A Volapié

La decadencia de España (parte I)

Hace tiempo que vengo meditando acerca de la decadencia de nuestro país. La situación actual no es favorable desde el punto de vista económico y social. Veintidós años después de haber entrado en el euro, a pesar del dinero recibido de Europa, tenemos un desempleo y una tasa de pobreza similares a las del año 2002. La renta per cápita, teniendo en cuenta la inflación acumulada desde ese año, solo ha crecido un 3%, la productividad está estancada. Por si fuera poco, el endeudamiento público ha pasado del 51% a más del 110% del PIB, y nos hemos alejado 10 puntos porcentuales de la media europea en materia de renta per cápita. No parece una buena “performance”. 

En el plano institucional y político no estamos mucho mejor. La independencia del poder judicial es dudosa, la corrupción de partidos y sindicatos es endémica, la incapacidad de la mayor parte de los gobernantes es notoria, el separatismo crece aupado por partidos que se suponen nacionales, el castellano ha sido erradicado de las escuelas y de la administración local en varias autonomías, crece la inseguridad jurídica, el despotismo de hacienda es preocupante, la política educativa es un fracaso, la política exterior es como poco inadecuada, se tergiversa la ley para liberar a rebeldes condenados y a terroristas etc...

Estas son unas pinceladas acerca de cómo se halla España en la actualidad. Conviene por lo tanto preguntarnos cuándo se inició nuestra decadencia y las causas.

¿Cuándo empezó la decadencia?

Aunque hay varias respuestas, lo importante es que viene de largo. Ortega se remonta a los Visigodos y culpa también a la escasa potencia de nuestro feudalismo.

Otros dirán que es a partir de mitad del siglo XVII, fruto del agotamiento económico y demográfico causado por décadas de guerras en Flandes y en Centroeuropa, conflictos que produjeron a su vez las rebeliones en Cataluña y Portugal, y las primeras pérdidas territoriales.  Por cierto, gracias a los ascendientes de un rebelde y delincuente como Puigdemon, se perdió el Rosellón. De esto no habla el gran demagogo...

El inicio del siglo XVIII trajo la guerra de sucesión y nuevas pérdidas. A pesar de todo, ese siglo no fue tan negativo. Hubo un renacimiento y se puede afirmar que la monarquía Hispánica aún jugaba un papel de primer orden en Europa y América en la época de Carlos III. 

Quizá fue el “rebote del gato muerto”, porque la destrucción a todos los niveles que supuso para España la guerra de independencia y la pérdida de casi todos los territorios americanos nos lanzó de nuevo cuesta abajo. Hacia 1830 el país estaba agotado y terriblemente menguado. 

No contentos con esto, a lo largo del siglo XIX los españoles se lanzaron, no a una, sino a tres guerras civiles, las llamadas guerras Carlistas. A esto hay que sumarle multitud de pronunciamientos, alzamientos y la desastrosa primera república. Esa lucha egoísta y sangrienta por el poder entre absolutistas, liberales, carlistas y republicanos remató a España. 

Mientras tanto Inglaterra y Francia, así como el norte protestante, se lanzaron a la revolución industrial y pusieron las bases de su prosperidad. España llegó obviamente arruinada en todos los ámbitos a finales de siglo. El remate fue el desastre del 98. Para entonces éramos ya una potencia menor, cosa que seguimos siendo hoy. 

El siglo XX no fué mucho mejor hasta la llegada de la democracia. Tuvimos otra guerra civil, una dictablanda y una dictadura. Hasta el plan de estabilización de 1959 no empezamos a levantar la cabeza. La democracia pareció abrir las puertas de la primera división para nuestro país, con muchos esfuerzos y sacrificios. Hasta 2008 progresamos bastante, aunque desde entonces hemos vuelto a las andadas.  

Personalmente pondría el inicio de la decadencia a principios del siglo XIX. Es el amargo fruto que nos dejaron personajes nefastos como Carlos IV, Godoy y Fernando VII. Pero bien podría fijarse el inicio a mediados del siglo XVII.

Esta decadencia de siglos sólo habría tenido tres momentos de apogeo o auge, el siglo de oro, la época de Carlos III y los primeros 25 años de democracia. Poco bagaje para tantos siglos. 

¿Cuáles son las causas generales de la decadencia?

Las causas de este declive son estructurales, y son al menos tres. La primera es la falta de una élite directora tanto en calidad como en cantidad suficiente. Hemos tenido personajes brillantes en casi todos los ámbitos, pero han sido muy pocos. 

La segunda es imputable a los españoles, un pueblo capaz y creativo, pero indisciplinado e individualista, que se deja engañar fácilmente por demagogos y populistas. 

La tercera es no tener un proyecto de nación, un proyecto de vida en común a largo plazo al que los ciudadanos se puedan adherir con ilusión. 

La falta de una élite capaz 

¿Tuvimos o tenemos una élite gobernante capaz, intelectualmente preparada, y visión de estado?, me temo que la respuesta es negativa, salvo honrosas y escasas excepciones. Tenemos un sistema que promociona a las más altas magistraturas a los menos preparados y capaces, y con frecuencia a los más corruptos. Cuando la minoría directora carece de excelencia y ejemplaridad, como sucede en España desde Felipe III, la decadencia está asegurada. El momento actual es una buena prueba de ello. 

Desde 1492, incluso desde la caída del califato de Córdoba, pocos son los reyes que han estado a la altura. Me vienen a la memoria los reyes católicos, Carlos V y en menor medida Carlos III. Hay más, pero son pocos. En cuanto a la alta nobleza, su aportación ha sido escasísima. Apenas podemos mencionar a Fernández de Córdoba, al Gran Duque de Alba, a Don Juan de Austria, a Alejandro Farnesio, a Federico Gravina, y a alguno más que me dejo en el tintero. En general los validos y grandes de España fueron un desastre o una mediocridad. Hay que saber mandar, y no han sabido, salvo unos pocos.

Es cierto que hemos tenido grandes y geniales intelectuales, escritores, artistas y científicos a lo largo de quinientos años, pero me temo que ha sido una cuestión de calidad, de puro genio, más no de cantidad. La sociedad española, ni antaño ni hogaño ha producido un caldo de cultivo donde pueda florecer el genio y la creatividad. Todo se ha hecho a pesar del sistema, es el fruto de la genialidad solitaria y tenaz de unos pocos especialmente dotados por la providencia.

En el siglo XXI la situación no ha cambiado. Hay algunas figuras de gran nivel, fuera de la política, pero son muy pocas teniendo en cuenta el tamaño de la población. Son proporcionalmente muchas más en EE.UU., Alemania, GB o Francia. A título de ejemplo, España tiene siete premios nobel mientras que Francia tiene 69 y GB 130. Aún ponderando por la población, perdemos por goleada. 

Podemos por lo tanto afirmar, que a lo largo de los últimos quinientos años, o mil incluso, de forma general ni la monarquía, ni la iglesia, ni la alta nobleza, ni el poder político (salvo en la transición), ni los sindicatos, es decir ningún poder nacional, ha pensado más que en sí mismo o ha estado dotado de brillantez y visión de estado. Las excepciones existen, pero son escasas. 

En la segunda parte de este artículo comentaré las otras dos causas principales de la decadencia de España, es decir, las carencias del pueblo español y la falta de un proyecto común, de un proyecto nacional.

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