Opinión

Diario político de un cínico idealista

Un retrato del contexto político post pandemia (2021-2023): Dos años resumidos en una semana de saltos cronológicos.

Pensé en muchas maneras para abrir esta columna -una columna que desde coordenadas como la filosofía, la ciencia política, la economía, la literatura o el psicoanálisis, es decir desde las escritura en general y ámbito de la ciencia social y las humanidades intentara hacer una enmienda a la totalidad, y buscar formas de salir de este modelo de vida despiadado, que fomenta las depresiones y las conductas adictivas y el malestar general de sus conciudadanos- y al final me decidí por una suerte de diario político en el que a través de siete reflexiones (que se irán publicando por separado en la próximas semanas) en siete días claves de esos años, para mí  y para el contexto en que todos nos movemos, analizo cómo ha ido  evolucionando mi manera de pensar lo social y político en estos años posteriores a la pandemia.

Tengo la intención de que esta sea una columna que sirva para defender la libertad de pensamiento, una libertad que siempre está a la sombra de la libertad de expresión, pero sin la cual esta última es imposible. Vivimos en unos tiempos de bulos y fake news constantes, en la que la mayoría de gente no sabe distinguir la verdad. El que escribe estas líneas sabe que eso de la verdad es un asunto que ha dado muchos quebraderos de cabeza, y también sabe que desde Nietzsche ya nadie puede defender que los hechos son puros y no dan pie a diversas interpretaciones, pero no le cuesta afirmar que aunque, como lacanianos, sepamos que al lenguaje –productor de la realidad- siempre le queda algo fuera, un resto, y nos presenta una realidad incompleta , hay que seguir defendiendo el derecho de la gente a una información honesta y coherente. No pretendo aquí ser el defensor de la verdad con mayúsculas, pero si aportar un conjuntos de interpretaciones sobre mi vida y el contexto en el que vivimos, que espero que a la gente les pueda servir para formarse un pensamiento más lógico, coherente y honesto con las interpretaciones de los hechos mayoritariamente aceptadas. También tratando de ir a la contra, de poner todo lo convencional patas arriba, y dejar preguntas sin responder para que la gente ponga todo en cuestión y aprenda a pensar por sí misma. Porque como decía aquel, solo el que nada a contracorriente sabe que está vivo, el resto creen estarlo.

Es en definitiva esta una columna comprometida con los eternos valores de justicia, verdad y belleza, de la triada platónica bueno, bello y verdadero, o la triada revolucionaria de libertad, igualdad y fraternidad.

Pues allá vamos: 

Día 1:

Las últimas  navidades con Covid escribía lo siguiente:

“Mañana estaré de nuevo en Barcelona. La vida sigue y las Navidades han acabado. Han sido unas pascuas diferentes, algo tristes y solitarias: pues mi familia se vio afectada por el Covid y yo por tanto, conducido a alejarme de ellos (en un sentido de social, pues espacialmente, vivía con mis padres). 

Dice John Gray, que el pensamiento religioso, mágico, del que todos somos presa, nos lleva en muchas situaciones a alejarnos de un análisis verdaderamente real; a pensar que los seres humanos somos capaces de esquivar nuestra naturaleza material y natural: una parte de mí se vio entristecida por lo que es algo inevitable: una pandemia mundial. Cierto pensamiento que albergo creía que la vida me debía unas navidades con la familia y amigos después de haber estado alejado de ellos todo este tiempo en Barcelona. Pero la realidad fue otra y ni el gobierno ni Cristo vino a salvarme.

La verdad es que todo esto es lo de menos, por suerte tengo yoes más estoicos y  racionales que me permitieron analizar la situación de manera más fría y dejarme concentrarme en mis lecturas y trabajos. 

Todo eso es lo de menos digo, pues la verdad es que se abre un nuevo año. Un año menos en el que será una de las décadas cruciales para la humanidad. El cambio climático es una realidad irrefrenable, así mismo, la pandemia ha venido para quedarse. Ambos son dos problemas que requerirían de respuestas globales y coordinadas. Pero quien sabe algo del mundo y de geopolítica admitirá que eso es imposible: los países con petróleo y gas tienen un peso mundial enorme; las naciones subdesarrolladas necesitan desarrollarse y contaminar es la vía más fácil; y las grandes empresas energéticas, petrolíferas son grandes lobistas del gobierno más importante del mundo, el de EEUU, que por cierto, tiene la última voz en las Naciones Unidas. En definitiva no se van a reducir las emisiones a 0 antes de 2030 –medida central defendida por científicos y activistas para permitir una vida más o menos razonable en la tierra-, hay demasiados intereses políticos y económicos en que no se haga. 

