Diario de a bordo

El temible burlón

No se habla de otra cosa en los cenáculos patrios. En los últimos días la crónica política se ha centrado en el llamado ‘caso Koldo’, que parece ser asimismo el ‘caso Ábalos’, el ‘caso Cerdán’, el ‘caso Illa’, el ‘caso Marlaska’, el ‘caso Armengol’, el caso… De continuar así acabaría el artículo sin lograr concluirlo en una gloriosa antítesis. Gran parte de los que nos gobiernan parecen estar contaminados justamente por un asunto centrado en algo creado para no contaminar: las mascarillas. Menudo negocio. Dejando de lado acusaciones y rebeldías personales, traiciones partidistas, deserciones parlamentarias y otras menudencias; aparcando por un momento el atroz y deplorable proceder de los supuestamente implicados traficando con productos indispensables durante la terrible pandemia que nos asoló, a costa de la imperante necesidad de los mismos con el único fin de lucrarse, y viendo el deplorable espectáculo dado por muy conspicuos integrantes del equipo gubernamental procurando alejarse lo más posible de este escándalo y de sus protagonistas, mi conclusión, sin duda nada original, es que estamos mal dirigidos, gobernados, administrados; que la corrupción lleva tiempo instalada en los meandros del alma ‘sanchista’; que la falacia se ha convertido en información y norte del gobierno; que el desatino, la insensatez y el absurdo han tomado carta de naturaleza; que nos toman por imbéciles.

Deduzco de todo lo anteriormente expuesto que nuestro ‘líder supremo’ no está haciendo las cosas bien, algo que ya barruntaba; que el ‘Koldogate’ ha sido la guinda de un pastel que se ha ido condimentando durante años por muy notables reposteros y que se le ha atragantado; que al margen de esta odiosa peripecia el señor Sánchez, puede acabar incorporándose al grupo inicial como el ‘caso Sánchez’; que nos miente, nos traiciona, pacta, negocia y se alía con separatistas que quieren acabar con la unidad de España y su realidad histórica, con miembros de bandas terroristas, con prófugos, rebeldes, encausados por la Justicia y en un claro ejercicio de abyección moral, con cualquiera que le asegure la posibilidad de continuar ostentando un poder logrado, cuando menos irregularmente, apropiándose de una considerable parte de la judicatura y otros poderes del Estado en un claro ejemplo de favorecedor amiguismo. 

La cuestión ‘Koldolari’ le escuece, preocupa, irrita, y el hecho de haber pactado el envío al Grupo Mixto del rebelde para así continuar aforado e inicialmente alejado de cualquier  requerimiento judicial, no merma la grave alergia de ‘abalosis’ que empieza a colonizar tanto a él como a su tribu. En resumidas cuentas, no podemos, ni debemos, ni queremos tener un director de la empresa España que no cumple con las funciones por y para  las que fue elegido al frente de la misma, haciendo justo lo contrario de lo que prometió al tomar posesión. Nos corresponde tomar la iniciativa y hacer todo lo posible para que, por el bien de aquella, abandone el cargo cuanto antes. 

Desde luego no digo, Dios me libre, que dicha iniciativa vaya en el sentido propugnado por el padre Mariana (1536-1623), quien escribió en su libro De Rege et Regis Institutione (1599): “Si el rey atropella la república, entrega al robo las fortunas públicas y las privadas, y vulnera y desprecia las leyes públicas y la sacrosanta religión; si su soberbia, su arrogancia y su impiedad llegasen a insultar a la divinidad misma, entonces no se debe disimular de ningún modo”. El jesuita recordaba así a Felipe III (gobernante), el necesario y existente acuerdo entre el monarca y su reino, que otorgaba a los súbditos el derecho a derrocar e incluso asesinar al rey que se olvidase de ello  y utilizase el poder para mudarse en un tirano en beneficio propio y en el de sus familiares. Apoyaba el tiranicidio presentándolo como un claro y contundente ejemplo de justicia si el gobernante había dejado a un lado la honestidad. Antes de Mariana y desde la Escuela de Salamanca, nada menos, Francisco de Vitoria comentaba que el tiranicidio era un derecho que siempre lo pueden ejercer los súbditos en relación con un gobernante que se convierte en tirano. Se justificaba como una acción fundamentada en derecho para así separarla de la sedición o la rebelión; no sólo era lícita esa muerte, sino higiénica para persistir en el buen gobierno.

Eran otros tiempos claro y como antes expuse no apoyo esos criminales derroteros. Soy más proclive a seguir las enseñanzas sobre el buen gobierno que mucho tiempo atrás defendía Isidoro de Sevilla (556-636) en su grandiosa Etimologías, pudiendo leer en el capítulo III del libro IX: Los reyes conservan su nombre obrando rectamente(…) de aquí aquél proverbio entre los antiguos: Rex eris si recte facias; si non facias, non eris (Serás rey si recto actúas; si así no actúas, no serás). Si no cumples con lo jurado, a la calle. Evidentemente y en nuestro caso particular sobran los argumentos para ejercer nuestro derecho a esa expulsión ‘ipso facto’, otra cosa es que podamos conseguirlo, aunque como los acontecimientos se sigan produciendo en la misma línea a los de los últimos días, tal vez no sea necesaria nuestra colaboración para acto tan necesario. Desde luego si la única estrategia defensiva del ‘sanchismo’ -el PSOE ha muerto- es atacar al PP y a la presidenta de la Comunidad de Madrid personal y familiarmente, no les arriendo la ganancia. Tanto el uno como la otra están limpios de polvo y paja.

En la época de las Guerras Púnicas Catón el Viejo concluía todos sus discursos en el Senado con una sonora frase que se ha hecho célebre y que entregó al sr. Núñez Feijóo para su empleo en la Cámara Baja si así lo cree procedente, sugiriéndole que sustituya el topónimo inicial por un patronímico. La frase de Catón era: Carthago delenda est (Hay que destruir a Cartago). La del líder de la oposición debería ser, parafraseando al famoso y predecible ‘Váyase, sr. González’ de José Mª Aznar, Sánchez, delenda est.

Y la de todo español bien nacido.