Del sur xeneixe

Jose Solla, el inmigrante que partió de Galicia pero nunca salió de su aldea

Parte segunda.
Carlos Semino
photo_camera Carlos Semino

Ya dejadas atrás las peripecias que rodearon su llegada al país, nos abocaremos al tema que más  nos interesa. 

Para comprender su valor como artista y su trayectoria como pintor, debemos distinguir los dos  grandes periodos que marcan su vida. 

En cada uno de ellos persiguió objetivos definidos y ensayó búsquedas distintas. Los acontecimientos que componen dichos periodos transcurren en escenarios diferentes y las  acciones que los conforman tributan a “dioses diversos”. 

Inicialmente y durante dos décadas y medias rindió un laborioso culto a Mercurio, dios del  comercio, que alternó circunstancialmente con alguna ofrenda a Apolo. 

Después de 1975 arrebatado por los susurros de este último y atado al palo del velamen que le  asignó la vida, como Ulises, decidió no escuchar en adelante otras sirenas que las que le transmitían inspiración para desarrollar su arte. 

Se había convertido al cabo de 11 años de laborioso quehacer en un próspero comerciante  dedicado en forma casi exclusiva a la comercialización de productos frescos relacionados con la  pesca, actividad en la que obtuvo jugosos beneficios. 

Gracias a ello, adquirió a comienzos de la década de los años 60 el chalet de la calle Falucho donde  comenzó a darle forma a su sueño artístico armando en el primer piso su taller y abriendo más  tarde (en el año 1961) su propia galería, la que por ese entonces funcionó irregularmente como tal  incluyendo periodos en los que no operó. 

Atrás habían quedado los años de estudio en la Escuela Martin Malharro de la ciudad balnearia y  los encuentros-desencuentros con su maestro orientador el colérico Demetrio Urruchua con quien  mantuvo a lo largo de los años una relación tensa y de “humores cambiantes”. La galería, también era punto de encuentro con otros artistas locales y en algunas ocasiones  llegaba también el destacado maestro nacido en el lugar Juan Carlos Castagnino ya consagrado en  el ámbito nacional, que mucho hizo para que Solla tomara la decisión de abrir la galería en las  cómodas salas de la planta baja. 

Comenzó por entonces a obtener algunos premios y menciones en los certámenes locales y aún  capitalinos a los que concurría, que acicatearían su decisión de persistir en el arte, aunque  resultaron insuficientes en ese momento para decidirlo a cambiar el mostrador de comercio por el  atelier de artista. 

Fue en el año 1975, después de atravesar fases de dudas e incertidumbre, que llegó el día en que,  apoyado por su familia, adoptó la decisión definitiva de dedicarse enteramente a la pintura. Aunque lo hizo de un modo “sui generis”. 

Conservó, al modo de reaseguro, la actividad de “marchand”, que desarrollaba en su propia galería, ocupando el espacio que dejaba el antiguo mostrador del comercio. Y fue precisamente en busca del marchand, que llegué un verano de comienzos de los años 70  hasta la galería de la calle Falucho, donde adquirí dos temperas del gran maestro argentino  pintadas en Portofino. 

Fue al mismo tiempo, el momento que nació una amistad –interrumpida por décadas más tarde  por razones que se encontraban más allá de nuestra voluntad, reencauzada desde el año 2011 en  encuentros anuales y sólo truncada por su muerte en el año 2021. 

Ese desdoblamiento, verdaderamente atípico, (artista-marchand) no la encontré replicado en  ningún otro maestro en el plano nacional– y en verdad estuve estrechamente vinculado durante  décadas por razones profesionales a varios maestros de su dimensión artística.

Situados ya en 1975, estamos llegando al momento en que se convierte “en pintor de tiempo  completo”, la etapa que marca el nacimiento del artista de relieve.------ 

Se inicia por entonces el periodo en que su estilo más personal comienza a madurar. Entre los años 1976 y 1978 reside en la península ibérica, donde estudia con intensidad las  expresiones del arte románico y gótico. 

Esa experiencia tanto como las recurrentes visitas a los grandes museos europeos nutre su espíritu  artístico de nuevas vivencias, las que alimentan cada vez con más vigor, a las míticas tradiciones  de su tierra. 

Por ello, cuando se analiza el conjunto de la obra de este artista en particular, surge de inmediato  la necesidad de indagar sus raíces. 

Solla es un caso peculiar 

“El inmigrante que no fue” retornaría a los pocos años de su llegada al país a su terruño, y desde  entonces, lo haría regularmente hasta el año 2019, para vivir la mitad de cada año en su espacio  reparador. 

Se había formado en nuestro país, pero a medida que avanzaba en el conocimiento de los medios  expresivos y las diferentes técnicas pictóricas, la “distancia” lo internaría cada vez más en el  mundo de su infancia. 

Podríamos decir, incluso, sin exagerar, que toda su obra de madurez constituye el desarrollo de  una fábula lirica idealizada que recupera las narraciones de sus mayores. 

Son escasos, sin dudas, los artistas que se han animado a plantar los personajes de sus narraciones  pictóricas en un terreno ilusorio iluminado por el espacio aéreo antes que por la tierra firme. Un crítico argentino, Cesar Magrini, definió con justeza su arte en alguna oportunidad; “irrealismo  poético” lo llamo, a mi juicio acertadamente. 

Parece ignorar la existencia de la ley de gravedad, razón por la cual se articulan sus imágenes  sobre la tela o el papel con la misma seguridad con la que en su infancia los aldeanos lugareños,  sin respetar la sintaxis lógica o narrativa cuentan la historia mitificada que han escuchado de sus  mayores 

Podríamos traer a la memoria algunas obras, por ejemplo, del maestro ruso Marc Chagall que  proviene de fuentes de parecida naturaleza, pero en su quehacer es la delicadeza de la poesía la  que prima la solución sobre otras inspiraciones de naturaleza menos deletéreas. Nuestro artista, en cambio, consciente que el mundo anímico y visual se alimenta de pasiones,  instintos, sentimientos, deseos y religiosidad, mezclados todos ellos en pócimas variables,  construye frescos abigarrados de personajes semirreales u oníricos, que interactúan en un espacio  imaginario, dejando librado al espectador la elección de su interpretación. 

O quizás “su imaginería critica, lirica, lúdica y satírica” no sea más que un espejismo y la verdadera  raíz de su arte se encuentre en ese intento desesperado de encontrar el significado de los signos  en ese loco de su pueblo que para expresarlo con sus mismas palabras “tallaba la piedra que  encontraba” y “escribía frases”, acerca del cual, para aumentar mis dudas llegó a decir que “no se  por qué las cosas que hago ahora se parecen (a sus obras) cada vez más”. 

Así pues, podemos dar ahora respuesta al interrogante inicial que planteaba la nota;  ¿fue Solla un inmigrante tardío? 

¡Su arte nos responde que no! 

Que nunca salió de su aldea…