Proserpina

Réquiem por una voz

Hace unos días, revisando mi Facebook, me encontré con los típicos Reels. Las Kardasian luciendo las prótesis en sus  inmensos glúteos, Georgina Rodriguez más de lo mismo, Shakira y sus movimientos ondulantes… No suelo abrirlos, pero en esta ocasión, junto a ellos aparecía Amy Winehouse y no pude evitarlo. Su voz me fascinó desde el primer instante y su muerte prematura me afectó. Fue un final tristísimo. Ese Reel mostraba unas imágenes de  su último concierto en Belgrado, Serbia; segundos de la triste y patética situación de una estrella ya sin luz. Y me indignó la frivolidad de las unas, junto a la devastación de un ser humano vencido por la debilidad. Este es el mundo en el que vivimos; todo vale para conseguir likes y visitas. Yo misma lo abrí, aunque es cierto que no sabía de qué se trataba, e incluso ahora, que estoy hablando de ello, provocaré que algunos de los que me estáis leyendo busquéis esas imágenes. Por eso no escribí de inmediato, pero desde entonces no he podido quitármelo de la cabeza. Amy, mi adorada chica del Camden Town con flores en el pelo. Nunca fue tan cierto el dicho de Quien tiene el don, tiene la maldición.

A Amy Winehouse, (Londres 1983-2011) se le otorgó el prodigio de una voz para iluminar el mundo sin la fuerza para mantenerse en él. Niña carente de disciplina y del amor de un padre ausente, quien solo acudió a su lado al descubrir su potencial como fuente de suculentos ingresos; el único que podría haberla ayudado, ingresándola en un centro de desintoxicación, cuando estuvo a tiempo. ¿Qué no hubiera hecho aquella niña por él? Fue una oportunidad de oro antes de que grabara su gran éxito, y el mundo la adorara. Después a nadie le interesó su retiro. Era una mina de oro de la que muchos se beneficiaban.

Bulímica y depresiva con solo quince años, ocultaba su timidez mostrando rebeldía. En el 2002, a través del cazatalentos Nick Shymansky, que se convertiría en su mánager y amigo, firmó contrato con Island Records. Un año después, su álbum debut Frank, llegó a ser nominado a los Premios Mercury. Además de cantante de jazz, rhythm and blues, soul y ska, era la compositora de sus canciones. Su poderoso registro vocal, conocido como contralto, era capaz de expresar profundamente sus emociones.

No me interesa el éxito, dijo. Éxito es trabajar con quien yo quiera.

Enamorarse locamente de alguien tan autodestructivo como Blake Fielder-Civil, fue lo peor que pudo pasarle, siendo primero arrastrada por él hacia el abismo de las drogas  y posteriormente a la locura, cuando este la abandonó por su otra novia. Entonces dejó de comer y comenzó a beber desde que se levantaba. Así, a medida que su cuerpo se tornaba cada vez más enjuto, la sombra de sus ojos se iba alargando mientras su tupé y moño le iban creciendo hacia arriba, como si todo en ella quisiera alejarse de su ser.

Estoy mal de la cabeza y tengo que sacar todo eso. Algo bueno a partir de lo malo.
Ese fue el espíritu que le llevó a componer su segundo álbum de estudio, Back to black grabado en Miami y publicado en el 2006. Dejó de beber durante la grabación, y dos años después aquellas canciones que hablaban de Blake, su gran amor, le harían ganar cinco Grammy de los  seis premios a los que había sido nominada. Al año siguiente también ganó un premio Brit como artista solista femenina británica, un World Music Award y tres premios Igor Novello. Pero a la vez se había convertido en carnaza para los paparazzi. Solo había dejado las drogas ante los inminentes Grammy, e incapaz de mantenerse a la altura del personaje que se había creado, volvió a las andadas tan solo tres días después.

Cuando su abuela falleció por cáncer de pulmón, algo murió dentro de Amy ; había sido la persona a quien más unida había estado en su vida. Y con el revés, su adicción a la droga y el alcohol se agudizó. Fue en el 2007 cuando finalmente se casaría con Blake y de su mano entraría  en el mundo del crack y la heroína. ¿Fue el amor quien la mató? Debía meterse lo mismo que él para mantenerse a su lado, y con 23 años salió milagrosamente de una sobredosis: cocaína, crack, alcohol y heroína. 

En noviembre de ese mismo año, cuando detuvieron a Blake por violencia y obstáculo a la autoridad, Amy entró en una espiral de destrucción. Los chistes en los medios de comunicación sobre su bulimia y adicciones, eran incesantes. Nunca hubo nadie tan vulnerable y con mayor exposición. Las imágenes más lamentables de Amy, aquella chica cariñosa de Camden a quien tanto gustaban los abrazos, eran constantes. 

En febrero del 2009, su padre se la llevó a la isla de Santa Lucía para alejarla de todo; allí dejó el crack y la heroína para ser sustituidas por alcohol. Se suponía que debía desconectar del mundo y su progenitor se encargó muy pronto de llamar a escondidas a los medios para que le hicieran fotos.

En marzo del 2011 cantó con su ídolo Tonny Bennet en los estudios Abbey Road y supuso un gran subidón. Eso era lo que le gustaba; una cantante de jazz no está preparada para actuar ante cincuenta mil personas. Pertenecen a un  mundo más intimista. Además tenía nuevo novio y estaba mejor que nunca; más limpia que nunca. Pero cuando fue a su chequeo médico, encontraron complicaciones severas. El efecto prolongado del alcohol y la bulimia persistente le habían provocado problemas cardíacos. Si volvía a beber, su corazón podría pararse.

Ella ya no quería terminar la gira; necesitaba parar para componer su tercer álbum, y cuando se acercó la fecha de aquel concierto en Belgrado, empezó a beber hasta quedar inconsciente para no hacerlo. Aquel viernes 17 de junio la levantaron de su cama, y dormida, la metieron primero en un coche y después en un jet privado. 

¿Se puede culpar al público que había pagado su entrada por los abucheos? ¿A los organizadores del concierto con quienes se había firmado contrato y tanto dinero estaba en juego? ¿A su mánager? ¿A la discográfica? ¿A su familia? O solo a ella, por irresponsable y porque se lo había buscado, como muchos hombres «de bien» referían. Hombres de Dios sin compasión. ¿Pero dónde estaba ella? Esos segundos del Reel al que me he referido al comienzo muestran el lejano recuerdo de una estrella llamada Amy Winehouse, sin tupé, sin sombras en sus ojos, sin voz. Sin fuerzas para mantenerse en pie. Sale al escenario tambaleándose, se descalza, abraza a sus músicos y se sienta sobre un altavoz mirando hacia ninguna parte y haciendo oídos sordos a los abucheos del público. Sabe que todo ha acabado. Está saboteando su carrera. Ya nada le importa.

Nunca el cielo estuvo tan unido al infierno.
Un mes después la encontrarían muerta  por sobredosis etílica en su casa de Camden Town. Como otras leyendas de la música, Kurt Cobain, Jimi Hendrix o Janis Joplin, tenía 27 años.

Solo nos dijimos adiós con palabras, dice en su canción Back to black.
Y las palabras se las llevó el viento, pero su música quedó prendida en muchos corazones.

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