Díes irae

Tetralogía del cambio de hora: la confusión

1º.- LA CONFUSIÓN  

No puede reprocharse a nadie que no se entere de nada en el siempre complejo tema de los horarios. Y no porque no nos concierna en nuestro desarrollo cotidiano, que nos concierne mucho, sino porque son tan dispersos, contradictorios y confusos los datos que se ofrecen al ciudadano, que es muy difícil familiarizarse con ellos.  

Una primera y aparente contradicción es que cuando se adelanta la hora, se retrasan la mañana y la tarde. Y cuando se retrasa la hora, la mañana y la tarde se adelantan. Se adelanta la hora en marzo y amanece más tarde. Se retrasa la hora en octubre y amanece antes. Adelantar es retrasar y retrasar es adelantar. Así de claro empieza el tema.  

La segunda confusión es que, si bien el sol se pone por occidente (por Finisterre) y sale por oriente (por Menorca), eso es una manera de hablar, pero tan arraigada que no concebimos otra. Pues lo cierto es que el sol ni se pone, ni se quita, ni sale, ni nada de nada; está quieto en el centro de su sistema solar. El movimiento que creemos ver no es tal y la contradicción entre la apariencia visual y la realidad científica, es absoluta.  

Como la cosa va de sencilla y comprensible, existen dos cómputos para medir la ubicación y desarrollo de los meridianos, que son el marco para  la distribución de los días y las noches en el planeta: el UTC (Universal Time Coordinated, tiempo universal coordinado) y el GMT (Greenwich Mean Time, hora del meridiano de Greenwich) Dos acrónimos distintos, que significan y miden absolutamente lo mismo, contribuyendo aún más a la confusión.  

No tendríamos que flagelarnos demasiado porque este tema sea abstruso, contradictorio y de difícil entendimiento. Es cierto que Aristarco de Samos, un griego del 310 a. de. C., ya dijo que la tierra gira alrededor del sol y no al revés. Pero aquello fue “cosa de griegos” y nadie pareció hacerle el más mínimo caso. Hasta llegar a Copérnico, que 1.700 años después, ya  en el siglo XV, sentó las bases científicas del heliocentrismo. Ese solete que sale por Valencia y se dirige, alegre, hacia Compostela…es un engaño de los  sentidos. Porque no se mueve; nos movemos nosotros. Pero aún sentadas esas bases científicas, al bueno de Galileo, casi un siglo después, la Inquisición le volvió loco. Le condenaron por defender las teorías de Copérnico y tras abjurar de ellas (ante los jesuitas, Roberto Belarmino y el potro de tortura) tuvo que mascullar su famosa frase “eppur si muove”. Que sí, que la tierra es la que se mueve.  

Menos mal que tema tan complejo tiene su punto simplón, aquel en que todos están de acuerdo: es mejor el horario de verano que el de invierno “como no podría ser de otra manera”. En el invierno de España hay luz durante 9 horas y en el verano durante 15 horas. Como para no preferir.  

Tras vencer estas dificultades y familiarizarnos someramente con la cosa solar, llega la definitiva puesta en escena. Los 24 husos horarios, que se corresponden con los 24 meridianos terrestres, como los gajos de una naranja. Ello lo estableció la Conferencia Internacional del Meridiano, celebrada en Washington en 1884. Que dio en establecer el meridiano “0” en el pueblecito de Greenwich, cerca de Londres. Hacia oriente, se cuentan los  meridianos +1, +2, +3…y hacia occidente -1, -2, -3… y así hasta sumar 24  (12 + 12).  

El sol está quieto. Con el reloj solar, se clava un palo en el suelo y cuando no proyecta sombra alguna, que es como decir cuando ese punto se enfila directamente con él, es mediodía: las 12, la hora del ángelus, la mitad de la jornada. El momento equidistante entre el día y la noche. Eso es así en el Greenwich Mean Time, que ha sido durante cien años el patrón de todos los horarios.  

Si habéis mantenido una digna compostura lectora y llegado hasta el  final con algún aprovechamiento, estamos en condiciones de esperar al siguiente capítulo.