PEN Colombia de escritores

Nosotros y el síndrome de Procusto

Procusto o Domastes –el  estirador--, hijo de Poseidón, encargado, dice la fábula griega, de regentar una posada en la región Ática. Ser en apariencia afable y complaciente con los viajeros que llegaban allí a hospedarse. Pero, una vez dormidos, los amordazaba y ataba a las cuatro esquinas de su cama de hierro para probar si sus medidas corporales se ajustaban a las esquinas…

…Si el viajero poseía una estatura mayor, cortaba sus extremidades (pies, brazos o cabeza), para que se ajustara a las medidas del lecho; y si era más pequeño que las medidas del mismo, lo torturaba estirándole las piernas a martillazos, hasta conseguir que tuviera las medidas exactas.

Intolerancia y uniformidad

El tema sería la uniformidad: el férreo deseo, insuperable, de la mismidad. Quien vive el síndrome, como Procusto o Damastes, ser humano, organización, o movimiento o partido o también sociedad, lo haría en su cortedad, en sus certezas inequívocas.

Se pretende que seamos cortados con la misma tijera. Por ello, lo que se propone es un “molde” político, religioso, étnico…, uniformante, vaciado en una igualdad de estulticia.

Sin poder sobresalir, se espera la medianía: misma inteligencia, mismas capacidades, misma sensibilidad, mismas acciones.

En el intrincado fondo de la psiquis intolerante, quien padece el síndrome vive –por un lado— el miedo a las diferencias. Por otro, se escalda por el temor o terror a no poderse superar y permanecer idéntico, medible o detenido en su ser estático y paupérrimo.

Y envidia a quien lo supera, en cualquiera o en todos los sentidos. Esa “cosa exterior y diferente” deviene insuperable o invencible.

Entonces, merecería el des—precio, su des—valoración y su negación (negándolo, lo mata simbólicamente, Camus dixit). Porque quien agoniza por el síndrome de Procusto, quiere borrar o aniquilar a quien lo sobrepasa: en estatura, inteligencia, riqueza, belleza, capacidades, haceres, logros y demás sustantivos aumentativos o diferenciales.

El miedo a las diferencias, y la envidia -en espejo-, llevarían al odio (acérrimo).Si se odia una inteligencia superior es porque mide una inferioridad insatisfecha,

Si se odian las pulsiones de vida (alegría de ser y estar, crear e imaginar), se permanecería a la sombra del olvido o la indiferencia. Si se odia la bondad, la grandeza de espíritu, toda generosidad y libertad, se enrosca en forma de áspid y envenena la vida social a toda hora. Si se odia al inventor de mundos, se encierra en un dado marcado con 1 en todas sus 6 caras. Si se odia la multiplicación de los panes, se atraganta con su propia saliva amarga.

Si se odia a los pacifistas seres de luz, se reduce a ser martillo que golpea en todas partes y ocasiones cabezas de clavos.  Si se odian las nuevas preguntas que cuestionan lo establecido o mal conocido, se reducen las respuestas a lo manido y retórico.

Si se odia, en fin, la belleza y sus rostros infinitos, quien encarna el síndrome de Procusto coloca una máscara sin ojos admiradores y descubridores, y sin boca para nombrar nuevas realidades.

Siga usted, señor Procusto o Damastes, su camino, corto o largo. Porque el planeta es todavía redondo y no plano como una mesa frágil e inestable. Es usted un ser derrotado, enemigo peligroso, asaltante de quienes aman la vida sin límites y magnífica, pensada con las manos, sin juicios de valor, sanos de espíritu y novedosos lenguajes.