Opinión

«De suelta lengua» para «mirar al cielo»

La discreta enamorada
photo_camera La discreta enamorada

Afirmaba Cervantes en su Pedro de Urdemalas, al enumerar las virtudes que todo actor debiera tener: 

sé todos los requisitos

que un farsante ha de tener

para serlo, que han de ser

tan raros como infinitos.

De gran memoria, primero;

segundo, de suelta lengua;

y que no padezca mengua

de galas es lo tercero.

Soltaremos, pues, la lengua, con la mejor de las voluntades, en esta recién nacida columna, con el objetivo principal de glosar algunos de los asuntos teatrales que me inquietan, recomendar los montajes señeros de la cartelera madrileña y apuntar cuestiones de diverso calado sobre el arte de Tespis. No pongo fronteras a mi campo individual para aprovechar estas líneas como desahogo cultural en alguna ocasión, por lo que se me perdonarán los subjetivismos, las salidas de tono y alguna que otra tropelía de variable envergadura. 

Abro, pues, las puertas de este pequeño teatrito, subo los telones y oscurezco la sala para darle la bienvenida, espectador generoso, a este singular tablao periodístico.

*    *    *

Y ya que estamos, aprovecho la coyuntura de esta presentación. Me hace especial ilusión comenzar esta andadura recomendando uno de los montajes más interesantes de la temporada; hablo de la nueva producción de la CNTC, La discreta enamorada, de Lope de Vega, dirigida por Lluís Homar, también director de la casa, con la que se estrena la sexta promoción de la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico.

La comedia lopesca, gestada en torno a 1606, sigue los cánones clásicos de la comedia nueva y los patrones de enredo entre parejas de amantes con un singular tratamiento del universo femenino. Fenisa, la discreta protagonista de la obra, inteligente y hermosa joven sujeta al estricto control de su madre, se ve inmersa en una vorágine emocional que desencadenará hilarantes escenas de confusión y hermosísimos parlamentos amatorios en donde emerge un carácter imparable, una noción modernísima de la libertad y una renuncia férrea al sometimiento. Mención especial merece en este sentido el encomiable trabajo de las dos actrices que hasta la fecha han dado vida al personaje, Nora Hernández y Cristina Marín-Miró, en cuyo espíritu parecen temblar las pulsiones y los afectos. 

El moderno juguete escénico de José Novoa, que interactúa a su vez con el entorno desaforado del propio teatro, el envolvente y juvenil espacio sonoro creado por el talentoso Marc Servera, la iluminación a caballo entre el intimismo y el after de Pilar Valdevira, amén de la acertada decisión del director de mantener al elenco presente en todo momento ante los ojos del espectador, hacen de esta delicada pieza un mecanismo de relojería intachable.

Un elenco pletórico, efervescente, rebosante de juventud –incluyendo a los veteranos Lluís Homar y Montse Diez– que varían de personajes cada semana, otorgando al montaje de una frescura y un arrojo que nos hace volver a confiar en la recuperación de nuestros clásicos sobre las tablas, siempre en permanente diálogo con nuestro presente.

«¿Que no he de mirar al cielo?», replica rebelde la joven protagonista a su madre al inicio de la obra, cuando esta le ordena: «Baja los ojos al suelo, / porque solo has de mirar / la tierra que has de pisar». Sale uno de la Comedia deseoso de soltar la lengua para callar las voces del imperativo y anhelante de esa libertad que mueve a la protagonista a conseguir su objetivo vital, que es el de todos nosotros, el de alcanzar el amor como motor del bello y buen mundo.

No se la pierdan, hasta el 26 de noviembre en el Teatro de la Comedia.

Daniel Migueláñez

Filólogo y actor. Compatibiliza su actividad teatral con la de docente en la Universidad Complutense de Madrid y en la University of Southern California. Miembro de la Academia de las Artes Escénicas de España y del Instituto del Teatro de Madrid.