Del sur xeneixe

El arte de La Boca y su atmósfera creadora (III)

Después de intentar definir su perfil histórico (en el módulo I) y la atmosfera única e intransferible que lo caracterizó (en el módulo II), en este, buscaremos reseñar, a modo de síntesis general, la nómina completa de los maestros paradigmáticos que conformaron su grandeza artística en los campos de la pintura y la escultura.  

Ya señalamos que Francisco Cafferata, fue el primer artista escultor nacido en el barrio boquense. Razones metodológicas nos inducen a continuar, por esa razón a partir de su historia particular, el  camino que recorrieron los restantes maestros destacados que produjo el género en el lugar. Quizás a alguien se le ocurra pensar en la exigua cantidad que representa el número que completa la nómina (apenas la integran dos nombres más), pero debe tenerse presente que estamos  historiando el desarrollo artístico que se produjo en una especie de país muy particular, cuya superficie apenas superaba los 3 kms de extensión. 

También señalamos que aún considerando su breve existencia - murió prematuramente en el año  1890 cuando tenía solo 29 años- el precursor artista dejó al decir del historiador local Antonio  Bucich “obras que demostraban la madurez de su maestría”. 

Nacido en el seno de una familia burguesa de sólidos recursos económicos, en el año 1861 el joven  aspirante cuando tenía apenas 16 años viajó tempranamente a Italia, más precisamente a la célebre ciudad de Florencia, para estudiar en la Real Academia de Bellas Artes. Durante su estadía en el país museo, que se extendió a lo largo de ocho años, tuvo como  maestros regulares a los escultores lugareños Urbano Lucchesi y Augusto Passaglia. Completada su formación en el difícil arte de la piedra, regresó en 1885, convertido en un maestro  del género. 

La prueba elocuente de su temprano genio la traía consigo. 

Era el Monumento al Almirante Brown ya fundido en bronce, obra que realizó cuando tenía menos de 25 años de edad, y sería inaugurado el 2 de febrero del año siguiente en la localidad bonaerense de Adrogué. 

En el país, fue precursor, no sólo del arte boquense, sino también, en un plano más general, del arte escultórico nacional

Según el crítico e historiador de arte José L Pagano, el de Cafferata fue el primer nombre de artista  nacional que por méritos propios resonó en los ámbitos artísticos del viejo continente El testamento artístico que nos legó incluye, además del citado monumento, algunas obras de gran valor, en especial “El esclavo”, que obtuvo el primer premio en una exposición continental  realizada en Buenos Aires en el año 1882. 

También lo son “Cabeza de mulato” y “Soldado de la guerra del Paraguay”, e incluso el Falucho, que dejó a medio terminar y completó su colega Lucio Correa Morales

Su producción dentro de la estatuaria incluye retratos de diversas figuras públicas, entre las que se destacan las de Bernardino Rivadavia, Mariano Moreno y Manuel Belgrano. Apenas cuatro años después, a 500 metros del domicilio de Cafferata, en el año 1865 nacía en el seno de una familia de inmigrantes suizos, Américo Bonetti, el segundo maestro de relieve que produjo el universo escultórico boquense. 

De su padre, que se dedicaba profesionalmente al arte de la ebanistería, aprendió el oficio en el taller familiar. 

Completó más tarde ese impulso inicial con las lecciones prácticas que le impartiera un maestro italiano de origen ligur llamado Francisco Parodi, que se instaló también con su familia en las  inmediaciones del Riachuelo alrededor del año 1860. 

De profesión escultor, dorador y tallador de mascarones de proa, la figura de Parodi constituyó un gran estímulo para el desarrollo del futuro artista,

No se le conocen otros maestros que contribuyeran a consolidar su formación en el oficio, razón por la cual podemos definirlo, ateniéndonos a lo que acabamos de exponer, como un verdadero autodidacta

Bonetti se destacó en la realización de valiosas expresiones escultóricas, en la que primó la utilización de la madera como material esencial. 

Esa circunstancia indujo a algún crítico de arte contemporáneo a negarle su calidad de escultor, llamándolo simplemente “tallista” (Jorge López Anaya), como si tal preferencia por el material de origen vegetal fuera suficiente argumento para hacerlo, ignorando que el individuo que se  expresa artísticamente creando volúmenes y conformando espacios, sea que lo haga mediante la utilización de cuarzo, mármol, alabastro, madera o cualquier otro material análogo a los enunciados, según el canon de la materia, merece ser llamado por el nombre de escultor! Bonetti, en esos términos…lo fue! 

