Opinión

Aquiles, Realidad y Mito

Nunca antes Aquiles había visto a la mujer por la que pelearía durante nueve años cuando partió hacia Troya. Aun así, a sabiendas de que moriría en aquella guerra, el héroe decidió cumplir su destino. Hoy pasan la eternidad juntos en la blanca isla de Leuke. O al menos lo hacen las dos estatuas de Helena y Aquiles que presiden el templo situado en dicha isla.

Pero el héroe más grande de todos los tiempos no murió en Troya. En palabras de Rilke, la muerte de un héroe no es sino un pretexto para ser: su nacimiento último. Nunca sabremos si Aquiles fue hijo de Peleo y Tetis o nació de la pluma de Homero (u otro aedo de la época), lo que sí que podemos afirmar sin temor a equivocarnos es que su leyenda nació en el mismo momento en que trascendió su humanidad. Cuando se convirtió en un arquetipo.

Escuchaba hace unos días una charla del fallecido Antonio Escohotado, en la que refutando a un idealista que afirmaba que la historia de la humanidad avanzaba siempre en la dirección del progreso, el controvertido filósofo madrileño, respondía: cómo puede afirmar eso, si la historia de occidente no es más que el intento por preservar la cultura griega

¿Y qué sabemos de los griegos? Bastante poco, la verdad. Pero si algo ha llegado a nuestros días son sus historias. Sus mitos.

Aquiles pudo ser el hijo de un héroe y una diosa, pudo ser una combinación de varios líderes militares de su tiempo, pudo no haber existido nunca, pero eso ya da igual, porque su mito es mucho más importante que su historia. Es más importante porque la ficción no necesita de elementos circunstanciales para construir un relato. Cualquier biografía recogería su lugar de nacimiento, los nombres de sus padres, los lugares en los que estuvo, cómo y dónde murió… Y, si bien el mito de Aquiles contiene las respuestas a todas estas preguntas, ninguna de ellas es relevante. Aquiles no es Aquiles por ser hijo de Peleo (aunque eso le granjeara el sobrenombre de “Pélida”), ni por haber nacido en Ftia, ni siquiera por que muriese en la guerra de Troya. Aquiles es Aquiles por representar una serie de valores morales y estéticos. Aquiles es un ideal.

Lejos de ser una boutade de Escohotado, su respuesta encierra una gran verdad. Los mitos griegos recogen en sí mismos toda la historia de la humanidad. Nos contienen y nos superan.

En la pared de una de las habitaciones del Palacio de Liria, antigua residencia de los duques de Alba, cuelga un tapiz que representa una escena de la guerra de Troya. La peculiaridad es que su autor, decidió situar este acontecimiento en su propia época. Así, podemos contemplar con asombro a los Aqueos y las Amazonas vistiendo yelmos, espadas y armaduras del siglo XV. Del mismo modo, años más tarde, Ernst Jünger compararía la valentía de los jóvenes combatientes de la primera guerra mundial con la de aquellos héroes de la antigüedad que perdieron la vida en Ilión, y tantos otros artistas harían lo propio.

Pero ¿de dónde viene esta fijación con la guerra de Troya? ¿Acaso no ha habido guerras más grandes y cruentas en los casi tres mil años que nos separan de ella? Por supuesto que sí. De hecho, es bien probable que esta ni si quiera ocurriese (al menos no tal y como la recoge Homero en sus cantos). Una vez más la historicidad del evento es irrelevante. La ficción es lo que trasciende porque ordena en ideas la realidad, no en datos.

Aquiles es El Héroe, del mismo modo que la guerra de Troya es La Guerra. Tomando las tesis de otro ilustre ciudadano griego, Platón, los mitos clásicos serían a nuestras vidas lo que el mundo inteligible es al mundo sensible. 

Somos, por tanto, un reflejo imperfecto de la divinidad. Pero por fortuna, aún en nuestras imperfectas vidas existen pequeños momentos, grietas, por las que se cuela lo sublime y algunos días, durante un breve instante resplandecemos como las grebas de Aquiles, nos invade la pericia de Teseo, oramos con la elocuencia de Ulises, o combatimos con el tesón de Hércules. Y lo seguiremos haciendo, y lo seguirán haciendo quienes nos sucedan por toda la eternidad, porque, parafraseando la cita de Salustio que Roberto Calasso utilizó para prologar Las bodas de Cadmo y Armonía: Estas historias jamás sucedieron, pero son siempre.