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La seguridad de las izquierdas

"Defendemos el orden, el progreso constructivo positivo frente al caos de la economía anarquista de hacer lo que les plazca”. Manifiesto del Partido Laborista.

Por el momento semeja que los discursos reaccionarios sobre la seguridad no han calado hondo en la sociedad española. Pero que no lo hayan hecho no garantiza una derrota eterna de estas posiciones. Y es que en determinadas condiciones, por ejemplo, en situaciones de aumento de criminalidad y desorden público, resulta que la extrema derecha aumenta sus apoyos sociales. Es aquí cuándo, tal como lo ha visto Tony Judt, la derecha arremete contra el mito de que la legitimidad del sistema político descansa en sus formas liberal-democráticas: “Un régimen estable autoritario es mucho más deseable para la mayoría de sus ciudadanos que un Estado fallido democrático”. 

Para no llegar tarde y arrepentidos, impulsados a hacer un “esfuerzo pedagógico” con la ciudadanía, llamándola a la tolerancia y a la comprensión de los problemas estructurales (desigualdad, segregación, falta de oportunidades) que subyacen a la inseguridad, cabe hacer una primera observación sobre el problema ontológico de fondo: las ideas ilustradas suelen presentarse como abstractas, mientras que los valores reaccionarios atribuidos a la seguridad tienen un máximum de realidad efectiva.

Lo comenta Judt en Algo va mal: “La familiaridad reduce la inseguridad, por eso nos sentimos más cómodos describiendo y combatiendo riesgos que pensamos que comprendemos: los terroristas, los inmigrantes, el paro o la delincuencia. Pero las verdaderas fuentes de inseguridad durante las décadas venideras serán las que la mayoría de nosotros no podemos definir: el cambio climático y sus efectos sociales y medioambientales, la decadencia imperial y sus «pequeñas guerras» concomitantes; la impotencia política colectiva ante convulsiones distantes, pero con un impacto destructivo local. Éstas son amenazas que los políticos chovinistas estarán en mejores condiciones de explotar precisamente porque conducen muy fácilmente a la ira y la humillación”.

Para la derecha si hay problemas de criminalidad la solución está en vigilar, castigar y expulsar. Más cárcel, más presencia policial e incluso expulsión de los futuros delincuentes del barrio. Así nos aseguramos de tener una vida ordenada y tranquila. Olvidémonos de gastar dinero público en hacer más zonas verdes y lugares de encuentro para la ciudadanía, también de regular los alquileres o de transformar el modelo productivo para que todos trabajemos. No promovamos desde las instituciones públicas que nuestra jornada laboral sea de menos horas ni que nuestros sueldos aumenten, tampoco que podamos acceder con facilidad a servicios mínimos con infraestructuras decentes en todo el territorio nacional. 

Quizás no sean ideas más abstractas. Quizás, por las resistencias que generan entre los poderosos y las dudas que siembran entre las clases medias, las propuestas de transformación simplemente resulten más difíciles de implementar. Es vencer la inercia de la desigualdad: injustificable moralmente pero naturalizada a base de una férrea (y apasionada) defensa. Que si déficit, que si de dónde sacas el dinero, que si y la productividad, que si mételos en tu casa, que si meritocracia, que si no somos iguales

 Propongo, por empezar desde algún sitio, dos ideas desde las que formular un discurso positivo sobre la seguridad: 1) la seguridad nunca antecede a la comunidad política, si no que es el resultado de su construcción; por lo que 2) la seguridad sólo significa algo si la relacionamos con la igualdad, la libertad y la amistad cívica, valores fundamentales en una comunidad política. 

 Siguiendo la Biblia del Antiguo Testamento, Hobbes articuló reflexionó en su Leviatán que todos somos iguales porque, en tanto que hijos de nuestro padre primigenio -Caín-, somos igualmente capaces de matar a nuestros semejantes. Y es justamente nuestra condición fraterna, así como lo son también nuestras ansias de libertad, aquello que nos aboca al estado del bellum omnium contra omnes: todos contra todos. Es para superar este estado (o lo que es peor, esta condición siempre latente o irrefrenable) por lo que los humanos se organizan políticamente, para obtener paz y seguridad.

