Proserpina

No a la Tala

Estuvo ahí desde siempre anunciando el paso de las cuatro estaciones, y para Alicia había sido tan fácil tocar sus hojas como abrir la ventana de su habitación y alargar el brazo hacia él. Pero hace unos meses fue sentenciado a muerte y desde entonces aquel símbolo de permanencia se ha convertido en una cuenta final. El último otoño, la última caída de hojas, fin del nuevo amanecer en sus ramas…

La pesadilla para ella comenzó el ocho de agosto de 2023. El azar quiso que el tren en el que Alicia viajaba desde Cádiz a Barcelona hiciera una parada no prevista de una hora en Madrid, y viviendo como vive al lado de Atocha, decidió acercarse a su casa para verificar que todo estuviera en orden. Fue entonces cuando descubrió aquella aspa roja pintada sobre un papel pegado en cada uno de los troncos de los árboles a lo largo de su recorrido. «Este árbol se va a talar». Eso leyó, y le pareció tan absurdo y atroz que antes de pensar en lo primero y despreocuparse, sintió el pavor de lo segundo y decidió averiguar de qué iba todo aquello. 

Por desgracia, ni se trataba de una broma ni de una simple amenaza. La línea 11 del metro de Madrid exigía el sacrificio de montones de árboles. En un principio serían talados setenta y nueve entre la Plaza elíptica, Conde de Casal, Comillas, Arganzuela, Palos de la Frontera y Atocha. Pero en un momento dado, sin saber la razón, ese proyecto se transformó. Se cambió el sentido de entrada de la tuneladora, entre otras decisiones y el número de árboles aniquilados ascendería a más de mil.  El Ayuntamiento ni siquiera había informado, y así como los árboles se comunican entre sí, fueron los primeros residentes perjudicados quienes habían ido avisando a los otros. Alicia supo enseguida que aquellos carteles habían sido colocados por algunos vecinos de Delicias, y que así como en otros barrios habían comenzado a movilizarse, a ella le iba a tocar defender el suyo, Atocha- Retiro. Y no había tiempo que perder: Se había establecido un plazo para presentar alegaciones hasta el 24 de agosto, cuando no hay nadie en Madrid. Pero ¿cómo exponerlas si no se sabía qué estaba pasando?

Dicen que Dios aprieta pero no ahoga y por fortuna un arquitecto vecino consiguió el proyecto de la obra. De inmediato se dio cuenta de que había alternativas viables para salvar a los árboles e hizo los planos pertinentes. En ese momento fue cuando Alicia hizo un cartel que fotocopió y colocó en todos los portales, distribuyó a todos los Ministerios de la zona y a los pocos comercios abiertos en pleno agosto. «No a la tala», rezaba. Era vital que se supiera, que nadie pudiera decir que no se había enterado. Luego cada quien podría actuar según su conciencia.

Alicia fue puerta por puerta para conseguir las firmas para las alegaciones que durante dos días estaría metiendo en el registro, una por una, y así poder presentarlas antes del plazo establecido. Podría cambiarse el tipo de excavación para salvar algunos parques y con solo desplazar temporalmente el carril bus, podrían ser indultados al menos quince árboles en su zona. Por entonces ya se había creado todo un equipo técnico de vecinos solidarios; a ese primer arquitecto se había unido otro de un edificio colindante, urbanista y recién jubilado, factor que le permitiría trabajar sin presión. Otros que quisieron involucrarse recibieron avisos de sus empresas para que desistieran.

El ocho de octubre acudí a una manifestación en el centro de Madrid contra la tala, organizada por las asociaciones de vecinos perjudicados. Montones de personas iban disfrazadas de árboles y fue tan multitudinaria que ilusa de mí, pensé que lo teníamos ganado. Sin embargo, el ruido que hicimos fue en vano. No así la reunión de los representantes de Arganzuela con el Parlamento Europeo, que aconteció poco después. El BEI, o Banco Europeo de Inversiones estaba financiando aquella obra que iba en contra del medio ambiente. El Banco del clima iba a cometer un arboricidio. 

