Opinión

Medardo Rosso

Hay una visita obligada para los amantes de la escultura del S.XX y de los seguidores del decurso vanguardista dentro de la programación expositiva de otoño, y no es otra que la sobresaliente muestra que la Fundación Mapfre dedica al artista italiano Medardo Rosso en su sala del Paseo de Recoletos en Madrid.

La ambiciosa selección - alrededor de 300 piezas – se presenta en estrecha colaboración con el Museo Medardo Rosso de Barzio (Italia).

Rinde esta muestra un merecido tributo al creador total, rupturista, experimental y determinante en la comprensión de la plástica de primera mitad del siglo pasado; el buen salvaje rebelado contra el oficialismo de un arte apologético al servicio de la moral burguesa.

Comisariada por Gloria Moure, la exhibición supone un genial epílogo a la colección expuesta en el CGAC (el museo celebraba este fin de semana su 30 aniversario) bajo su dirección en 1996, con un recorrido sin jerarquías ni línea cronológica, donde los vaciados en yeso, los modelados en cera, la fotografía o la fundición en bronce adquieren una importancia pareja dentro del – tan vigente – corpus del italiano.

Moure no solo tiene en su haber la realización de la que era hasta hace una semana la única antológica del artista en España, sino también la aportación de los primeros estudios críticos profundos en torno al ideario artístico y formal del genio de Turín.

Redimiéndole de alguna manera “del cajón del impresionismo y su batalla pérdida frente al éxito de Rodin” para abrir un objetivo más amplio, una visión distinta de su obra que lo conecta con Boccioni y los futuristas, y lo erige como precursor necesario de los escultores de la contemporaneidad.

Y es que cuando nos acercamos a una personalidad tan singular como Rosso, toda la literatura del paragone consecuente al eterno duelo perdido con Rodin, resulta tan yerma y fatigosa como su oportunista adscripción al movimiento impresionista por parte de la historiografía moderna.

No ha lugar la comparación, toda vez que la frenética frescura de Rosso no es sino una fisura en la canónica “dictadura” de los maestros franceses. Con Rodin como valedor de una constitución escultórica refrendada por Thorvaldsen y Canova que asienta su primacía en un canon milenario.

Rodin revisa y reinterpreta el molde del naturalismo con un talento artístico sin precedentes, bendecido por una pulsión pendular entre la idea y la forma que resulta en arte eterno y atemporal. Revisa algunas reglas del juego grecorromano, pero su ingente aportación es más bien una implementación continuista en contraposición con la asonada disruptiva de Rosso.

Sírvanos de referencia la experiencia de Brancusi, que tardó menos de un mes en abandonar el taller de Rodin, en Paris, por creer que su revolución escultórica no podría fructificar a la sombra de un árbol tan grande.

Medardo Rosso, directamente inventó un nuevo juego, porque (como hiciera el Parzival de Spielberg), inicia la carrera marcha atrás desde la línea de salida.

Desdobla una nueva dimensión inexplorada donde imaginar un desarrollo procesual libre de convencionalismos y exigencias materiales.

Tortura el soporte y somete el procedimiento para la captación de la fugacidad de los cuerpos visibles.

Estamos ante el escultor de la Vanitas.

El tema intrascendente cobra protagonismo para representar una obra teatral donde el actor principal es la luz.

La vocación de Rosso es más experimental que estetizante, elevando al mismo grado lo inanimado o lo humano, en aras de la captación de un realismo fugitivo.

Paradojicamente, el escultor de lo cotidiano e intrascendente, legó un nuevo canon trascendental y místico, preñado de una verdad y carga estética que lo entronca con las luces de Caravaggio y las sombras del non finito de Miguel Ángel.

Medardo Rosso ha llegado a Recoletos, hay sangre en el museo de cera.

Los contornos se derriten, las figuras se desvanecen en un drama sustanciado de tiempo, fugaz y pasajero, el tempus fugit, en todo su verismo perecedero y mortal.

David Ferreras Pernas
Marchante e historiador del arte