El Jardín del Edén

¿Qué quiero decir cuando digo igualdad? (parte II)

Los antropólogos dicen que las desigualdades empezaron en el Neolítico cuando el ser humano pasó de ser cazador-recolector a cultivar plantas y domesticar animales. El motivo de que surgieran diferencias sociales parece que tuvo que ver con que el suministro de alimentos dejó de estar sujeto al azar de salir a buscarlos cada día. Las incipientes agricultura y ganadería crearon algo maravilloso para la sociedad neolítica: excedentes alimentarios.

El problema fue que generar excedentes trajo efectos colaterales. No hacía falta que todos en la comunidad se dedicasen a buscar comida, así que surgieron nuevas ocupaciones: artesanos que hiciesen herramientas y almacenes, escribas que contabilizasen lo que entraba y salía de esos hórreos, guerreros que los defendiesen, sacerdotes que propiciasen a la diosa de la fertilidad, y jefes que organizasen todo aquello, estableciesen códigos e impartieran justicia. Al final, toda una estructura social que el paso del tiempo se encargó de cristalizar en estamentos privilegiados más o menos impermeables. Si a alguien le quedan dudas, solo tiene que darse una vuelta por delante de las pirámides de Giza, o de Versalles, para ver lo que quiero decir.

En España, muchas comunidades recibieron privilegios como consecuencia de las peculiaridades de la invasión árabe, reconquista y consolidación del reino hispano. Uno extendido en varias regiones era la hidalguía, siendo incluso “hidalguía universal” en algunas de ellas. Los hidalgos tenían entre otras ventajas el no tener que contribuir con “pechos” (tributos) a la Corona. Esto motivó que en el Antiguo Régimen las cargas tributarias fueran muy variables según regiones, ya que esas cargas recaían fundamentalmente sobre “pecheros” castellanos, fuesen los de la “vieja” Castilla del valle del Duero, la “nueva” de los valles del Tajo y del Guadiana, o la “novísima” del valle del Guadalquivir, mientras que otros territorios “históricos” como era el caso de Bizkaia, Guipúzcoa, ciertos valles navarros como el Baztán, o zonas de Cataluña como Berga, gozaban de hidalguía universal y evidentes ventajas fiscales.

Luego vino la revolución francesa que gritó ¡igualdad! frente a privilegios, y la Constitución de Cádiz que quiso poner en práctica esos ideales liberales y equitativos: No más reyes, nobles, o sacerdotes con regalías. Lo que les pasó a todos esos liberales con nombres de calle, es que se llevaron el chasco de que no a todo el mundo le pareció buena idea eso de la “igualdad” y de suprimir exenciones como las asociadas a la hidalguía. Entonces ¡sorpresa!, regiones con hidalguía universal declararon la guerra al Estado -hasta por tres veces- para defender sus Fueros. Se dieron en llamar Carlistas y su lema ¡Dios y Fueros! quería decir algo así como: ¡no me toques los Fueros! -lo que el caballo de Espartero sí que hizo-.

Para evitar volver a las andadas de las desigualdades, en la Constitución de 1978 votamos que los españoles somos iguales ante la ley, pero parece que a los nietos de los defensores de los Fueros de algunas regiones “históricas”, tal como eran sostenidos por el Absolutismo, les sigue sin parecer buena idea eso de tener que pagar “pechos” al fondo común, y siguen reclamando estatutos fiscales especiales, sorprendentemente bien vistos por aquellos que por lo demás presumen de defender la equidad y a los menos favorecidos de la sociedad. Creo humildemente que no deberíamos perder el norte, y defender un ideal de igualdad de derechos y obligaciones frente a los partidarios de privilegios reaccionarios e insolidarios, se disfracen como se disfracen.

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