A Volapié

Los límites del Estado de bienestar

Los que hayan leído algunos de mis artículos recordarán que he criticado el exceso de gasto público, el déficit en tiempos de expansión económica, así como el enorme endeudamiento que esto conlleva. 

El crecimiento del Estado acaecido desde 2009, y reforzado desde 2018, no ha servido para generar riqueza real, ni para reducir la pobreza. Teniendo en cuenta la inflación acumulada según el INE, la renta per cápita de 2023 no supera a la de 2009, pero estamos mucho más endeudados. Si además ajustamos los datos en función de la deuda per cápita, entonces la caída de la renta real desde 2009 supera notablemente el 7%.

Los 4,5 puntos de PIB adicionales que ha gastado el Estado anualmente de media desde 2009 han tenido un nulo impacto en términos de renta real porque i) un notable porcentaje se ha empleado en gasto corriente improductivo y clientelar; ii) por la falta de eficacia y eficiencia de las AAPP, salvo honrosas excepciones, iii) debido al enorme crecimiento de la deuda per cápita, +166% desde 2009 y iv) la falta de políticas orientadas a la productividad. La realidad es que desde entonces, y especialmente desde 2018, España declina y se aleja aceleradamente de la media europea (-10 puntos porcentuales).

Queda claro a la vista de estos números que el actual sobredimensionamiento del sector público financiado con una elevada carga fiscal y un endeudamiento disparado no está funcionando. En vez del Estado del bienestar, hay gente que ya empieza a hablar del Estado del malestar.

A lo largo del siglo XXI se han debilitado las correlaciones que había antaño entre el gasto público y el crecimiento, la reducción de la pobreza y las desigualdades. Cuando uno abusa de una medicina, esta deja de hacer efecto en el cuerpo, lo mismo sucede con el cuerpo social. No sólo hace daño gastar demasiado a costa de mayores impuestos y de más deuda, es también cómo se gasta. 

Hay que tomar deuda para invertir en la famosa Formación Bruta de Capital Fijo, para formar el capital humano en la excelencia, en I&D, en infraestructuras, etc...pero endeudarse regularmente para financiar un sistema asistencial improductivo lleva a la ruina del país. 

Si estos niveles de estatismo son nocivos, ¿a partir de qué peso el sector público deja de ser un vector de crecimiento y se convierte en un lastre empobrecedor?. Esta es la cuestión.

Todos sabemos que el Estado es necesario, pues sin él caeríamos en la anarquía, y la sociedad se disolvería en el crimen y la violencia. Sin duda alguna necesitamos policía, justicia y defensa. En esto estamos todos de acuerdo, probablemente. A partir de aquí surgen las diferencias y se puede debatir largo y tendido acerca de qué otros servicios debe proveer el sector público, ya sean la sanidad, la educación u otros. Qué debe hacer la res pública no es el objeto de este artículo, aunque sabemos que no debe tratar de abarcarlo todo y no debe dirigir la economía, pues cuando lo hace siempre fracasa.  

Hemos podido comprobar que cuando el estado lo controla y maneja todo, como fue el caso de la URSS, de Cuba, Corea del Norte, la China de Mao, entonces la sociedad se empobrece brutalmente, las libertades desaparecen, y con frecuencia la vida también. El poder absoluto corrompe absolutamente, no lo olvidemos. 

Actualmente los principales países de la UE tienen un sector público que oscila entre el 43% y el 58% del PIB. España roza el 48% y según las declaraciones del gobierno quieren ir más allá. Hay que recordar que una gran parte del 52% restante de la economía está bastante, o muy regulado, por el estado. Por lo tanto, la parte del sector privado que se desenvuelve en razonable libertad es muy modesta. De ahí el declinar de la vieja Europa.

No hay espacio aquí para analizar cada país, pero aquellos como Francia o Italia con un sector público que roza el 60% no van bien, tienen un desempeño económico-fiscal y social mediocre o negativo. 

Como prueba de lo que digo, Suecia, antaño prestigiosa por su enorme Estado del bienestar, lo ha reducido brutalmente desde el 70% de la segunda mitad del siglo XX al 47% del PIB actual. No ha sido por amor al liberalismo, ha sido el fruto de décadas de muy malos resultados.

