La mirada del centinela

El mastuerzo de Pucela

Hay ministros que se eligen para provocar tempestades, son capote y morlaco, gatillo y bala, zozobra permanente en el Congreso de los diputados. Hay ministros nacidos para el barro político, como el vallisoletano Puente (no confundir con el de Baltimore, que colapsó tras recibir el impacto de una embarcación fuera de control); éste, el Puente pucelano, todavía no ha colapsado, aunque va camino de hacerlo. 

Dice el ministro que ha puesto a su equipo a leer columnas de opinión para ver cuánto se le insulta en la prensa. Se hace el ofendidito, pobre; él, que ha sido ungido con el óleo de la injuria, ariete de Sánchez en su ánimo por derribar el portón Ayuso del castillo pepero, un vendaval de calumnias es su hoja de servicios. Él, digo, cuenta los insultos de los columnistas, esos amanuenses con tan mala baba que no saben hacer otra cosa que afear la conducta de un funcionario público cabal, un hombre que llegó del frío para poner calentitos a todo quisque de la bancada azul. 

No lo merece, eso de ser insultado, no lo merece. Un colega le tilda de tarugo ilustrado; otro dice que es un fantoche con toga de esparto; añade un tercero que es un badulaque al servicio de su sanchidad; hay quien lo califica de cornicantano de misa atea; incluso alguno lo ha denominado el trapisondista del Pisuerga, en fin, que no se lo merece. Para el PSOE es el comodín del público, el ponente deslenguado que pone a parir al adversario de turno, el machaca de discoteca que pide el carnet a sus señorías entre los leones de Las Cortes, el ogro del cuento de nunca acabar. 

Así que, por favor, no le insulten. Ni siquiera cuando vayan en el tren de Cercanías y, por enésima vez, haya retrasos en los servicios ferroviarios. El ministro de Transportes no tiene la culpa de nada. El señor Puente no tiene tiempo de preocuparse por las naderías de los ciudadanos, a él no le compete la revisión de las infraestructuras de transporte, no puede perder el tiempo en políticas de movilidad, porque él señor Puente está en lo que considera relevante para su proyecto de país progresista, esto es, contar el número de veces que es insultado en los medios de comunicación; sobre todo, en los periódicos donde escriben esos malvados columnistas picajosos que a todo le sacan punta. Si el tren no llega, que no llegue, pero, cuidado, al ilustrísimo mastuerzo de Pucela (perdón, no era mi intención ofender a nadie, es solo el epíteto de otro colega), que no se le menoscabe. 

En fin, en la larga nómina de ministros polémicos ha surgido uno que enarbola la bandera del conflicto. Tampoco nos vamos a rasgar las vestiduras, en el actual gobierno nada puede sorprendernos, entre tantos tramposos, es uno más. Si acaso, con modos más montaraces, más fanfarrón, pero su esencia es la de un tren de Cercanías que ha sido manipulado para que nunca llegue a la estación, la estación de los políticos íntegros.