Sobre dogmas y consignas

Qué desilusión

Me gusta como a casi todo el mundo el arte y creo que es importante en él la innovación y la búsqueda de nuevas formas y técnicas para que no se produzca un anquilosamiento. Disfruto con varios autores. Algunos son muy buenos y francamente interesantes ya que aportan unos impactos sensuales, un estado de ánimo y en definitiva, una diferente visión de la realidad que es muy enriquecedora, como me sucede por ejemplo con Carralero, Zóbel o Saelia Aparicio, a los que sigo con mucho agrado. Son originales, rompedores, me llevan más allá de lo que ya no ves de pura cotidianeidad, te preguntan o te conmueven. Sin embargo, hay otros autores también actuales que, con todos mis respetos, me parecen infumables.

El arte a veces tiene sus peligros. Y no me estoy refiriendo a un muralista que absorto en lo grandioso de su creación, cae del andamio y se rompe la crisma, que no sé lo que es- ustedes disculparán mi ignorancia- pero que a juzgar por el lenguaje popular es muy frágil a la vista de los incontables seres humanos que se la han roto.

Viene esta entradilla a colación de lo que yo misma sufrí hace muy pocos días. Pasaba por una preciosa rotonda en Las Rozas, con su espléndido abeto central rodeado por rosales iluminados de flores rojas. Hasta ahí, todo perfecto. Al seguir circunvalándola me encuentro de repente con nueve cajas de madera de esas de las de las fruterías volcadas sobre el césped. Me indigné ante la barbarie del transportista que hubiera abandonado allí aquella basura y decidí avisar a cualquier policía para que la quitasen. Pero inmediatamente una duda me asaltó: ¿será una carísima escultura realizada por un famoso escultor? ¿Podría, en el caso de decir que lo tirasen al vertedero, ser acusada de vandalismo?

Con mente y ánimos divididos continué dando vueltas a la rotonda indecisa ante lo que debía ser mi deber cívico. ¿Qué era aquello? ¿Basura? ¿Basura ante la que hay que extasiarse alabando forma y concepto? Porque basura era. Llegué tarde a mi farmacia. Ante mi puerta esperaba una señora con mala cara –con razón- que protestó por la hora. Compungida pedí disculpas con mi cabeza aún en la disyuntiva. Eso consigue a veces el llamado arte conceptual: dejarte colapsados mente y espíritu- aparte de que una señora te fulmine con la mirada-.

Y recordé que hace unos años se han pagado 24.500 euros por una lata de conserva preparada al vacío que contiene las ¿divinas? heces del famoso escultor de origen italiano Piero Manzoni que se suicidó a finales de los años 90. La serie se compone de 90 latas iguales, etiquetadas con un explicativo “MERDA D´ARTISTA en varios idiomas; inglés, italiano, francés y alemán para que nadie tuviera dudas. Firmadas y numeradas eso sí, y rellenas de 90 gramos de esta sublime sustancia, de las cuales era esa una de las últimas que quedaban sin vender. Salió a subasta con gran éxito de asistencia y postores. Pues qué bien. Ya lo dijo aquel filósofo autodidacta que era El Guerra. Hay gente pa tó. Cada vez es más frecuente confundir originalidad con mal gusto. Pero ya que soy una simple aficionada al arte, comenté el fenómeno de las latas con un amigo inteligente y formado que me lo aclaró todo. Claro, es algo que antes nadie había hecho y además está firmada por un famoso escultor. Cómo me acuerdo del gran Eugenio D´Ors cuando se preguntaba aquello de que últimamente en arte y literatura dicen que ser original es tener buen gusto. ¿se lo creerán de verdad?

Ya presa de un sinvivir me planteé otra cuestión: ¿seré una irresponsable que día a día vuelca en los contenedores municipales lo que de toda la vida de Dios se ha llamado basura y que ahora parece ser arte y podría representar miles de euros que me permitirían vivir como una reina? Está claro que se me escapan las mejores.

P.D. El que fue compañero sentimental del eximio autor ha desvelado recientemente que no era cierto que los excrementos que contenían las latas hubieran salido de verdad de lo más profundo del artista………

Qué desilusión.

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