Sofía entre libros

¿Vivir para trabajar o trabajar para vivir?

El otro día volví a ver la película Armas de Mujer, coincidiendo con la entrega del premio Goya Internacional a Sigourney Weaver. Me encanta volver a las películas que hace tiempo que no veo porque aunque recuerdo el argumento todavía me continúan sorprendiendo sus detalles. Si analizas este largometraje más allá de la simplista dicotomía entre buenos y malos, ninguno de los personajes femeninos me parece digno de alabanza vistos con los feministas ojos del siglo XXI. Ni Katharine -el personaje de Weaver- ni la bobalicona de Tess -interpretado por una irreconocible Melanie Griffith- actúan de manera loable ni ofrecen un espectáculo edificante a ojos de la mujer espectadora. La segunda aprovecha un accidente de esquí de su jefa para, en lugar de seguir siendo una secretaria ambiciosa, convertirse directamente en una falsa directiva, quitarle una operación millonaria a su jefa lisiada y, ya de paso, a su prometido (un guapísimo Harrison Ford). Estaremos todos de acuerdo que no es el concepto de ascender en el trabajo que todos tenemos en mente. 

Viendo la película no pude evitar preguntarme cómo son de tóxicas las relaciones en el trabajo y, hasta qué punto, pueden afectar nuestra salud en general y la mental en particular. La verdad es que yo misma guardo un importante listado de anécdotas del mundo laboral con las que podría plantearme escribir un libro (sin duda sería del género de terror, pero eso otro día os lo cuento con más detalle). Así que como, de momento, eso no va a suceder, vamos a hablar de los libros de otros que tratan estos temas maravillosamente y, sobre todo, con gran sentido del humor. 

Recientemente he leído dos libros que os recomiendo encarecidamente y que abordan, como tema principal, las relaciones laborales. Son “El informe Penksé” (de un tono más humorístico  pero al que no le falta profundidad, se me saltaron las lágrimas leyéndolo) y “El Descontento” de Beatriz Serrano, sobre el que versará este artículo y que se convirtió en uno de mis favoritos del año pasado.

 

En el Descontento la autora nos presenta a Marisa, la protagonista, una treintañera que sobrevive en el día a día a base de orfidales y vídeos de Youtube. Trabaja en una agencia de comunicación y es plenamente consciente de lo superfluo de su trabajo. Además vive sola, no tiene relaciones sólidas a su alrededor y ocupa la gran parte de sus horas en su trabajo. Lo divertido de Marisa es que no es una adicta al régimen, no considera que el trabajo dignifica sino que, en realidad, tanto ella como su quehacer diario son absolutamente prescindibles. Y, lo más importante de todo: que podría dedicar su valioso tiempo a actividades que le proporcionaran mayor placer. Hasta aquí supongo que todos podemos sentirnos identificados con ella, en mayor  o menor medida, se trata de una anti heroína de manual. 

Hay una frase suya que refleja perfectamente su forma de entender su vida y su relación con su trabajo: 

“Llevo ocho años haciendo lo mismo y sé que no sirve para nada. Sé que el mundo sería un lugar mejor si trabajos como el mío no existieran. Sé que me aprovecho de las inseguridades de la gente y de sus ganas de medrar en una sociedad en la que no se puede mejorar.”  

He pensado que la mejor manera de aproximarnos a este libro es hablar con su autora, la periodista Beatriz Serrano que también tiene un podcast fantástico, Arsénico Caviar. Os dejo transcrita nuestra conversación a continuación. 

Marisa considera que la vida es algo más que ir a trabajar cada día, ¿Beatriz también piensa eso?, ¿Ha sido siempre así o viene motivado por alguna mala experiencia laboral?. 

Creo que cualquier persona en su sano juicio pensará lo mismo, se llame Marisa, Beatriz o Pepita. La vida es muchísimo más que trabajar cada día y confío que hasta aquí estemos todos de acuerdo o entonces tenemos un problema muchísimo más grave del que pensaba. Más allá de  eso, pienso que lo que hacemos para pagarnos el alquiler, la compra o el wifi de nuestra casa no debería definirnos como seres humanos. El problema, desde mi punto de vista, reside en habernos creído esas frases de sobrecito de azúcar de "trabaja en lo que te gusta y nunca tendrás que volver a trabajar", en asumir que un concepto que puede ser tan inspirador como vocación sólo tiene sentido si va dirigido a ganar dinero, y en haber construido nuestra personalidad e identidad en torno a nuestras profesiones, lo que a su vez nos convence de que solo tenemos valor como personas en función de nuestra posición en el mercado laboral. 

A lo largo del libro, Marisa manifiesta en varias ocasiones lo superfluo que es su trabajo, lo innecesario y poco valioso, ¿Qué ocupaciones serían para ti las imprescindibles en el mundo actual?

Más que ocupaciones imprescindibles, te diré cuáles son las prescindibles, pero como mi opinión (creo) es irrelevante porque a fin de cuentas yo tan solo escribo ficción, te dejo la que nos dejó David Graeber en su ensayo 'Trabajos de mierda', un texto que me inspiró muchísimo a la hora de escribir esta novela, y dice así: "Un trabajo de mierda es un empleo que es tan innecesario, incluso perjudicial, que hasta la persona que lo está haciendo cree íntimamente que este empleo no debería existir. Naturalmente, tiene que fingir: esa es la parte estúpida, que de algún modo tienes que fingir que hay alguna razón para que este empleo exista. Pero por dentro, crees que si este trabajo no existiera, o bien nada cambiaría en absoluto, o el mundo de hecho sería un lugar un poco mejor". Que el lector o la lectora piense si su trabajo encaja o no en esa definición. Y si valora, entonces, si le merece la pena ese temblor en el ojo cuando recibe un mensaje a deshoras de su jefe.  

