A Volapié

La decadencia de España (parte II)

En esta segunda entrega voy a comentar las otras dos causas principales que podrían explicar la decadencia de España.

Alfonso de Valdivia
photo_camera Alfonso de Valdivia

El pueblo

Me parece cierto, que a falta de una élite meritocrática, los éxitos pretéritos de la nación española se han conseguido gracias al pueblo llano y a unos pocos capitanes de éxito, unos de casta popular, y otros salidos de la baja nobleza. 

Sin embargo, hemos sido, y somos, poco disciplinados, anárquicos e incapaces de seguir y admirar a aquellos que nos pueden liderar por sus cualidades y méritos. ¿Cuánta gente tiene mala opinión de Amancio Ortega?. Este hombre es un prodigio, puro genio y puro pueblo, un creador de empleo y riqueza, un forjador de la marca España y un gran benefactor. 

Tenemos como pueblo la tendencia de no seguir al que vale y tiene un proyecto nacional vertebrador y potenciador, que forzosamente habrá de ser costoso en esfuerzos y sacrificios a corto plazo. Solemos preferir al demagogo o al populista que nos seduce con cantos de sirena. Cuando esto ocurre nos dice Ortega, “la nación se deshace, la sociedad se desmiembra, sobreviene el caos social y la invertebración histórica”. 

Desde finales del siglo XIX surge lo que Ortega llamó el hombre masa, en contraposición al hombre superior. Este último es la persona que se exige mucho a sí mismo, la que pretende superarse para realizar un proyecto de sentido vital. 

El hombre masa es aquel que no se exige nada, que está inerte, contento con tener para vivir correctamente, sin apenas obligaciones ni responsabilidades. Por desgracia estos abundan en demasía, tanto hoy como hace un siglo. La psicología de este tipo de ciudadano tan común es la del niño mimado. Le preocupa su bienestar, pero es insolidario de las causas de ese bienestar. Cree que las ventajas de la democracia liberal son gratis, que no hay que trabajarlas. 

Esto era cierto en 1925 y lo es hoy en 2024. Creemos que merecemos todo sin esfuerzo alguno por nuestra parte, solo nos dejamos gobernar si nos dan lo que pedimos, es decir, crecientes derechos sin coste y menguadas obligaciones. Cuando impera este tipo de hombre, la democracia se agosta siempre.

Es el caso de las pensiones. El sistema actual de reparto es inviable y son necesarias reformas dolorosas. Pero cuando nos dicen que hay que jubilarse dos años más tarde, entonces nos llevamos las manos a la cabeza. Lo mismo sucederá cuando nos digan que todas las pensiones de más de 1.750 euros deberán ser recortadas. O cuando nos digan que hay que reducir el paro a la mitad para poder pagarlas, y que para eso hay que flexibilizar el mercado de trabajo, liberalizar y desregular la economía y reducir el peso del sector público (la grasa, no el músculo). Entonces, de nuevo, nos pondremos furiosos mientras los sindicatos, reaccionarios y trasnochados, toman las calles con violencia. 

Queremos el derecho pero no la obligación, el derecho sin el sacrificio ni el esfuerzo necesario. Los sindicatos y los partidos de izquierda no están dispuestos a hablar, solo hablar, del tan necesario sistema de capitalización. Hasta ese punto de necedad, obcecación y radicalismo llegan. Esto es inmadurez e infantilismo, así somos y así contribuimos a la decadencia del país. 

El estatismo extremo que padecemos no favorece el que el pueblo dé lo mejor de sí mismo. La burocratización excesiva imposibilita la creatividad, la toma de riesgos y la creación de riqueza, empobrece inexorablemente a la nación, y debilita al pueblo.

El estado moral y vital en el que se halla el pueblo español, tanto hoy cómo en época de Ortega y Gasset, es un factor de decadencia. 

La falta de proyecto común

La falta de proyecto nacional es otro de los vectores de decadencia. Para perdurar es necesario vivir y trabajar con ilusión en favor de una empresa común. La civilización es voluntad de convivencia dice Ortega. 

Tuvimos, quizá, esa voluntad en el siglo de oro, y luego con la llegada de la democracia. Incorporarnos a Europa, y al mundo libre, con todo lo que eso significaba era ilusionante y un vector de crecimiento, desarrollo, prosperidad, libertad y orgullo. Sin embargo nuestro proyecto se ha diluido a lo largo de lo que llevamos de siglo XXI. 