Por su lado, Alicia habló con políticos de todos los partidos. Pensó que solo si lo convertía en una causa común podría llegar a buen puerto; debía sacarlo de la politización. La colaboración era el único medio de salvarlos. Cada quien debía luchar por su árbol y comenzó a repartir por doquier fotos de las masas arbóreas que desaparecían e imágenes de la desolación de parques ya arrasados.

Los vecinos de Arganzuela fueron los primeros en movilizarse y el día que comenzó la tala en su zona, dos de ellos se subieron a los árboles mientras otros se abrazaban a ellos. Los trepadores,  más otro que se resistió a la autoridad cuando llegó la policía, fueron llevados a calabozo donde permanecieron unas horas y todos ellos, en total treinta personas, fueron sancionados con una multa de seiscientos euros. En total, diecinueve mil. Pero la lucha no se detuvo en ningún momento. Continuaron las reuniones, las juntas, las peticiones de ayuda.

En la zona de Atocha, la detección de un grave problema freático que afectaría a la calle Infanta Isabel, fue lo que logró colocarlos en el foco de atención. Ya existía el antecedente de San Fernando de Henares, donde las casas se están cayendo por culpa de las obras del metro, y lo mismo podría ocurrir allí al realizar las excavaciones a treinta y cinco metros de profundidad. La presidenta de la junta de Retiro temió que se viera afectado tanto este Parque como el Jardín Botánico y tras una reunión de sus técnicos con los del equipo creado por Alicia, decidieron derivarlo a la Comunidad de Madrid. Por fin iban a ser escuchados.

Hoy Alicia siente cómo se le quiebran los huesos al escuchar las sierras eléctricas. Lleva días vestida con un anorak fluorescente para poder colarse hasta el despacho de los capataces. Han cortado los Ginkgos en tan solo cinco minutos. 

—Son solo madera —le han dicho. 

—¿Acaso tú solo eres un cacho de carne? —ha respondido, abrazándose y presionando hacia dentro el estómago, concretamente el plexo solar, el punto donde anidan los sentimientos.

Un árbol maduro puede absorber hasta ciento cincuenta kilos de gases contaminantes por año. Si los árboles desaparecen, las concentraciones de dióxido de carbono, monóxido de carbono, dióxido de azufre y dióxido de nitrógeno, provocarían la muerte de muchas personas y animales. La OMS ha asegurado que se necesita al menos un árbol por cada tres habitantes para respirar un mejor aire en las ciudades. Son los pulmones del planeta.

Tras la reunión del equipo técnico de vecinos con el director de infraestructuras de transporte colectivo, el Ayuntamiento de Madrid dio permiso para modificar el carril bus temporalmente y así poder salvar quince árboles. Pero hoy aún no puede disfrutar de semejante alegría. Ha ido acompañando uno a uno a los que no pudieron salvar, como a moribundos en sus minutos postreros y ahora contempla como cortan la rama más alta del último cedro de veintiséis metros de altura. Las otras han caído desplomadas al suelo mientras ésta, tan cerca del cielo se ha creído pájaro, y abriendo sus hojas las ha extendido como alas que le han permitido un engañoso vuelo sin posibilidad de remonte. No, hoy Alicia no está contenta aunque haya logrado salvar al suyo con el que podrá seguir visualizando las tormentas y los atardeceres entrando en su casa a través de sus ramas. 

Paco, Cristóbal, Ramoni…Me encantaría poder nombrar a todas esas personas anónimas, muchas, que han luchado con pasión desde sus barrios consiguiendo la reducción de la tala de más de mil árboles, a quinientos.

En mi trayecto hacia el supermercado me emocionan los árboles que siguen en pie luciendo su preciosos cartel:

«Este árbol no va a ser talado. Ha sido salvado por los vecinos»

Podía hacerse y se hizo. Mi gratitud a todos los que luchasteis por ello; nos habéis dado una lección de vida. Solo la unión de todos vosotros, Arganzuela, Comillas, Delicias y Atocha, lo ha hecho posible.

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