Las ciudades están siendo invadidas, no solo por inmigrantes ilegales, sino también por mascotas. La sociedad se enferma a gran velocidad. Los perros toman espacios asignados a los seres humanos. Se les ve en aviones en el asiento del lado, en restaurantes y en supermercados. Los perros duermen en las camas de los amos, encima y también dentro de la cama. Incluso he visto perros dentro de la iglesia en el servicio dominical. Mientras en África millones de personas mueren de hambre cada año por desnutrición y se genera mayor emigración, en los países desarrollados las mascotas son adoradas y atendidas como reyes. En las elegantes calles de Madrid, París o Nueva York, se observan coches con perros, elegantemente vestidos y guiados por sus “dueñas”. En muchos países la población no crece, pues los jóvenes prefieren tener perros en vez de hijos. Es el triunfo del egoísmo, pues las responsabilidades de mantener un perro son aún menores que las de tener un hijo. Millones de personas se pasean diariamente en parques con perros a quienes idolatran. Los dueños de perros esperan de los demás que les encuentren bonito su perro y que se les mire con una sonrisa. Se debe soportar al perro ajeno en restaurantes, mientras uno cena o almuerza. Los perros ya viven en apartamentos, en donde claramente están raptados por sus dueños. En muchos aeropuertos los perros “embarcan” en filas preferentes, las cuales tienen prioridad sobre los seres humanos. Al invitar a casa a cenar, algunos creen que la invitación es con perros y se les debe recibir con alegría, aunque para quien invita resulte un desagrado. Los perros consumen miles de millones de euros en alimentos, lo que ha generado una industria de comida y accesorios para mascotas, de gran tamaño y rentabilidad. Los perros aparecen de “modelos” en spots publicitarios y en campañas presidenciales. Los perros también son abandonados en muchos lugares, los que se unen a otros en jaurías silvestres que hacen mucho daño, matando a otros animales, pero no se les puede tocar. Los perros ocupan espacio en el transporte público urbano, restando espacio a los seres humanos. Existen cementerios para perros, crematorios y también se les celebran los cumpleaños. Detrás de esta realidad, se esconde la soledad del ser humano y la incapacidad para formar una familia. La carencia de afectos se suple con un perro. Simultáneamente y no pocas veces, los dueños de perros olvidan que tienen padres o abuelos, a quienes no visitan por estar “ocupados” cuidando a “sus mascotas”. Los adultos mayores, al no ser visitados por sus hijos, compran un perro, para tener a “alguien” a su lado. Los defensores a ultranza de los derechos de las mascotas son a su vez muchas veces pro-aborto, en que el perro es mas importante que el ser vivo guarecido en el vientre materno. En este mundo loco, la legislación se ha puesto muy dura con quien algo le haga a un perro. Se les considera seres sintientes y con derechos. Nadie podría pretender que no existan mascotas. Lo importante es no perder vista que un ser humano tienen prioridad respecto de un perro. Un perro es un perro y no un ser humano. Existen algunos que piensan que las mascotas reducen el riesgo de ansiedad y depresión. Otros creen que son favorables para la salud física y emocional. Es correcto cuidar bien a las mascotas y tener al día sus controles veterinarios, pero eso no cambia el tema de fondo, cual es que hay millones de seres humanos en todo el mundo esperando ser queridos y tomados en cuenta. Si solo se destinara una parte del tiempo y recursos que los humanos destinan a las mascotas, a acompañar a personas solas y abandonadas, tendríamos un mundo mucho mejor. La “petofilia” es una enfermedad en la cual el amo pierde el sentido de las proporciones y pasa a depender en su vida diaria del afecto por su mascota. Solo el equilibrio emocional y la conciencia de que no se debe confundir el significado y la jerarquía de un ser humano con la de un perro o gato, nos hará recuperar el sentido común, en lo que a mascotas se refiere.
