En Román Paladino

El filósofo de la realidad humana

Este gran hombre sobre el que hoy escribo pocas veces fue noticia de primera página en los principales periódicos ni figura estelar en radios y televisiones, aunque bien lo mereció por la hondura de sus ideas y pensamientos. Me refiero a Emmanuel Lévinas, el filósofo judío francés de origen lituano que falleció en París a la edad de noventa años. Su obra apenas ha sido justamente valorada en los medios universitarios y en los medios siempre minoritarios de la cultura. Pero su magisterio, su impulso orientador nos queda como un legado de enorme valor ético. Como una de las aportaciones más positivas al conocimiento de la realidad humana, en un tiempo tan confuso como el presente, tan desconcertante como abarcan los dos últimos siglos.

Emmanuel Lévinas venía de una época difícil, de unas circunstancias verdaderamente duras de asumir: la Revolución Francesa y las influencias de la Ilustración. Había nacido en Lituania en  el seno de una familia judía, al final de la época zarista. Su juventud campeaba por entonces la plena adolescencia a la que siempre se refería, lo que le llevó cometer algunos errores, sobre todo en lo referente a su criterio sobre la revolución soviética. Levinas pronto vio claro cuales iban ser los caminos de su pensamiento y consiguió entender aquellos tiempos de su primera formación humanística e intelectual. Estrasburgo, la Sorbona y Friburgo serían las etapas fundamentales de su madurez, donde entraría en contacto, como discípulo, de Edmund Hussserl y Martin Heiddegger, cuya influencia resulta evidente en buena parte de su obra. Sobre todo en las dos primeras décadas de su vida como profesor y filósofo.

Se ha dicho muchas veces, lo han dicho los autores más famoso, que no siempre todo pensador consigue convertirse en filósofo, para lo cual se requiere de unos esquemas, de un sistema, más profundizador de los problema que pesan sobre la humanidad. “La filosofía, según Heidegger, jamás nace de y por la ciencia. Ella y su pensar están en la misma ordenación que la poesía”. Es decir, que el filósofo no sólo debe aspirar a conocerse a sí mismo sino que tiene la obligación de profundizar en la problemática colectiva e individual de las gentes de su tiempo. Más que conocerse a sí mismo –tal y cómo enseñaba la filosofía helénica—ha de preocuparse por lo que suceda a su alrededor, pues, “lo absolutamente otro es el otro”. Si no se trabaja corporal e intelectualmente para otro u otros, ningún esfuerzo o vocación tiene sentido.

Por todos estos laberintos y barrizales anduvo la pasión intelectual de Emmanuel Levinas, al que la vida enseñó tanto o más que la Universidad y los libros. Cautivo por espacio de cuatro años, durante la ocupación de Francia por los nazis, Emmanuel Levinas aprendió la gran lección del talento y la derrota, desde la que comenzó a consolidar las razones más perdurables de su pensamiento. Obras como “De otro modo de ser o más allá de la esencia”, “Totalidad e infinito”, nos sitúan ante un filósofo que descendió del Olimpo y de la fantasía para explicar el drama del “otro,” o sea, dicho con palabras de Ortega y Gasset, de los que siempre suelen poblar las localidades de sol, aunque ya todo ha cambiado mucho. Y siglos antes ya había escrito nuestro admirado Baltasar Gracián, en “El Criticón”, “que la complejidad, variedad y singularidad del ser humano escapan a la visión universal de la razón y de su método apriorístico”.