Opinión

La mirada de Ulisas

Soy Bella Clara Ventura, poeta y novelista colombo mexicana israelí, viajera por naturaleza y empeño. Esta columna que inicio la bautizaré “La mirada de Ulisas”, referente a aquel maravilloso polizón del Mediterráneo, que le dio a Penélope motivo de soñar y añorar. En los textos me propongo escribir sobre la traza de tejidos y destejidos que recuerden la condición humana.

Acabo de regresar de un crucero que me permitió acostar en Malta, Siracusa, Santorini y en Mikonos, tres países recorridos sobre unas inspiradas aguas de leyendas e historias. Mi relato inicia con un hecho que me marcó, al referirme a situaciones que mi sensibilidad condena. Participaba en el 42 World Congress of Poetry, que este año tuvo la brillante idea de tener lugar en un paseo sobre el mar, para darle la oportunidad a la poesía de navegar la fantasía y a las personas que acudimos al llamado del encuentro poético para recorrer otros universos que las mareas ofrecen. Me detendré en el detalle humano no tanto en los paisajes que muchos ya han visitado y lo saben de belleza ponderada, pero tal vez no se han topado con una situación que me impresionó. Descendíamos mi marido y yo a lomo de caballo, otros sobre asnos bajaban la cuesta de Santorini, conocida por su dificultad; retadora para los caminantes y amantes de la aventura.  Ambos habíamos subido los 500 y pico de escalones y transitado sus calles por lo tanto el cansancio se alojaba en nosotros como en otros turistas que optaron por una solución igual: la alternativa de cabalgar la cuesta en vez de hacer largas colas para el teleférico. En la parte final de la ruta estaba una pareja de americanos tirados en piso, el hombre de cierta edad acusaba un gran malestar. Las escaleras habían dejado huella en sus piernas vencido por el cansancio. Anhelaba que se le trasportara en un animal y cuál sería mi sorpresa que se pidió el doble del importe. Nosotros habíamos pagado cada uno 10 euros por la proeza de descender a dorso equino, y al míster se le exigía el doble frente a su fragilidad. Contestó que no tenía euros, lo que encendió la ambición del negociante y con el brillo del ojo encendido le solicitó la suma de cien dólares por un corto trayecto. La pareja ante el desespero y la premura del retorno al barco accedió a cancelar el costo requerido. Yo no podía darle crédito al abuso. Pedí renegociar, no se me permitió y ante la negación el gringo maltrecho pagó la suma instada. No pude evitar derramar unas lágrimas durante el resto del trayecto al sentir mi impotencia y saber que la debilidad humana se explota en vez de ser motivo de servicio sin esperar nada a cambio, sino la sensación de haber cumplido con un deber moral y el auxilio al semejante en estado de flaqueza. Se precisan corazones menos endurecidos y la presencia de la compasión que nos devuelve el título de ser humano.

Bella Clara Ventura (Ulisas)