Blog | Están locos estos humanos

ti miento

La creciente mitomanía (alias cambios de opinión, de versión o de realidad multiversal) de nuestros dirigentes para mantener la poltrona es un fenómeno que, haciendo de la costumbre un vicio, ha convertido el politiqueo -que no la política- en una batalla por la polarización de hooligans afines, sobre los que alcanzar la legitimación twittera. 

Preparándonos para la que se nos viene encima con el nuevo curso, en el último capítulo del desdoro nacional asistimos con estupor a un retruécano resuelto con una huida hacia adelante, sólo al alcance de esos pocos elegidos que llegan para regenerar el sistema y acaban superando escandalosamente a su despreciado predecesor (roguemos que no se presente al Gobierno, porque arrasa). Y es que, aunque el descrédito absoluto es asumible (y laxo en consecuencias para todos aquellos cuyas absurdas contradicciones los llevan a concluir que su irremplazable labor no precisa dimisión, sino disculpa) en pago por los clásicos puesto-sueldo-orgía, hay que ser muy sin-vergüenza, embriagado de uno mismo, para dejar de estúpidos (por stupere tratan de justificarse) a tu propio claque.

Para estupefacción, la de quienes no comprenden nada. No es el punto si la jugadora no quedó traumatizada o si banalizó el tema tanto como para recibir presiones, ya desde el vestuario, para figurar en una incoherente no-disculpa; si ignominias acaso más despreciables, no generaron, incluso recientemente (y hasta de presidentes del gobierno o presentadores de televisión, que tampoco dimitieron, ni se disculparon), tanto debate; si otras veces se han normalizado estos besos que, en general, siempre dejan al otro anonadado, aunque no denuncie. No importa si el Gobierno que te protegió de asuntos más turbios, ahora, con las prisas, te ofrece la mano mientras te deja caer; si la prensa pasa el cepillo por ofrecer “mirada de género”; si políticos y medios buscan rédito de esta -y cualquier mediática- coyuntura sin rigor y, lo mismo comparan el sexismo con un boicot a La vuelta, que demandan -desde dentro del Gobierno- igualdad total (sin equidad y ninguna solución de justicia) de salarios para los deportistas nacionales de -suponemos- cualquier disciplina. Ni siquiera es relevante el género de la víctima, pues es inaceptable que nadie tenga que soportar que, mientras le sujetan con firmeza la cabeza, le ofrezcan “un piquito” (sic, con tonito de chulo playa), ni en una ceremonia de premios, ni en un plató, porque es tremendamente hipócrita sancionar aquello que tú mismo reproduces, aunque sea como esperpento.

Por otra parte, resulta ciertamente contraproducente que las autoproclamadas adalides del feminismo, para ocultar su controvertido ejemplo, se erijan sin permiso juez y parte, pudiendo igual construir un ya manido relato a mayor gloria de su ley, que emitir un dictamen antes incluso de conocer la versión de las partes. No obstante, las aberraciones de nuestros líderes (el señero, que nunca reconoce a su malvado aliado -señoro o narco-; el insomne, que se acostó con todos los que no le iban a dejar dormir; los equilibristas, que quieren ser igual de ricos manteniendo al resto igual de pobres) son una deuda común y el argumento del mal menor ya no es plausible: corrupción, malversación, fraude, prevaricación, abuso de poder… los grandes éxitos lampedusianos no dejan de sucederse, pero aquí nadie se levanta de la silla, porque “no estamos para gilipolleces”. Un poco “tontos del culo” sí que somos, LR.