La mirada de Ulisas

La palabra debe mantenerse en forma sagrada, ser tomada en cuenta y respetada

Bella Clara Ventura
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LA MIRADA DE ULISAS pone interés en escuchar y ver programas de opinión como los que ve en permanencia, gracias a la facilidad de los medios audiovisuales que desdibujan fronteras. Entiende que entre más se acerque a los diferentes enfoques de un argumento, mayor sabiduría adquiere. O por lo menos, se atiene a alcanzar conocimientos que le amplían la visión sobre los diversos y abundantes temas, que acostan a sus orillas.

La verdad es que la mirada de Ulisas resulta insaciable: ama los libros, le encanta aprender, disfruta de las discusiones con altura y sobre todo le apasiona hacerse a la justicia cuando desarrolla una cuestión que pueda iluminar a los demás.

En este caso, anhelo como la mirada que soy hacer énfasis en la PALABRA, porque si bien se cree que la mirada no tiene voz, se equivocan, ya que los atisbos están cargados de expresión y la palabra los habita. La vista hace uso de la palabra cuando precisa. Cada mirada tiene un sentido. Los ojos hablan. En esta oportunidad la mirada que represento, una mirada apacible que trata de obviar sesgos, voy a desarrollar un asunto que nos atañe: la palabra con los usos que se le dan y el cómo se proyecta. Aprendí que en el judaísmo la palabra es sagrada. En los mandamientos se exige que jamás debe ser utilizada en vano. Inclusive cuando se dice voy a hacer tal o cual cosa, se añade “bli neder”, lo que implica una salvedad: el hacer hincapié que lo propuesto carga un mensaje, que la palabra en dado caso no obliga sino conlleva la posibilidad de no fallarle a lo propuesto. Como pueden constatar, queridos lectores, la palabra mantiene una obligación y reposa en un compromiso que debe guardar su valor y su entereza. Lo que implica que jamás se deben hacer promesas falsas ni incumplir con lo establecido. En ese sentido analizo que la mentira es condenable y no debe hacerse institución, como en otros países donde se juega fácilmente y de manera ligera con lo dicho o lo pretendido. Los políticos en ciertos países son expertos en este tipo de gimnasia verbal. Condena que les hacemos por promesas falsas y discursos que abusan de la buena fe. Pero lo que me llamó poderosamente la atención fue descubrir que, en Irán como otras naciones con las mismas costumbres, el faltarle a la palabra no es un problema. Dicho por su propia gente en varios programas periodísticos como algo normal. Es casi lo usual, ya que forma parte de la cultura como manera de ser y de obrar. Se vuelve casi una fórmula del proceder en la vida. Pueden cambiar de opinión sin problema. Lo que me conduce a pensar que; si la palabra no tiene contenido, ¡con qué y con quienes se puede contar!!! Se instituye el imperio de la mentira que crea falsas expectativas y sospechas sin dar fuerza ni realidad a ningún tipo de acuerdos. Es grave que la palabra pierda su piso, su peso y su paso. Y el saber que no se puede posar la seguridad en la palabra ajena desorienta. ¿Quizá sea esa problemática la que tenga tan desorientada la paz en el Medio Oriente???? Me pregunto: ¿por qué? al no existir el diálogo franco por aquello de la desconfianza, ¿cómo? Se puede llegar a alianzas o concluir convenios, que son los que permiten vivir en armonía.

La palabra debe mantenerse en forma sagrada. Debe exigir conformidad, formalidad, tiene que poder ser tomada en cuenta y respetada sobre todo en el momento de su entrega o del uso de una propuesta. Por supuesto, sin que pueda enredar al antojo de quien la haga brotar de sus labios o de su pulso cuando se vayan a firmar posibles pactos. Tiene que exponerse de manera diáfana, sincera y sin doble sentido. Siempre con la nobleza y firmeza que se espera de ella. Una grandeza en el decir que obedezca a la promesa que encierra la palabra. ¡Tal vez en ello se base el conflicto o choque de civilizaciones por no sustentar los mismos valores ni principios! O como se diría simplemente usanzas y tradiciones diversas.

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