Desde el 2010 nos hemos relajado como si todo el trabajo estuviera hecho. Las políticas han virado hacia el super-estatismo, no hay ya visión de estado, se han borrado del mapa los valores clásicos del mérito, esfuerzo y responsabilidad. Ha desaparecido el proyecto España, o está menguadísimo. Tanto es así que, hasta la constitución, el castellano, la historia en la escuela, y la bandera, son denostados, se ven como un mal por muchos, incluso por aquellos que dirigen las instituciones.

Se nos ha olvidado que hay que crear riqueza y solo pensamos en repartir una tarta menguante. El joven anglosajón (o chino o indio) quiere ser empresario, el joven español desea ser funcionario y que el estado le garantice todo. Se desprecia el riesgo y el sacrificio que da frutos en el mañana, hoy todo es presentismo hedonista. 

El animal débil es depredado, y lo mismo sucede con las naciones. ¿Alguien se extraña del resurgimiento del separatismo? ¿Quién quiere quedarse en un barco que hace agua? Los demagogos separatistas se ven reforzados por la falta de fuerza centrípeta fruto de la ausencia de proyecto España. 

¿Y por qué se alían con ellos el PSOE y PODEMOS, partidos teóricamente nacionales? Obviamente por corrupción moral y ambición desmedida de poder, pero también porque no tienen un proyecto para nuestro país. Por eso estos partidos sacrificarán a España a los separatistas si les conviene. Fíjense en los secesionistas, ellos si hablan de proyecto de país. 

Según Ortega se es incivil y bárbaro en la medida que no se cuenta con los demás, cuando se trabaja por la disociación. Es el caso de nuestros queridos supremacistas separatistas, o del gobierno actual. El PP también es culpable pues es un partido que duda, semi esquizofrénico, que no sabe cuál es su sitio, y que no se atreve a gobernar con firmeza cuando tiene la ocasión, ni a dar la batalla cultural. 

Falta por lo tanto un proyecto nacional que, respetando las distintas sensibilidades y particularidades, proyecte al conjunto de los españoles a nuevas cotas de prosperidad, libertad, influencia y cultura en 2050. Estos proyectos de superación nacional son los que cohesionan y estructuran el cuerpo colectivo. 

Sin proyecto de país, viviendo el presente sin pensar en el futuro, surge la decadencia y la debilidad, y con ellas, aparece la dispersión. Cuando cesa el impulso hacia el más allá, la nación sucumbe. Como decía Kennedy, no deberíamos preguntarnos qué puede darnos la nación, sino que podemos darle nosotros a ella. 

Al igual que la democracia, la nación está siempre haciéndose y deshaciéndose, si nos relajamos podemos perder cualquiera de ellas, o ambas. El nacionalismo es algo caduco, decimonónico, pero cobra fuerza cuando deja de existir el proyecto en común que es España. 

En palabras de Ortega, “¿qué nos invita el poder público a hacer mañana en entusiasta colaboración?, desde hace mucho tiempo, siglos, pretende este poder que los españoles existamos no más que para que él se dé el gusto de existir.” Estas palabras, escritas hace un siglo, son de rabiosa actualidad, por desgracia.  

Volviendo a Kennedy, qué inteligente, acertado y bello fue el momento en el que dijo, “¡no vamos a la luna porque sea fácil, sino porque es difícil!”. En 2024 los Americanos, los Chinos, los Rusos, los Japoneses, ¡hasta los Indios! tratan de ir a la luna de nuevo, y si pueden irán a Marte, y más allá! Esto es caro, arriesgado, no pocos morirán, pero aún así se embarcan en una nueva epopeya que traerá conocimiento, descubrimientos, conquistas, avances, oportunidades, riquezas, empleo, prosperidad etc...

¿Y qué plan tiene España?, ¿qué proyecto o visión estimulante tienen nuestros políticos para el medio y largo plazo?, ninguno, ninguno del que se puedan enorgullecer. Si acaso tienen planes para menguar, para ser menos, para balcanizar y dividir. No sé a Vds, pero a mi, que amo a España, me entristece hondamente. 

España está aún a tiempo de rehacerse y proyectarse hacia un futuro de más prosperidad, libertad e influencia, pero al igual que en el amor, las ventanas de oportunidad que da la vida tienen fecha de caducidad.

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