Tenía apenas 24 años, cuando en el año 1889 realizó la obra más emblemática y recordable de su  producción. 

Por su valor práctico como orientador de la navegación, la talla a la que nos referimos, cuyas medidas eran 116 x 52 x 30 cms, se convirtió en referencia insoslayable de los navíos que surcaban el río, en su incesante ir y venir por las parduzcas aguas del riacho. El joven artista la denominó “El Ángel de la trompeta”

Era una madera policromada que fue implantada a modo de mirador en una casa situada en las cercanías del Riachuelo, sobre la intersección de las calles Suarez y Martin Rodríguez, punto geográfico que se encuentra a poco más de 300 metros de la vera del río, en ese entonces espacio totalmente despoblado. 

La escasa bibliografía que se conoce acerca de este grupo de escultores boquenses no permite confirmar con certeza el momento en que viajó a Europa. 

La Enciclopedia del Arte en América dirigida por Vicente Gesualdo, señala escuetamente en su biografía que “…efectuó un viaje a Europa y, a su regreso luchó en la Revolución de 1890 junto a Leandro N. Alem”, lo que nos conduce a pensar que tenía entre 20 y 22 años cuando realizó su viaje. 

Así como conocemos con precisión que Francisco Cafferata permaneció 8 años en Italia (1877- 1885) y Pedro Zonza Briano alrededor de 3 años entre Italia y Francia (1908-1911), ignoramos que periodo comprendió su estadía en la vieja Europa. 

Lo que sí sabemos es que durante esos años juveniles el artista se encontraba fuertemente ligado a la realidad artística del misterioso lugar. 

Pero Bonetti, a la vez que sentía un gran amor por el arte, cultivaba una pasión cívica y política irrenunciable, que lo mantenía alerta ante los acontecimientos que suscitaban gran repercusión popular. 

Por ello no le fue indiferente al artista el efervescente y revulsivo clima político que se respiraba en su entorno hacia finales de la década. 

En el año 1890 la vida fue particularmente ingrata con sus sentimientos en ambos terrenos. Se sumaron, la visible decadencia física de su orientador y guía de entonces, Francisco Parodi, convertido en persona de su intimidad, y el adverso epílogo que tuvo la Revolución del Parque en la que participó activamente en el bando de los opositores al gobierno. 

Como si ese cuadro desconsolador fuera de poca monta, habría de agregarse, llegado el mes de noviembre el “cruel anonadamiento de Francisco Cafferata, hijo como el de la ribera boquense” para decirlo con palabras de Antonio Bucich… 

Producido a finales del año, ese trágico suceso significó para su alma sensible la gota que derramó el vaso!

Los avatares inesperados que le deparaba la vida, y en particular los pesares que se desprendían de ellos, fueron… “ abrumando con su rudeza el espíritu juvenil de Bonetti”. Decepcionado de todo (y de todos!), se alejó de su taller, de los amigos y del mundo que lo rodeaba. 

Abandonó el lugar natal y durante quince años vivió alternativamente en las provincias de Chaco y Misiones en comunión con tribus indígenas originarias de la zona, dedicándose a tallar figuras típicas de esos parajes tanto como a su fauna y naturaleza, utilizando su material preferido, aunque también realizara –según lo indica alguna información no muy precisa-alguna obra en  piedra. 

Su deliberado aislamiento dificultó mucho tiempo conocer detalles de su desarrollo artístico durante ese período. 

Por fortuna, una acertada decisión del historiador Bucich, que requirió el auxilio del hermano del artista, de nombre Valentín, párroco de la iglesia de San Juan Evangelista de La Boca, permitió  finalmente contar con una lista de sus principales trabajos y reconstruir a trazos su itinerario. Por esa información nos enteramos que sus obras, en lo sustancial, se encuentran principalmente en iglesias y otros establecimientos religiosos  

Dentro de su barrio nativo, en las parroquias de San Juan Evangelista y San Pedro. Además, en provincias como Córdoba y Mendoza y más allá de las fronteras, en algunos países limítrofes, como Chile y Paraguay. 

