Anécdotas literarias de Madrid

Pastelería del Pozo en Madrid

Estoy de acuerdo con el final último de “Los intereses creados” de don Jacinto Benavente, cuando Silvia dirigiéndose al público termina diciendo: que no todo es farsa en la farsa, que hay algo divino en nuestra vida que es verdad y es eterno, y no puede acabar cuando la farsa acaba. El autor había publicado la obra en el año 1907. 

Se contaba que don Jacinto Benavente solía acercarse los domingos a la pastelería del Pozo que estaba precisamente en el número 8 de la calle de ese nombre, porque le gustaban mucho los platos que cocinaba Luisa, la esposa de Antón el confitero, y que solía sentarse siempre en una silla que todavía se conserva en el establecimiento. También solían acercarse a la confitería del Pozo para saborear los dulces exquisitos otros autores de ese tiempo como don Pio Baroja y don Gregorio Marañón. En el año 1851 durante celebración de un cumpleaños que tuvo lugar en casa del Maragato Cordero sé que se degustaron hojaldres de esa confitería mientras recitaba sus versos candorosos el jovencísimo poeta don Manuel del Palacio.  

Afortunadamente hoy sigue existiendo la confitería que había sido fundada en 1830, aunque ese mismo local ya llevaba abierto como tahona desde el año 1810. Está muy cerca de la Puerta del Sol. Siguen siendo especiales y únicos sus hojaldres y bartolillos. También se han mantenido las recetas originales de los roscones de reyes, que ya desde el principio se prepararon sin frutas escarchadas. 

También contaban en los entornos de la confitería que durante la Guerra de Secesión Española unos soldados robaron en el Convento de Nuestra Señora de las Victorias algunas joyas y dos espinas de la Corona de Cristo, y al no saber qué hacer con ellas las arrojaron al pozo que daba nombre a la calle y a este establecimiento, y se comprobó que las aguas turbias, que nunca se habían podido beber, se transformaron, de manera repentina, en las mejores aguas de Madrid, e incluso que muchos de los enfermos que la bebieron, remediaron sus males.

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