Blog | Desde Túnez

La poesía tunecina como arma revolucionaria contra las dictaduras

Toda dictadura es un sistema que prohíbe y anula todo acto de libertad y justicia.  Funciona y existe sólo para privar al ser de sus derechos mínimos, mientras que la poesía, como acto creativo, se impone para concienciar a los pueblos y sembrar en ellos un espíritu revolucionario y rebelde; los versos enseñan a decir no a todo acto que pretende usurpar y apoderarse de la dignidad y de la libertad del otro. Los poetas utilizan la palabra y su visibilidad para denunciar todo sistema político injusto y corrupto. Túnez, como cualquier país árabe, ha vivido duramente el peso de las dictaduras, la represión y la humillación durante el siglo veinte, aunque con diferencias entre una época y otra, añadiendo a esto la colonización francesa desde 1881 hasta 1956. 

A lo largo de este siglo, las circunstancias políticas, sociales y económicas de Túnez (injusticias, falta de libertad de expresión, pobreza, desigualdades…) han hecho emerger una poesía muy crítica y combativa, donde la voz revolucionaria de algunos vates se dejó escuchar en una lucha larga y continua por la libertad. Algunos poetas dieron visibilidad y respaldo a las víctimas de las injusticias sociales y políticas de su tiempo. A pesar de los riesgos que corrieron, la marginación, la persecución y la privación de libertad nunca consiguieron silenciarlos; al contrario, siempre manifestaron, a través de su pluma, su rechazo rotundo a la humillación, a la resignación y su amor infinito a la patria. Su poesía es, al fin y al cabo, un mensaje de paz, de tolerancia y sobre todo de un profundo humanismo. La vida, para ellos, no debe carecer de dignidad, de libertad y de democracia; sus versos pretenden ser «comprometidos», o anunciar un cierto compromiso entre el poeta y su sociedad. Con la palabra compromiso aquí no me refiero solamente a su sentido limitado y reducido, es decir aquella acepción que solo se atiene a la política y a la resistencia, sino que el compromiso en esta poesía tiene más amplitud y valor, se extiende para abarcar el compromiso existencial y social, para permitir al hombre intentar y  luchar con el fin de ser dueño de su propio destino y porvenir. ¿No dijo el poeta Abu-l Qassim Chebbi: «Cuando el pueblo quiere vivir un día, / necesariamente el destino debe responder, /la noche debe ser derrotada / y las cadenas finalmente rotas»?

 Los poetas aquí creen en el papel eficaz de la poesía capaz de romper las cadenas de la humillación, la opresión y las injusticias. Con sus versos pretenden denunciar todo tipo de abusos y de iniquidad, declaran su adhesión al pueblo encadenado y abrumado. Este es el verdadero sentido del compromiso. Para ellos, la poesía es un instrumento y un arma muy útil que debe contribuir a la transformación de la sociedad. Esta es una de las características y el rol que da Mario Vargas Llosa a la literatura: «La literatura será siempre subversiva». Siguiendo la misma opinión del novelista peruano, la literatura, aparte de su papel de instruir, deleitar y nutrir nuestra capacidad de imaginación, tiene que ser revolucionaria y rebelde, debe despertar la conciencia del pueblo y enseñar al lector un mundo mejor, para que al final luche con el objetivo de mejorar, rechazando lo que existe.  

La literatura y la poesía deben crear en nosotros un espíritu y una actitud inconformista: Vargas Llosa señala que «Advertirles que la literatura es fuego, que ella significa inconformismo y rebelión, que la razón del ser del escritor es la protesta, la contradicción y la crítica. Explicarles que no hay término medio: que la sociedad suprime para siempre esa facultad humana que es la creación artística y elimina de una vez por todas a ese perturbador social que es escritor o admite la literatura en su seno, y en ese caso no tiene más remedio que aceptar un perpetuo torrente de agresiones, de ironías, de sátiras, que irán de lo adjetivo a lo esencial, de lo pasajero a lo permanente, del vértice a la base de la pirámide social. Las cosas son así y no hay escapatoria: el escritor ha sido, es y seguirá siendo un descontento». 