De su producción, se destacan la impresionante estatua policromada de San Juan Evangelista, que mide más de dos metros y media de altura, ubicada en el altar mayor del templo boquense dedicado a dicho patrono, y la Crucifixión, de un metro de extensión, perteneciente en primera  instancia a la misma parroquia, y décadas después, al construirse el templo de San Pedro, trasladada definitivamente a éste. 

De no menor importancia es el tallado de las puertas de la iglesia de Nuestra Señora de la Guardia en la localidad bonaerense de Bernal. 

Especialmente valorado por la crítica fue también el conjunto escultórico de flores que presentó en el año 1910 en la exposición internacional de arte del Centenario, obra que le permitió obtener  el primer premio del certamen. 

Como escultor, una característica particular destaca su práctica artística de sus restantes colegas. Su interés por el tallado de mascarones de proa. 

La inclinación de su espíritu a esa especialidad puede encontrarse en los años de aprendizaje en el taller de su padre o quizás, en la influencia recibida de su maestro Parodi, especialista en trabajar en esa temática. 

Dichos mascarones eran figuras decorativas que a modo de amuletos portaban en sus tajamares algunos navíos respondiendo a una costumbre que se hizo tradición durante el periodo que se extiende entre los siglos 17 y 19 en que dominaba la escena la navegación a vela. Operaban entre la gente de mar a modo de amparadores o símbolos de protección en las largas y tortuosas travesías transatlánticas. 

Uno de ellos, -Pailebot Greca Romana (1887)- realizado por el artista, junto a muchos otros de autores desconocidos, se encuentran reunidos en una sala especial del Museo de Bellas Artes Quinquela Martin, despertando la curiosidad interesada de estudiosos y visitantes ocasionales. También forma parte de la misma colección el mencionado “Ángel de la Trompeta” que oficiaba como “faro” referencial del territorio lugareño. 

Cuando Bonetti retorna de su “exilio interior”, en 1905, afirma Bucich que “ya se había oscurecido el horizonte de su vida cuando abandonó las riberas del sur”. 

Entonces “se esparce en territorialidades que se alejan del barrio boquense…y vuelve sólo de paso a él…”

En 1908, establece su último domicilio en la localidad bonaerense de Bernal donde residen algunos familiares. 

El final de su camino, lo encontró abrumado por un notorio estado de insatisfacción existencial. El desaliento lo impulsa a destruir las obras que acompañaron sus años finales Ese castigo autoinfligido, guarda secretos que jamás podremos develar. 

Que lo llevó a adoptar esa terrible decisión…¿Falta de reconocimiento? ¿Sensación de fracaso de sus  búsquedas? ¿Patología depresiva? 

Solo nos resta lamentar la pérdida que significó para el arte boquense, la destrucción de ese tesoro invalorable, provocado por la mano extraviada de su propio creador!…desgracia que al mismo tiempo nos impide conocer la verdadera dimensión de su arte. 

Es curioso constatar el paralelismo que recorre las vidas de estos dos grandes escultores unidos en sus existencias por la devoción artística. 

Nacieron en La Boca del Riachuelo, en el seno de familias inmigrantes que no eran pobres, sobre todo en el caso de Cafferata 

Se convirtieron por designio del destino en precursores del arte lugareño. 

Realizaron su obra más representativa muy jóvenes, ambos a los 24 años. 

Cafferata el bronce monumental del Almirante Brown en 1885 y Bonetti la madera policromada que titulara El Ángel de la Trompeta, en1889 

Ambos murieron por propia determinación.  

Eligieron hacerlo lejos del lugar que los vio nacer. 

En el caso de Cafferata en la localidad de Adrogué y en el de Bonetti, en la también sureña de Bernal. 

En ambas muertes el misterio ronda la verdadera causa que los condujo a tan temprana eternidad.. 

El capítulo de los artistas escultores lugareños que significaron su expresión más representativa del arte boquense lo cierra Pedro Zonza Briano, nacido en el año 1886. 

A diferencia de sus colegas antes nombrados, nació en el seno de un hogar muy humilde del barrio  marinero. 

Estudió en la Sociedad Estímulo de Bellas Artes (SEBA) bajo la dirección del maestro Lucio Correa Morales

Su fuerte vocación artística le permitió obtener cuando tenía algo más de 20 años el premio Roma (1908) que le concedió el derecho a trasladarse a Europa ese mismo año. 

