Bécquer "El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada". Claro, que tendría que ser en privado. Lo sé, lo sé; no tienen que decírmelo, respiro por la herida. Es envidia. Nadie me va a proclamar un amor con tanto eco. Pero si quieren que sea sincera, lo prefiero. 

Lo bueno de todo esto es que el presidente ha roto dos récords y nadie se ha dado cuenta. Es el primer hombre, que conozco, que se apresta a romper el famoso techo de cristal por amor a su mujer. Ese que continuamente rompemos las mujeres trabajadoras si queremos alcanzar responsabilidades importantes. Ya era hora. Es verdad que nosotras lo hacemos más discretas, pero, en fin, qué se le va a hacer. Lo bonito es el ejemplo.  Lo segundo, y más admirable, es que en tiempos de Twitter ha puesto de moda el estilo epistolar. Y le felicito por ello. Eso sí, creo que debería ser algo más lírico. Quizá deba tomar nota de algunos libros del género epistolar que han dejado huella en la literatura. Para entrar en el estilo, le aconsejo leer 84, Charing Cross Road, donde una escritora desconocida se cartea con una librería o Dónde el corazón te lleve de Susanna Tamaro, para después continuar con la Correspondencia que mantuvo Gustave Flaubert con la escritora George Sand o las Cartas a Milena de Kafka. 

Si me permiten, termino con una de ellas. Y ¿qué hará usted ahora? Es probable que sea una insignificancia si se la atiende un poco. Y todo el que (lo) quiera comprenderá que necesita un poco de atención

 

Maribel Barreiro es jurista y escritora
Autora del libro de relatos 
De príncipes azules y otros cuentos

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