Blog | Tomar la palabra

El poso de la inseguridad

En la última década hemos asistido a la clausura del ciclo político abierto por el 15M. En reacción al mismo surgió como respuesta la formación de un amplio movimiento político de extrema derecha capaz de intervenir activamente en el campo político: VOX. Actualmente, todo apunta a una suerte de normalización de equilibrios inestables y de alianzas precarias decisivas en la gobernabilidad del Estado.

Entre los deseos de muchos actores políticos de que todo vuelva a su cauce o de que todo cambie, surgen discursos que inciden en el sentido común de un pueblo, orientándolo hacia diversos horizontes. La idea de seguridad ha sido una de las que más ha aparecido en los debates políticos de los últimos años: ya sea para referirse a la “inseguridad jurídica” que padecen, por igual, tanto pequeños propietarios como grandes tenedores de vivienda; para hablar, desde sectores vinculados a la izquierda militante (caso del Frente Obrero), de la amenaza que suponen a la cultura española la llegada de inmigración musulmana; para defender las funciones del hombre proveedor frente a la amenazante irrupción del feminismo; para señalar los problemas de criminalidad incipientes en barrios con mayoría de población no nacida en España; o incluso, erigiéndose como una corriente de opinión feminista, para denunciar las actitudes machistas de las personas migrantes o para defender a las mujeres de la desestabilización de las categorías sexuales llevada a cabo por la lucha trans.

 En estos ejemplos podemos observar la articulación de la idea de seguridad en una cadena significante que sitúa al Otro como un sujeto amenazante, hostil y potencialmente contaminante para el tejido comunitario. Es el inicio de otra batalla por el sentido común. En este caso, la idea de seguridad transporta al debate una línea de demarcación del nosotros contra el ellos, localizando al enemigo interior que nos genera inseguridad (el migrante, el okupa…) y ofreciendo una prognosis en la presentación del fenómeno: si digo que ha aumentado el número de robos y violaciones en un barrio al mismo tiempo que ha aumentado la inmigración en este, anticipo que la solución estará en limitar la recepción de inmigrantes (o, en su versión más radical, en expulsarlos).

La idea de seguridad ha sido enunciada y repetida hasta la saciedad por fuerzas políticas reaccionarias y conservadoras. Son estos actores políticos los que han enunciado el problema de tal forma que se deriva la necesidad de hacer algo contra el hostis, el enemigo público, el/lo Otro. No han sido las izquierdas quienes han situado en el debate la necesidad de protegernos de la ocupación ilegal de viviendas o de endurecer las penas para reducir la delincuencia, ni tampoco las que han incidido en frenar la inmigración para reducir los crímenes o preservar las costumbres del pueblo español. 

Lo han hecho las derechas, y a veces, con una pulsión autista y completamente arbitraria, inconexa con lo real. Tal es el caso que viví en las pasadas elecciones municipales con la candidata de VOX a la alcaldía del municipio en el que resido. Esta advirtió de los problemas de inseguridad ciudadana surgidos a raíz del aumento de residentes extranjeros, y lo hizo desde la misma cadena de explicaciones y soluciones. Su discurso totalmente imaginario no conectó con el sentir de los ciudadanos y no pudo obtener representación. No había ninguna amenaza frente a la que fuera necesario defendernos. No hacía falta mayor presencia policial en las calles. Nadie votó en clave securitaria.  

Las palabras, como las personas que las enuncian, no siempre se erigen como el centro de una discusión, pero incluso en lo que objetivamente podemos tildar de derrota en la batalla discursiva pueden quedar restos, fragmentos y sentires con posibilidad de ser interpelados a futuro. El poso de inseguridad que, paradójicamente, ha dejado esta idea, puede presentar la extensión de la represión como necesaria para el buen funcionamiento de la comunidad. 

Conviene saber que un discurso no se agota en el momento en que es formulado. Y es que la reactivación futura de este poso puede producir horrores. Esto es lo que me ha sugerido Juan Ponte en una estimulante reflexión sobre el asunto: «cuando estos enfoques exclusivistas del orden y la seguridad prevalecen, se produce lo que parafraseando a Badiou llamaríamos un “desastre oscuro”. El error da paso al horror». 

Ahora si, no basta con que las izquierdas advirtamos del peligro que conllevan determinados discursos, o con que los denunciemos como el síntoma de un ideario paranoico y excluyente. Si el síntoma es siempre la forma de cubrir una demanda, tal y como dejo entrever Freud para el caso de los neuróticos, como mínimo, debemos centrarnos en el sentir al que se dirigen tales intentos discursivos: el empuje consciente e inconsciente de todo ser humano a sentirse seguro. 

La conexión con este sentir es lo que está en juego. Esto es lo que supo ver Eugenio Trias en La política y su sombra, donde criticaba la sustanciación de la idea de seguridad como un refugio comunitario frente a las pasiones tristes (miedo, angustia, resentimiento, terror), también denominadas como “la zona umbría de nuestra condición humana” o “inhumanidad”. Es así que, siguiendo este hilo, se podrían reinterpretar “la lucha a muerte por el reconocimiento” hegeliana, la “lucha de clases” marxiana, o  la “pulsión de muerte” freudiana. Como propuesta conceptual, el filósofo barcelonés defendía la conversión del taburete de la libertad, igualdad y fraternidad en un cuadrilátero que incorporase a la seguridad como un vector normativo fundamental. 

 Si, entonces, atendemos a la naturaleza antropológica del deseo de seguridad, debemos considerar una hipótesis: todo sujeto político presenta una idea más o menos sólida sobre la seguridad. No es que las izquierdas tengan que prescindir o obviar el término, más bien deben proponer una significación alternativa del mismo. Dos ideas para la articulación de una idea progresista: 1) la seguridad no es un valor que contenga un significado propio por si mismo, sino en relación a otros, y dado que no puede defenderse la idea de seguridad desde un enfoque exclusivista, debemos pensar a la misma en relación a otras categorías (libertad, igualdad, amistad cívica); y 2) la seguridad no antecede ni asegura a la comunidad política, sino que es el producto del buen hacer de la misma y se relaciona con la forma en que todo miembro de una comunidad accede a la ciudadanía.

 Empecemos a trabajar en una idea de seguridad superior para que las nociones exclusivistas y reaccionarias de la misma nunca se presenten como las más viables. No nos quedemos en la tranquilidad momentánea que surge de la derrota de estos discursos. Es tarea de un amplio sentir ciudadano pelear por el poso de la inseguridad y evitar vernos diciendo, a posteriori, “de aquellos barros estos lodos”. Porque en el futuro, en mi pueblo, me gustaría que la seguridad venga acompañada de la buena vida de todos mis vecinos, y no de la represión de los culpables.