Al hilo de las tablas

Toros y Semana Santa

Desde que Joselito el Gallo puso de luto, a la Macarena de Sevilla, por una muy larga temporada, es muy habitual ver como al mundo del toro no le es ajena la religiosidad popular, que nuestro país vive de forma significativa, particular y peculiar en la Semana en que los cristianos actualizamos la muerte y resurrección de Jesucristo.

Pues, si agrada ver fotografías de toreros antiguos con el hábito de su cofradía, ahora hacen lo propio toreros de toda condición, de forma prioritaria en el Sur de España; sin faltar en cualquier parte de la piel de toro, donde vivan o sean naturales, quienes procesionen de entre los se ajustan la taleguilla. 

La tauromaquia y el cristianismo católico, son dos realidades -le pese a quien le pese- que viven cargadas de misterio; es decir de contenido inmaterial, de entrega incomprensible, de interrogantes y de incógnitas. Incógnitas tantas, que si en la tauromaquia te juegas la vida en las astas del toro, una comprometida y profética vivencia de la fe; ha dejado- solo en el siglo XX- a miles de hombres y mujeres sin lo más preciado que las personas podemos tener: el latido del corazón.

Tauromaquia y Fe, viven una íntima relación que va muchísimo más lejos  de una presión religiosa interesada en no fracasar o  no fallecer en el intento. Tienen pertenencias comunes muy profundas, como el constante y hondo diálogo entre vida y la muerte: así como una permanente necesidad de tener activados todos los resortes que favorezcan la entrega hasta límites insospechados. Por eso me atrevo a afirmar que, en ambas cosas, cuando la autenticidad es su compañera de camino, la procesión va por dentro. Sin perjuicio de que afloren esas vivencias de forma natural y espontánea en momentos concretos y puntuales; y surtiendo efectos de consecuencia de verdaderos procesos de crecimiento interno.  Por eso siempre, lo que se ve, hace presagiar lo que no se ve. En caso de que no sea así, lo que se ve, dejará de verse con inmediatez. 

En esta Semana Santa, pasada por agua - campos y embalses lo agradecen- donde el esfuerzo para procesionar, y la desazón de todos al no poder hacerlo han ido de la mano. Otra vez, ha vuelto a salir a flote la entrega sin reservas de miles de personas, que durante meses se han preparado para acompañar a la imagen de Jesucristo o de María de Nazaret. Eso nos deja constancia de que la mera superficialidad no permitiría, ni la preparación, ni la tenacidad de estar cada año al pie del cañón. 

Esta Semana Santa taurina ha corrido la misma suerte que la Semana Santa litúrgica , propiamente dicha. Pues se ha debatido entre retrasos, suspensiones, y festejos celebrados bajo la espada de Damocles del ambiente frío y la amenaza del agua traicionera. Sin embargo, han aflorado los triunfos ganaderos de Pedraza de Yeltes en las Ventas de Madrid, y Zalduendo y Jandilla en Arles. Así mismo han sido significativos los toques de atención dados por Sebastián Castellá y Andrés Roca Rey en Sevilla; por Román en Madrid; al que se le notan ganas de fiesta tras matar seis toros en su Valencia natal.  En el escalafón inferior Manuel Román y Samuel Navalón con el corte de senos trofeos, también se han hecho notar positivamente en Arles. 

En otra galaxia se han movido, en la arenas galas de Arles Sebastián  Castellá y   Daniel Luque, el Sábado Santo; para elevar el clamor de triunfo las cuatro orejas de Alejandro Talavante, y los tres apéndices del novillero Marco Pérez que en el mano a mano, matinal del Domingo de resurrección puso a todos de acuerdo.  

Mención especial merece Paco Ureña, que en la encerrona reinagural de Lorca, regaló una tarde llena de entrega y verdad; que sus paisanos agradecieron despidiéndolo en son de auténtico triunfo. Por que en los toros y en la vida, la entrega nunca queda infecunda.

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