La seguridad nunca se da a priori de la comunidad política: no podemos escoger a miembros que nos garanticen una convivencia tranquila (clases medias blancas), pero si podemos pensar bajo qué condiciones tenemos convivencias más tranquilas. Esto es, no podemos seleccionar un perfil sociológico (capacidad de consumo, modelos de familia, valores morales) que nos garantice la seguridad en nuestra convivencia; pero si podemos pelear por aquello que hace que nuestras sociedades sean más seguras. Ahí es dónde deben entrar las izquierdas.

Relacionemos el deseo de seguridad con la libertad, la igualdad y la amistad cívica porque sólo en relación a estos valores podemos cumplirlo. Sociedades más igualitarias son sociedades más seguras.

El legado de la creación de riqueza no regulada es amargo, ya que elimina la posibilidad de decidir sobre nuestras propias vidas, fragmenta a las sociedades y aumenta la desconfianza recíproca. Lo dice Judt: “El impacto de las diferencia materiales tarda un tiempo, aumenta la competencia por el estatus y los bienes, las personas tienen un creciente sentido de superioridad (o de inferioridad) basado en sus posesiones, se consolidan los prejuicios hacia los que están más abajo en la escala social, la delincuencia aumenta y las patologías debidas a las desventajas sociales se hacen cada vez más marcadas”.

La pérdida de libertad se constata: sociedades con menos movilidad intergeneracional se vuelven sociedades menos salubres, con mayor malestar y con pérdidas de oportunidades educacionales. Más angustia, más estrés, más enfermedades, muertes prematuras. Biografías más pesadas, más trágicas y más injustas. Fragmentaciones clasistas aparecidas en registros empíricos: los residentes en distritos acomodados tienen expectativas de vivir más años y mejor; y los niños de distritos empobrecidos tienen más probabilidades de abandonar sus estudios de enseñanza intermedia. Y todo para para acabar constatando, también, una pérdida de la amistad cívica: las enormes diferencias de renta quiebran la confianza recíproca. 

No es la seguridad lo que garantiza condiciones materiales dignas a todos los ciudadanos, ni lo que permite nuestra amistad cívica, ni tampoco es lo que hace que dejemos de depender del despotismo de un tercero; más bien, es una vida digna para todos (la pasión por la libertad y la igualdad) lo que garantiza nuestra seguridad. La seguridad sólo es si es un punto de llegada. Spinoza defendía el valor de la seguridad como “la alegría que nace de la idea de una cosa futura o pasada a propósito de la cual ya no hay motivos para dudar”. 

Desde el sentido común se ha sedimentado la noción de que las izquierdas son sinónimo de radicalismo, destrucción e innovación. Una suerte de proyecto político de tabula rasa con lo existente. Para cambiar el tópico debemos relacionarnos positivamente con las consignas de orden y seguridad. Esto es: debemos cambiar el atrincheramiento defensivo en la discusión por una posición activa que vincule la seguridad a la demanda de un minimum de dignidad en nuestras condiciones de vida. De esta forma quizás estaríamos en condiciones de situar el debate de la seguridad en una moral terrestre, esto es, de situarlo en parámetros más sólidos, más cercanos y capaces de conectar las palabras con las cosas. 

Hacerse cargo de la seguridad, quizás más tenebrosa y conectada al deseo de conservación, supondría avanzar en una operación ideológica de primer orden: asociar las instituciones progresivas del Estado del bienestar y las políticas transformadoras con la prudencia y la cautela. 

 En una época caracterizada por la incertidumbre generaliza y la crisis de representación, resulta necesario construir un bloque que se haga cargo de los grandes problemas (crisis climática, problema de los cuidados, tiempo de trabajo y condiciones laborales) que asolan a nuestro futuro. Sólo así estaremos en condiciones de restar posiciones a los adversarios políticos que propugnan soluciones autoritarias/represivas como únicas medidas posibles para paliar el desánimo y la apatía generalizada. Elevemos, nosotros, todos los restos y promesas pasadas que empujaron por un orden en el que seamos igualmente libres.