Al grano

Hartazgo ciudadano

Si se repasa nuestra historia reciente, se puede comprobar que el español no es, precisamente, un pueblo que sienta admiración por sus representantes políticos, al menos, en estos momentos. En los años de la transición, que yo tuve oportunidad de vivir muy de cerca, gracias al ejercicio de mi profesión periodística, los españoles tuvimos la enorme fortuna de contar con unos políticos que supieron estar a la altura del importante empeño común que entonces se planteaba, y que era, nada más y nada menos, que la compleja travesía desde un régimen autoritario, con muchos años de vigencia, a un nuevo sistema de libertades, en ese momento, con más incertidumbres que certezas.

Y en el éxito de esa empresa colectiva, hay que reconocer que  fueron determinantes unos políticos que desde muy distintos y, a veces, distantes planteamientos ideológicos supieron entender, en primer lugar, la importancia del objetivo que se pretendía y, en segundo término, hacer todos los esfuerzos necesarios de diálogo, encuentro y entendimiento para posibilitar ese objetivo, finalmente materializado en la redacción y posterior aprobación de un texto constitucional que, por primera vez en nuestra historia, lo era de todos los españoles.

Se suele decir que todas las comparaciones son odiosas, y a lo mejor es cierto. Pero uno que, como digo, fue testigo directo de aquellos años ilusionantes de la transición no puede evitar traer a la memoria la notable categoría política, moral e intelectual de aquellos responsables públicos, que en nada -o muy poco- se parecen a muchos de los que ahora ocupan las poltronas del Gobierno y los escaños del Congreso de los Diputados y del Senado, lo que no deja de ser una constatación inquietante para los ciudadanos que no entienden el lamentable espectáculo  en que se ha convertido la política española, además con evidentes señales de agravamiento.

Por ello, cada vez son más los ciudadanos que rechazan esa política del insulto y de tú más, que ahora monopoliza las sesiones de las dos Cámaras, y se preguntan quien dedica alguna hora de su vida a resolver los problemas que verdaderamente les preocupan y que no tienen que ver ni con las cuitas  judiciales de la penúltima tanda de corruptos, ni con los pecados fiscales de la pareja de una popular presidenta, ni con las eficientes prácticas epistolares de cierta esposa de relumbrón `monclovita´, ni con las largas listas de comparecientes en las comisiones de investigación, creadas por los dos partidos mayoritarios, con más propósitos de desgate político del contrario que de aclaración de conductas inadecuadas.

A los ciudadanos lo que les preocupa, de verdad, son los problemas del campo, que siguen esperando soluciones; también les preocupa el paro juvenil, que se mantiene muy por encima de el de los demás países europeos, les preocupa la incesante subida de los precios y el descontrol de la inflación; les preocupa igualmente que pese a los muchos años transcurridos no se haya llegado a la firma de un gran pacto del agua por culpa de los perjuicios ideológicos y territoriales de los que se han sentado en la mesa de negociación; les preocupa  que se haya aplazado la aprobación de los presupuestos generales del Estado, incumpliendo el mandato constitucional,  por razones -y estrategias del Gobierno- de muy difícil justificación; les preocupa que sean unas minorías independentistas las que decidan los asuntos que afectan a la mayoría de los españoles; les preocupa la despoblación y atraso y muchos territorios…

En fin, podría alargar mucho más la relación de temas y problemas que preocupan a los españoles, pero creo que para muestra valen los botones señalados anteriormente. En este contexto, es normal y perfectamente explicable el hartazgo de los españoles y su generalizada desafección hacia los lideres políticos, no solo por sus comportamientos impresentables de ahora, sino también por su previsible incapacidad para afrontar los importantes desafíos que nos planteará el más inmediato futuro. 

Y es que, por muchas dosis de optimismo que se quiera aplicar a la hora de pronosticar nuestro más inmediato horizonte, ahora mismo no se atisba ninguna señal de cambio en las actitudes y comportamientos de los líderes políticos. Tras el paréntesis aguado y penitencial de la Semana Santa los unos y los otros, los tirios y los troyanos, los capuletos y los montescos, los rojos y los azules han vuelto a sus enfrentamientos y a sus estrategias de desgaste del contrario a la espera de las elecciones vascas y europeas, y del advenimiento del profeta laico Puigdemont que, procedente de Waterloo, vía primera, andén segundo, pisará orgulloso el territorio patrio para liberar al pueblo catalán de la esclavitud de España y a Pedro Sánchez del miedo a perder el poder.