La diplomacia digital y la comunicación estratégica se han convertido en una parte fundamental del arsenal diplomático de cada nación. Como experta en este campo de constante evolución, me gustaría puntuar esta transformación como nuevo lenguaje entre las embajadas y su audiencia, es decir, el pueblo.
Históricamente, las embajadas como entidades lejanas, conectadas por canales formales, tenían su atmósfera para la elite diplomática y los eventos protocolares. Su interacción con el público era más bien nula y se limitaba a declaraciones oficiales y actos sociales de alto perfil. El boom de las redes sociales y la democratización de la información han alterado esta dinámica. Los canales digitales permiten a las embajadas compartir su trabajo y valores de forma más transparente.
Este cambio supone más que una adaptación a la tecnología; es una respuesta a la demanda exponencial de la audiencia por una diplomacia más comprometida y accesible. La diplomacia digital ha democratizado la conversación a nivel global. Esto genera un sentido de cercanía que antes era inexistente. Además, sus seguidores pueden interactuar a tiempo real en muchas ocasiones.
Lo interesante de este fenómeno es que la diplomacia digital tiene un impacto directo en la percepción pública de los países y en sus políticas.
Las embajadas pueden compartir casos de éxito, acciones de cooperación y valores compartidos, generando así una visión positiva de su nación.
Por otro lado, también demuestran una actitud más abierta ante las crisis y los retos de un mundo interconectado con el objetivo de mejorar constantemente.
Me resulta un desafío trabajar en este campo de diplomacia digital, ya que requiere una estrategia cuidadosa a la vez una respuesta rápida ante las crisis. Considero que la clave es mantener la autenticidad y ser coherente, ya que las embajadas deben reflejar sus valores de forma sólida en cada interacción digital.