Parece lógico pensar entonces que el rango del 60 al 70% no es óptimo. Muchas de las naciones prósperas occidentales suelen estar entre el 40 y 45%. Es el caso de Alemania, Australia, Holanda, Nueva Zelanda, o Canadá. En cualquier caso, el 45% del PIB debería ser el máximo. España ya va por el 48%. Como mínimo tenemos que recortar el gasto público en tres puntos del PIB o 45.000 millones.

EEUU está en el 36%, aunque se puede objetar que tiene carencias en sanidad y educación. Si no fuera una superpotencia global, podría recortar a la mitad su presupuesto de defensa y emplear ese dinero en los servicios mencionados sin aumentar el peso del gasto público. Con ese 36% podría tener un Estado del bienestar eficaz. Es el caso de Suiza.

Suiza tiene un 33% de gasto público sobre el PIB. Este país es para mí el número uno en muchos aspectos, especialmente porque es el que tiene la democracia más avanzada. Suiza es un país muy rico gracias a su potente sector privado, la alta formación de su capital humano y la moderación del sector público. Tiene todos los servicios imprescindibles de un Estado del bienestar eficaz sin excesos. 

Fuera de Europa o Norteamérica, hay países prósperos como Corea del Sur con el 28% o Taiwán con el 18%. No obstante, no me parecen los comparables adecuados para un país de la UE como es España, con nuestra particular idiosincrasia y perfil sociocultural, y por lo tanto los descarto. 

En conclusión y a la luz de los países comparables, tenemos un rango subóptimo que va del 33 al 45%. A lo largo de las mejores épocas de nuestra democracia hemos oscilado entre el 38 y el 41%.

A la luz de todo esto, me parece que un objetivo óptimo y razonable de gasto público para España es el rango del 35% al 40% del PIB. Este es el nivel que permite tener un Estado del bienestar correctamente estructurado y eficaz, sin comprometer o lastrar la capacidad de generación de riqueza y empleo del sector privado. Es la forma de reducir las desigualdades y la pobreza, de fortalecer las clases medias y la solvencia de las AAPP. 

Un Estado solvente tiene más medios para ocuparse de aquellos que no pueden valerse por sí mismos. Si queremos tener recursos para gasto social, este es el camino, y no el del déficit y endeudamientos permanentes. No solo esto, habrá menos gente necesitada de ayudas económicas pues el desempleo será mucho menor. 

Por lo tanto, buscando el nivel de gasto público óptimo que maximice el crecimiento, la renta, el empleo, la sostenibilidad de las cuentas públicas, y además reduzca la pobreza, España tiene que recortar su gasto público en al menos 7 puntos de PIB para llegar al menos al 40%, es decir 98.000 millones de euros. 

Esto es factible y debe ir acompañado de desregulaciones y liberalizaciones, de una menor carga fiscal, y en fin, de un menor intervencionismo público. No hace mucho España estaba en el 38%, por lo tanto podemos hacerlo. No estoy siendo muy agresivo, porque Suiza está en el 33% y creo que es el espejo donde debemos mirarnos. 

Por encima del 40% de gasto público sobre el PIB, la utilidad marginal de cada euro adicional de gasto financiado con deuda decrece, por encima del 45%, se acerca a cero. Y, sin embargo, este es el terreno adonde nos llevan desde 2017. Estos enormes niveles de gasto público solo favorecen a los políticos, a sus familiares, amigos y clientes. Debemos ser conscientes que a la gran mayoría de los 47 millones de Españoles nos perjudica, nos empobrece y cercena el futuro, y no pocas libertades.

Si queremos que nadie se quede atrás, más prosperidad para la mayoría, y recursos abundantes para los necesitados, entonces hay que reducir el peso del Estado al 40% o menos del PIB. Suecia es un buen ejemplo ya que ha reducido sin trauma alguno su gasto público en 23 puntos del PIB. Yo creo que el óptimo maximizador es el 35/37%, pero me conformo con llegar al 40%. 

Tengamos en mente todo esto la próxima vez que vayamos a votar. Nos jugamos mucho.