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Salud Mental y ciudades

CON la llegada de la Revolución Industrial en la segunda mitad del siglo XVIII, se produce un gran cambio demográfico; las personas se trasladan del rural a la ciudad, comienza el crecimiento de las grandes urbes. Se necesita mano de obra para las nuevas fábricas y los campesinos aprovechan esta oportunidad para intentar llevar una vida más cómoda y dejar atrás los arduos trabajos campestres. Esta tendencia se ha ido produciendo desde entonces en nuestra sociedad, dando lugar a la ya famosa “España vaciada”. Las personas llegaban a la ciudad creyendo en cumplir el sueño americano; la ciudad era sinónimo de oportunidades y brindaba más futuro que el campo. Sin embargo, muchas han sido y son, las personas que ven este sueño americano nublado por la elevada cantidad de horas de trabajo, por los precios desmedidos de las viviendas en comparación con los sueldos y por el estilo de vida que la ciudad conlleva: más contaminación, más masificaciones, gran número de horas invertidas simplemente en desplazamientos y un largo etcétera. 

Y es que incluso con los inconvenientes anteriormente mencionados, las personas siguen eligiendo la ciudad y sus altísimos edificios, o quizá sea más una obligación que una elección, porque, ¿qué harán sino los jóvenes en el campo? ¿acaso se puede seguir viviendo del campo con el maltrato económico al que se ven sometidos sus trabajadores? La pregunta se responde sola.

Sin embargo, cuando llegan las tan ansiadas vacaciones, ¿adónde se dirige la mayor parte de la población? Efectivamente, abandona la ciudad y busca contacto con la naturaleza, ya sea con el mar y su brisa salada o con la montaña y sus frescos amaneceres. No parece que esto sea casualidad, más bien se explica fácilmente desde la perspectiva del ciudadano agotado por la ciudad, la contaminación, los paisajes inmutables, el tráfico, el trabajo y la poca desconexión que todo esto supone. El ser humano vuelve a sus orígenes naturales para cuidarse, y más concretamente, para cuidar su salud mental. 

La salud mental en la ciudad se ve afectada por todos los estresores anteriormente mencionados, pero también por detalles que quizá pasan desapercibidos para la mayoría de sus habitantes, como, por ejemplo, la distribución de los edificios y viviendas. El hecho de vivir en edificios con disposición vertical está relacionado con tasas más elevadas de síntomas depresivos y ansiosos. Esto puede deberse a la frialdad que se puede llegar a experimentar ante la falta de comunicación vecinal; es probable que, si usted vive en un décimo piso, no conozca a su vecino del segundo. Y esto se agrava en las grandes urbes donde existen rascacielos habitables. En este sentido más que nunca cobra sentido la expresión “rodeado de gente, pero solo”. Por otro lado, la distribución horizontal de las viviendas campestres favorece la interacción vecinal, la cual se erige como un factor de protección ante posibles síntomas depresivos relacionados con el entorno en el que vive una persona.

Ante la imposibilidad de modificar la estructura arquitectónica por causa de la alta densidad poblacional de las ciudades, la solución para mejorar la salud mental descansa en promover actividades que fomenten el contacto social, lo cual repercutiría al mismo tiempo en el establecimiento de una red social de calidad.