El poeta insigne Adam Fathi, en sus versos, pretende buscar la luz al final del túnel y dentro del laberinto. Una luz que sería un sustento y una atesorada esperanza para los que están inmersos en la oscuridad y en la desolación. Este es el camino deseado por un pueblo confuso que aspira  lograr su dignidad y  su libertad, pero se corre el riesgo  de errar el camino y no llegar nunca:

—¿Cómo te guías en tu caminar? –preguntó la niña a su padre, que era ciego. 

—Me pierdo en mi ser infinito

hasta sentir el hilo de la luz,  

dejo mis labios posar sobre esa luz

y soplo en el hilo para que crezca un poco, 

así trazo a veces un camino. 

—¿Luego qué? 

—Nada, solo que a veces puede que camine hasta el final

 sin llegar nunca. 

En los versos siguientes de Mohamed Sghaier Awled Ahmed, el poeta ruega a Dios y le señala con el dedo el nuevo valor que se le debe otorgar al pueblo. Ya no se trata del pueblo formado por súbditos, sino del pueblo activo en la sociedad y en la historia, el pueblo capaz de actuar, de ejercer su influencia para poder cambiar  la situación y el régimen político. Reclama en voz alta la destrucción de la corrupción y de la injusticia para que se recupere la dignidad del pueblo:

¡Dios mío!

Dijiste verdad,  

los reyes, igual que los gobernantes, 

cuando pisan el suelo de un pueblo lo corrompen. 

Castígalos, ¡oh, Dios mío!

destruye sus palacios, 

para que se restaure la dignidad en estos pueblos.

Uno de los puntos comunes que he encontrado en los poetas tunecinos comprometidos, es su apertura y  tendencias favorables hacia la modernidad, sin estar sujetos por completo al lastre del acervo cultural del pasado, manteniendo siempre un equilibrio entre la tradición positiva y sana por un lado, y la modernidad, por otro. Sus versos pretenden abrir o forzar las puertas de la modernidad en su sentido más extenso. 

Es cierto que Túnez es el país líder que se negó a la dictadura en los últimos diez años, y permitió que se avivara la llama del deseo y el anhelo de la libertad y de la emancipación en gran parte del mundo árabe y en otras partes del mundo.

El vate Awled Ahmed se rebela contra la injusticia, y a través de sus versos logra reescribir la historia, demostrando los lazos fuertes que le unen a su patria y el amor que tiene a su país, pues le pueden matar o echar lejos de sus fronteras, pero tarde o temprano volverá a reconquistarlo de nuevo :

Queremos al país

para que nadie se vanaglorie de quererlo, 

aunque nos maten, 

como nos han matado ya, 

aunque nos echen de nuestros hogares, 

como nos han echado, 

no tardaremos en reconquistar de nuevo este país.

El poeta Abul Qassin Chebbi nació y vivió durante el período de la colonización francesa en Túnez, y a medida que iba creciendo se iba consolidando en él un espíritu revolucionario y un fuerte sentimiento patriótico. Llevó en su corazón el drama de su pueblo y sintió de muy cerca sus sufrimientos: la barbaridad, la opresión y la injusticia que estaba viviendo. Su poesía y su compromiso nunca son ajenos a aquella tragedia. Su verso se convierte en un arma de lucha que se dirige, con tono colérico, al tirano colonizador para recordarle sus abusos, su crueldad y su despotismo, pues el fuego de la revolución puede estar calmado y tenue, pero nunca del todo apagado y muerto, así advierte a los «despóticos»:

¡Oh, gran villano despótico e injusto, 

amante de las tinieblas

y enemigo de la vida!  

Del sufrimiento de un pueblo 

desvalido te has mofado, 

mientras que con su sangre

te tiñes las manos.

Ahora desfiguras la magia de vivir  

y siembras las espinas

de la pena en lo alto de la tierra. 

¡Despacio! No te apresures.

¡Que no te engañe la primavera

ni la serenidad del firmamento,

ni la luz de la mañana!  

En la inmensidad del horizonte

estarán acechando el terror de la oscuridad,  

el estruendo de los truenos

y el impetuoso soplo de los vientos. 

¡Cuidado! ¡Ten cuidado! No te confíes, 

que, debajo de las cenizas, viva estará la llama. 

Y quien siembra espinas recoge heridas.

Ridha Mami

Universidad de La Manouba