Tinta en la torre

El grito silencioso de Gloria

Nunca ha dejado de parecerme paradójico que una región exultante de talento, inteligencia y creatividad, padezca del estigma de la viveza y la avidez por el lucro. Los pretendidos atributos de la búsqueda desaforada de riqueza fueron convertidos en estandartes que desdicen y ocultan una rica tradición humanística. Antioquia, región de Colombia a la que encuentro siempre renovada por encima de sus anomalías sociales, es más que pillaje, cantinas, agiotismo e insaciabilidad por el dinero. Acostumbrados a descuajar montañas, los paisas – pintoresco gentilicio caricaturizado por su habla en muchas latitudes del mundo – también han labrado sensibilidades en medio de su industrioso afán por capitalizar. 

Mi librero de cabecera y leal amigo en Medellín, Gustavo Zuluaga, El Hamaquero, me obsequió en una de mis esporádicas visitas a su librería en el pasaje La Bastilla, un poemario que devoré en un vuelo de regreso a Bogotá. Aunque de la autora tenía referencias tangenciales, y el conocimiento de su obra no iba más allá de la lectura de algunos poemas en revistas universitarias, la posibilidad de acceder a un volumen de concepción compacta y orgánica, me permitió conocer una de las grandes voces de la poesía femenina en habla hispana. Gloria Posada, a juzgar por los datos de la cubierta del libro, ha escrito con discreción.  Esa distancia de los alardes de quienes asumen la literatura como un raudo camino para el posicionamiento social y la ostentación de laureles, la ha convertido en una presencia un tanto espectral en la poesía. 

Desde su título, La cicatriz del nacimiento - un poemario de proverbial ascetismo gráfico en su edición- confronta al lector y lo aboca a los cuestionamientos esenciales que la poesía en ocasiones abandona por la seducción de las formas y el artificio de los juegos verbales. Los poemas que integran este sabio volumen merecedor de mayor difusión, poseen un tono reflexivo que se condensa en la exactitud de unas revelaciones lingüísticas lúcidas y de desconcertante palpitación existencial. Aunque intimista, la voz de la poeta no es lacrimosa y menos agónica. No se sirve de la poesía para exculpar algún descreimiento en la vida. En versos sutiles y alados, el libro nos orienta a una instancia en la que las palabras renuevan su significado y sirven para subir una escalera que es el umbral del paraíso. La palabra amor/ Tantas veces dicha/ Tantas veces profanada/ Escrita/ Rota en el papel/ Pronunciada/ Regresa del aire/ a la tierra/ que la recibe/ otorgando su perdón

Las consabidas semánticas se desdoblan, las resonancias de un sistema racional se desdibujan. Como si el cosmos se permitiera un intervalo para un reajuste natural, los seres imaginados por la poeta son arrastrados por un viento proteico. Los pájaros/ que por error/ entran en mi habitación/ creen que a través del espejo/ se puede volar/ Cuando caen/ sufro/ Yo también/ me había equivocado. Porque es necesario dialogar con el tiempo, no para señalar el poder ominoso de su singladura. Las antípodas, en su tersa admonición poética, también deberán desvanecerse para decodificar los caprichos de la razón. Creen que aquella pena/ o aquél mínimo dolor/ logró su cura/ su cicatriz de olvido/ No ven/ en su reflejo/ cuando examinan su sonrisa/ que imperceptible/ la vida nos cincela/ un rostro. 

He sabido que Gloria Posada ahora dedica horas e ingenio a ejecutar piezas plásticas conceptuales que desatan en el espectador cimbronazos cognitivos y sensoriales de prolongada duración. Su dedicación a esta vertiente artística no sorprende. En su poesía es perceptible un deseo por interrogar y no complacer. Cual sacerdotisa antigua que acude a la letanía para restañar un remoto dolor, la lectura de La Cicatriz del nacimiento concede un bálsamo cifrado en las palabras más sencillas que un hablante puede escoger. 

Como si tratara de un idioma en su primera versión, este libro alfabetiza con vocablos recién hechos y apenas aprendidos. Al tercer día/ no resucitó/ las flores de su tumba/ como sus carnes/ se marchitaron/ Al ter día/ supimos/ que fue mortal/ que nunca aprendió del todo/ a vivir y a amar/ que despertar cada día/ hasta el último del profundo sueño/ fue el único milagro/ Su figura/ se hunde en la memoria/ como las gotas de la lluvia en el agua. No creo que Gloria Posada aspire a que su oficio de escritura sirva de prédica o requisitoria. En su ingrávido escepticismo, este libro nos recuerda que nacemos heridos no por los pecados edénicos inculpados por un dios opresor. Ese vacío heredado nos reafirma en la vida por el reconocimiento de un malestar genealógico que encarna las contradicciones y el enigma de la condición humana. 
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