La protagonista está desencantada de la vida y, siendo tan joven, se muestra bastante cínica y descreída de la vida. ¿Cuánto hay de Marisa en ti?, ¿Cómo has construido su cinismo?

Cuando comencé a pensar en Marisa tenía la imagen de una persona en mitad del océano, sin rumbo fijo, que para no ahogarse tiene que ir agarrándose a pequeñas tablas de salvación. Algunas de esas tablas de salvación pueden ser apropiadas (los amigos, las artes, los paseos por un Madrid vacío en un caluroso mes de agosto) y otras no tanto (los ansiolíticos, los vídeos de Youtube encadenados) pero, en el fondo, siguen siendo pequeñas cosas a las que se agarra para sobrevivir. Para mí, en el momento en el que la conocemos, Marisa está ante todo perdida, pero a la búsqueda de encontrarse, y ese es el viaje que espero que los lectores hagan con ella. En ese sentido, Marisa confía en que lo suyo sea solo temporal. 

Después de aquella imagen, tenía que construir su voz, y cuando comencé a escribir casi que surgió de manera natural que fuese Marisa quien contase su propia historia. En 'El descontento', todo sucede en una semana y es la protagonista de la historia la que nos guía a través de estos siete días a través de su monólogo interior, sin filtros. Marisa necesitaba ser cínica, porque necesita alejarse un poco de la escena para poder contarla bien, para que el lector o lectora observase también la escena junto a ella, como una mirada cómplice, que refleja el teatrillo absurdo en el que todos nos vemos inmersos. Además, existe en ella un desapego de todo lo que la rodea que es, al mismo tiempo, bueno y malo para ella: por un lado, le permite ese alejamiento, por otro, no consigue conectar con nada ni con nadie a su alrededor. Y este desapego solo nos lleva al cinismo, a vivir descreído de la realidad. 

La desazón que vivimos las últimas generaciones de jóvenes con respecto al trabajo, ¿crees que puede solucionarse? Al final los jóvenes cada vez están más desapegados del trabajo, ¿hay algo que podríamos hacer para mejorar su relación con el trabajo? 

Creo que lo formularía de otra forma: los jóvenes no tienen que hacer nada para mejorar su relación con el trabajo, son las empresas las que deberían mejorar su relación con los jóvenes. Esto es: sueldos dignos, contratos que aporten cierta estabilidad, jornadas laborales decentes, respeto del tiempo fuera del horario laboral, y, a poder ser, buen ambiente, libre de malos rollos y de pequeñas violencias, donde se les permita expresarse y crecer como profesionales. Cada vez que sale uno de esos titulares que señalan que los jóvenes ya no quieren trabajar me da la risa: lo que no quieren es que se les explote a cambio de cuatro céntimos. ¿Qué apego va a tener una persona joven por una empresa en la que, además de tener unas condiciones pésimas, se sabe completamente reemplazable? Pues ninguno, y es lo normal. 

También nos has perfilado a Marisa como una persona bastante solitaria, con su relación con Pablo, pero salvo el encuentro con Elena no vemos que tenga amigos o más personas de confianza, ¿la novela trata también de la necesidad que tenemos de establecer vínculos sanos con nuestro entorno? ¿Crees que eso podría haber ayudado a Marisa en su día a día? 

Sí, porque la soledad me parece un enorme problema en las sociedades modernas. Recientemente, la OMS declaró la soledad una grave amenaza para la salud y puso en marcha una comisión para "establecer relaciones sociales". Es tristísimo. Cada vez tenemos menos tiempo para ver a nuestros amigos, porque cada vez vivimos más lejos y nuestros horarios no nos dan flexibilidad. Los barrios, especialmente en las capitales, se desintegran ante nuestros ojos. No conocemos a nuestros vecinos, porque en muchas de las viviendas que tenemos a nuestro alrededor hay pisos turísticos. Y, con eso, cierran los comercios locales que aportan cierta calidez a los lugares en los que vivimos. Lo peor de todo, es que a menudo entramos en rutinas solitarias sin darnos cuenta, y poco a poco, descuidamos ciertas relaciones y perdemos la conexión con el mundo exterior. En el libro, quería remarcar la importancia de los lazos, de cuidarnos unos a otros, de decir las cosas, de escucharnos y de apoyarnos. 

En general percibo que la novela se ha leído en clave de humor por mucha gente, yo más bien diría que es sarcástica, ¿cuál era tu intención al escribirla? 

Creo que decir que tuve una intención clara sería, más bien, un ejercicio que podría hacer ahora, pero que no hice en el momento de escribirlo. Escribí conforme me salió, quería contar una historia y la conté, no tenía ni idea de si se publicaría o no, así que tenía toda la libertad creativa del mundo y lo que hice fue disfrutar mucho y pasármelo muy bien. Al final, cuando un libro de pública, mi intención (si es que la hubo) no importa lo más mínimo. Me alegra que los lectores de la novela tengan distintas impresiones sobre la misma. Eso es bonito. Significa que la historia está viva. 

Sólo me queda darle las gracias otra vez a Beatriz Serrano y recomendaros encarecidamente que leáis este su primer libro. Estoy deseando leer los siguientes que escriba, no es nada fácil que me ría (o llore) con un libro y con este me lo he pasado muy bien. En cualquier caso nos vemos en la próxima columna, hasta entonces espero que sigáis leyendo.