Opinión

Fakeminismo S.A.

En los años 60, Martin Luther King gritaba en las manifestaciones: “¡No soy negro, soy un hombre!”. Pero si hubiera hecho lo mismo hoy, habría sido denunciado por los iconos del fakeminismo, como Pauline Harmange, autora del libro Hombres, los odio. El título ya es una falsedad, pues cuando uno ve fotos de la autora, comprueba que, si realmente odiara a los hombres, no tendría esa imagen tan androgenizada, una imagen ante la que el psicoanalista Jaques Lacan, francés como ella, no hubiese dudado en hacer un diagnóstico inmediato. El libro ha tenido mucho éxito, por dos razones: una, porque un funcionario del Ministerio de Igualdad francés lo quiso censurar, y dos: porque el odio se ha convertido en un producto de consumo que puede crear adicción en los circuitos del placer de nuestro cerebro, realidad que conocen muy bien los especialistas en neuromárketing. Gracias a la torpeza del funcionario, la autora que odia a los hombres pero se corta el pelo como ellos, ha tenido un golpe de suerte espectacular, comparable al que tuvo Dan Brown, cuando sectores católicos quisieron censurar El Código Da Vinci, una novela que a pesar de tener una prosa tan exquisita como la de Marcial Lafuente Estefanía, alcanzó fama internacional.

El feminismo no vende, pero el odio, sí. Porque mientras el feminismo utiliza la razón, proponiendo debate y reflexión, el odio explota la hiperemotividad. El primero es de consumo continuado, mientras que el segundo es de usar y tirar. Por eso, la estrategia de la autora de Hombres, los odio, es que, gracias a este odio, el feminismo sea transformado en misandría. Es decir: en fakeminismo. Para ella, la costumbre criminal que los hombres tenemos de hacernos los dormidos en el sofá a la hora de fregar los platos, debería figurar como delito en el Código Penal. Para ella, el relativismo se debe aplicar a todos lo valores, ya que no existen los valores absolutos, pero jamás al propio fakeminismo, que quiere presentarse como el más absoluto de los valores. Su estrategia no es construir una sociedad fraternizada, basada en la igualdad, sino una sociedad bipolarizada, basada en el continuo enfrentamiento. Por eso, el fakeminismo no se fundamenta en la moral propia, de la que carece, sino en la criminalización ajena, de la que va sobrado.. El fakeminismo detesta valores morales como los de Sócrates, Kant o San Agustín, pero se presenta algunas veces como nietzscheano, no porque se identifique con el superhombre de Nietzsche, precisamente, sino por las oportunidades que éste le da para ser anticristiano. 

El fakeminismo no es malo por ser feminista. Es por ser falsamente feminista, por lo que es realmente malo. Es un peligro, porque se aprovecha de la lucha histórica del feminismo, para justificar el fanatismo. El feminismo lucha, mientras el fakeminismo llena la hucha. El feminismo nos dice que la mujer no debe ser considerada inferior, por el hecho de ser mujer, mientras el fakeminismo nos dice que todo hombre debe odiarse a sí mismo, por el simple hecho de ser hombre. El fakeminismo nos dice que toda mujer tiene derecho a hacer con su cuerpo lo que le dé la gana, pero si una mujer decide, libremente, usar este derecho y mostrar su cuerpo semidesnudo en un anuncio, entonces el fakeminismo acusa a la empresa anunciante de cosificar y humillar el cuerpo de la mujer. Como las fakeministas odian la belleza de la mujer, por ser una belleza que ellas jamás tendrán, con la excusa de defender a la mujer, exigen la represión constante de su belleza. Una conducta que recuerda a la de los diseñadores de los años 80, que se servían de las mujeres para promocionar sus vestidos, pero en el fondo las odiaban, porque envidiaban esa belleza natural que ellos jamás lucirían. Narcisistas hasta el paroxismo, imitaban los gestos de la mujer, la voz de la mujer, pero odiaban a la mujer por el simple hecho de que ninguno de ellos, a pesar de mostrarse tan cómicamente afeminados, jamás sería una mujer verdadera. Por eso masculinizaban de forma cruel a sus modelos, exigiéndoles unas medidas imposibles, lo suficiente como para que muchas acabaran en el hospital, con gravísimos problemas de anorexia. En los años 80 y siguientes, cientos de menores de edad, por querer imitar a las modelos, acabaron en el cementerio. Es el triunfo de la envidia, el odio y la mediocridad. 

También las fakeministas gritan: “El machismo mata”. Pero esto es tan falso, como su falsa solidaridad. El hombre que mata a una mujer, no lo hace porque sea un machista: lo hace porque es un asesino. Y si lo hace porque sufre un trastorno mental, las fakeministas le niegan la posibilidad de estar enfermo. El hombre que mata a su esposa o su amante, no lo hace abanderando la causa machista. Al igual que la mujer que mata a su marido o a sus hijos, lo hace por eso: porque seguramente sufre un trastorno mental que, en muchas ocasiones, nadie le ha diagnosticado. Lo que ocurre es que, en el caso de que el asesino sea un hombre y su trastorno haya sido diagnosticado debidamente, aunque no debidamente tratado, el presentador del Telediario, fakeminista a sueldo, jamás nos lo va a decir. Cuando esto ocurre, la noticia se presenta así: “Nuevo crimen machista en....”. Y luego la noticia se tertulianiza por los colaboradores del programa, graduados todos en Expertología. Ya nos avisó Aristóteles: el pathos, es decir: el recurso a la emoción, es una de las maneras más sutiles, y más eficaces, de manipular a la audiencia. 

Todo fake es malo por definición, pero lo malo que se aprovecha de lo bueno, es doblemente intolerable. El fakeminismo es un machismo disfrazado de hembrismo. Y lo peor: el fakeminismo es el más peligroso enemigo del feminismo, pues por culpa de su delirante victimismo, acaba caricaturizándolo y ridiculizándolo ante toda la sociedad.