De la misma manera, las empresas farmacéuticas siguen sin comprender que el lucro no es todo en la vida y se niegan a liberalizar las patentes. Mientras esto suceda, en los países subdesarrolados seguirán sin haber una vacunación general, y por tanto serán escenarios propicios para las mutaciones.

Pandemias globales y un entorno devastado: ese es el legado de la era de mayor progreso de la humanidad. Quizá da igual, de una manera u otro, en un tiempo u otro, como decía Carl Sagan, la tierra desaparecerá, y en millones de kilómetros en el universo no quedara ni un mínimo eco de esta pulga en la playa que será la historia de la humanidad.

¿Qué nos queda? Abrazarnos a la poesía, pues ella, a diferencia de los grandes relatos de sentido nos brinda el placer de lo concreto, de lo sensible. Nos permite acercarnos a este mundo. Nos permite describir como las cosas son en su inmediatez y no mediadas por delirios metafísicos. Nos queda la poesía, la sensibilidad y el ahora de una naturaleza humana nacida con un gran error: la conciencia. Solo a través de la poesía podemos eliminar ese absurdo invento occidental del yo y dejar al ser de las cosas devenir sin apresarse en conceptos y categorías demasiado humanas.

También nos queda la ficción. La literatura. Su capacidad para inventar nuevos mundos, nuevas burbujas en las que sentir lo que esta realidad nos permite. Pues a pesar de todo lo dicho anteriormente, nacimos con anhelos de trascender, y tenemos derecho a seguir soñando.”

A diferencia de años anteriores, el que escribe estas líneas no lo hace para convencer a nadie, ni para dar el mejor argumento, sino, para consolarse a través de la escritura.”

Día 2:

Pasado el tiempo, algo ha cambiado en mí, aunque sigo suscribiendo en gran parte esas palabras, y aunque la realidad de la pandemia haya mejorado, el escenario de la guerra de Ucrania sigue dejando un panorama sombrío de la actualidad. Suscribiendo todo ello, creo que no solo con poesía y pensamiento meditativo, del que hablaba Heidegger, nos consolaremos, y no creo tampoco que haya solo que consolarse con esta realidad, sí, hay que aceptarla tal y como es para que no nos haga daño, pero ¿por qué no volverse a ilusionar? ¿Por qué no volver, en definitiva a problematizar la realidad? Es decir, por qué no de nuevo hacer política, política de verdad, pues como sabemos los politólogos, o los filósofos políticos, toda realidad es política, la política tiene una dimensión ontológica que diría Ramón Máiz, una dimensión transformadora y productora de nuevas realidades y pensamientos, y, ¿por qué no, volver de nuevo a ilusionarse ante unas elecciones, o ante una manifestación? Por qué no abandona la melancolía que recorre a gran parte de la izquierda, como señala  Duval en su último libro, y empezarnos a decir, que los de abajo, que los que tenemos que trabajar para poder ganar el pan de cada día, podemos por un día ser iguales, el día de las elecciones como dijo en un mitin Errejón, a los poderosos; o volverse a ilusionar con que podemos ganar en las calles lo que no se gana en las elecciones ¿Por qué no en definitiva volver a soñar con el cambio progresista? ¿Por qué no? 

¿Por qué no olvidarnos un poco de ese mandatum kantiano, que dice que nunca se podrá hacer algo recto con lo que jamás fue recto (la naturaleza humana); ¿por qué no atreverse a pensar lo imposible, a pesar de la resaca que aún sufrimos de aquel fracaso que fue el Mayo del 68?; ¿por qué no para de una vez la rueda de la injusticia en la que estamos inmersos y volver a pensar que es posible que llegue un día, que como decía ese cantautor aragonés, en el que al levantar la vista veremos una tierra que ponga libertad. Un día en el que volvamos a vivir unidos en la diferencia y en el reconocimiento de que somos perfectos en nuestra imperfección, porque somos simplemente animales humanos. 

Tan solo eso, quizá: volverse a ilusionar.