Se instaló primeramente en Roma y más tarde en París, ciudad donde estudió y adquirió notoriedad –fue en el año 1912-, a raíz de un hecho extra artístico. 

En una exposición internacional realizada en Roma ya había despertado el interés del medio especializado presentando una obra monumental titulada “El pensamiento helénico” que exhibía las figuras de tres desnudos masculinos de tamaño natural. 

Otro tanto sucedió al año siguiente en Francia, cuando envió al tradicional Salón anual que se realizaba en París, el conjunto “Creced y multiplicaos..”, un bronce fuertemente expresivo y  sensual de 134 x 66 x75 cms, aceptado sin reparos por el jurado oficial, pero retirado más tarde por la policía local alegando que su presencia en un lugar público atentaba contra la moral social,  hecho que generó una reacción solidaria de parte de sus colegas artistas y al tiempo, una airada  defensa de sectores de la prensa que le dio gran visibilidad en su momento. Permaneció en Europa entre los años 1908 y 1911, en el que regresa al país. Sin duda que fue esa, la segunda década del siglo, la más importante de su carrera, por los logros alcanzados y el reconocimiento ganado en Europa, donde realizó varias exposiciones con críticas destacadas.

Zonza Briano fue siempre un espíritu romántico que alcanzó tempranamente prestigio y admiración por su dominio de las técnicas clásicas, tanto como por la pasión sincera que desbordaban sus obras, y que lo llevaron a definirse entre sus pares como “el escultor de las  pasiones”

En el año 1913 obtuvo el premio adquisición en el Salón Nacional. 

Sus obras más importantes son el Cristo que se encuentra en el Cementerio de la Recoleta, realizado en el año 1914 y el monumento a Leandro N. Alem implantado en el barrio céntrico de  Retiro. 

Además de las citadas, de su producción se destacan entre otras, “El origen de las pasiones”, “Flor  de Juventud”, emplazada en el Rosedal de Palermo, “Boca de Fuego” que integra la colección del  museo boquense Quinquela Martin, los bronces “Tierra fecunda” y “Frutos de la tierra” emplazados en la entrada de la Secretaría de Finanzas de La Nación, y ”Ofrenda” perteneciente al  patrimonio del Museo Municipal Eduardo Sivori. 

La peculiar técnica del “non finito”, que utilizaba con maestría, para definir superficies y contrastes otorgó un sello personal a muchas de sus mejores obras. 

A pesar del promisorio desarrollo inicial que tuvo su carrera, en la segunda mitad de los años 20  las cosas fueron cambiando para el artista. 

Los últimos años de su vida lo encontraron sumido en una pobreza creciente que padeció con melancolía tanto como la falta de reconocimiento de colegas y público. 

Cuando falleció, sus familiares debieron recurrir a las autoridades públicas para poder sufragar los gastos que demandaba su entierro. 

Oh el Arte…! 

Esta pequeña reseña que antecede intentó revelar la jerarquía del arte escultórico que se practicó en La Boca durante ese periodo histórico que no se extiende más allá de finales de los años 30. Su puntualización solo tiene por objeto señalar que la peculiar atmósfera generada por la  miscegenación de sus elementos constitutivos, produjo también múltiples frutos en el campo artístico del arte de tres dimensiones, aunque la propia naturaleza de la materia con la que trabaja el artista que elige la escultura como medio de expresión, impide destacar la singularidad que le es  propia al lugar donde nace. 

Por definición la escultura apunta a la universalidad, y en ese sentido, a diferencia de la pintura, se  encuentra imposibilitada de contribuir a diseñar identidad. 

Por esa razón es que cuando se habla del arte de La Boca no se habla de sus escultores y en cambio…mucho de sus pintores que lograron construir un territorio propio que actuó como reparación imaginaria y al que nos referiremos en el próximo módulo.  

Si a esa restricción, característica del género que referimos (trabajar solo con lo universal), sumamos el natural menosprecio que el mundo cultural metropolitano exteriorizó desde siempre hacia cualquier manifestación producida por el arte del pequeño “paese” -que de modo tan patente revelaron tempranamente la crítica especializada y más tarde desde la historiografía-, encontramos dadas las condiciones perfectas que explican cómo los centros de poder artístico lograron invisibilizar los aportes que estos grandes maestros locales realizaron al arte nacional, al  punto de llevarlos a negar en Francisco Cafferata la condición histórica de primer escultor nacional..

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