Un japonés de Japón
vio en el Madrid más castizo
su primera procesión
y entre tanto penitente
pasaba un Cristo Yacente
y otro más, Crucificado
que paró justo a su lado.
El japonés se asustó
al escuchar las trompetas
y al ver que detrás venían
mil manolas con peinetas
que decían en danés
(o eso creyó el japonés)
con misterio y devoción:
mirad, ese es de Japón.
Comprobó que le miraban
y que algunos le obsequiaban
con estampas. Fue tremendo.
Pasó luego el reverendo
cura de la cofradía.
Era muy flaco y traía
un reluciente incensario
que agitaba y que movía
sin cesar, porque sabía
que los japoneses hacen
siempre una fotografía.
Era con tanto albedrío
y con tanta sutileza…
Fue sin querer - yo os lo digo -
le dio un golpe en la cabeza
que los tambores callaron
y callaron las trompetas.
Los penitentes miraron
y el japonés asustado
dio un salto y echó a correr
y corría tanto y tanto
que yo no lo pude ver.
Moraleja
Cuando regrese a Japón
ese joven japonés
nunca volverá a Madrid
a ver otra procesión.