De otros lados

Una mañana de trabajo

La alarma nunca es un buen presagio. Habrá que comenzar el día. Sería sencillo si pudiera sacar mi cuerpo de la cama, que nunca colabora: las piernas alegan la una con la otra, y las manos todavía dormidas. Luego la ducha, el agua fría, la misma camiseta negra. Y mirar un poco alrededor, donde las partículas de polvo, al contraste de la luz, me dan los buenos días.

Habrá que bajar a desayunar. Bajar intentando rozar despacio los peldaños de madera. Lleva algún tiempo desatendida, verás, hay mucho trabajo fuera de casa. Les he colocado un cuadro, también viejo, sobre la pared a la que miran, un poco para distraer, para que relacionen lo bello con lo antiguo, aunque no siempre sea cierto. Sinceramente no hay tiempo para sopesar si lo es o no. Lo indispensable es llegar al trabajo, estar a la hora, encerrarse en la oficina y conseguir terminar el papeleo del día. Yo lo intento, no tan rápido como mi compañero, pero ese sujeto no hace tanto, no tanto como yo. Además, yo atiendo un poco otros recados, y él no hace nada más que papeleo. 

He visto pasar un recuerdo por el salón. Me desajustan el orden con que los apilo y no tengo tiempo para acomodarlo, no ahora mismo. Son algo curioso, los recuerdos: con su figura de alfombra mal doblada, torpe al caminar. Me dan ternura. Tiene su rótulo bien puesto: es el día de hoy, nueve de abril. Nuestro cumpleaños. Mamá era la menos adecuada para cumplirlos. Ella no entendía el paso del tiempo. Lo comenzó a entender conmigo, cuando empecé a crecer: cada nueve de abril, ella guardaba su vela en cajitas de colores, y la dejaba en mi mesita de noche. Su año como obsequio para mí.

Pienso en vivir hacia atrás: volver al primer día de trabajo y conseguir el reconocimiento, o quizá llamarle a mi hermana y a sus hijos, o tomar un helado de vainilla en domingo, o volver seis años para regresarle a mamá su regalo, uno a uno, hasta llegar a la infancia y tener a la vez todos los años que queramos. Y que me viera con mi portafolio nuevo, andar en bicicleta, ayudarme con los asuntos de la casa y con los temas que todavía no entiendo. Quizá cambiaríamos todos esos recuerdos viejos y apilados.

Pero uno no puede quererlo todo. Y no puedo llegar tarde al trabajo.