La inmortalidad

La mujer de la cabra

La mujer con la cabra
photo_camera La mujer con la cabra - Maruja Mallo

Aunque me cueste reconocerlo, soy una persona de costumbres, de rituales que se suceden de manera cotidiana, habitual. Algunos de esos rituales los he inventado yo misma, otros, en cambio, los he copiado, con descaro, allá dónde los he visto. Así me encuentro que tengo un amplio cajón repleto de postales de las exposiciones de arte que he visitado en los últimos años.

En una de las salas de exposición temporal del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid una mujer pasea una cabra. Su tez es oscura, su cabello aún lo es más, camina descalza sobre la tierra mientras que con su mano derecha sujeta la correa que agarra al animal. Hay lirios blancos y frescos en un paraje que es desértico, aunque al fondo se divisa el mar y en sus orillas rocas, torres y castillos. Otra mujer alza su mano desde dentro del hogar para saludar a la primera, quien continúa su marcha decidida. 

Me paro ante la pintura y observo las formas de los personajes, cómo están dibujadas, y en las facciones de sus caras reconozco a la artista. Maruja Mallo y yo ya nos hemos encontrado en demasiadas ocasiones como para no reconocernos. La mujer de la cabra (1927, Colección Fundación Barrié) forma parte de la exposición Maestras celebrada por el Thyssen desde finales de octubre -apenas quedan unas semanas para que finalice- como también lo hacen dos de las cuatro verbenas que la artista pintó durante sus años de juventud. No es la primera vez que nos encontramos, solemos coincidir en las salas del Museo Reina Sofía, también en los libros, cuando quiero seguir aprendiendo sobre las mujeres artistas de su generación. Ana María Gómez González nació una víspera del Día de Reyes del año 1902. Fue al norte de Galicia, en Viveiro, mas veinte años después la familia se trasladó a Madrid y ella y su hermano comenzaron a formarse como alumnos de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Fue miembra activa de la Generación del 27, como lo fueron muchas otras mujeres que nuestra historiografía ha parecido olvidar. La exposición del Thyssen rescata a muchas mujeres que desde el siglo XVI dedicaron su vida al arte de crear. Entre ellas yo me quedo con la carismática y descarada Maruja, quien Rafael Alberti ascendió al subsuelo

Tú,

tú que bajas a las cloacas donde las flores más flores son ya unos tristes salivazos sin sueños

y mueres por las alcantarillas que desembocan en las verbenas desiertas

para resucitar al filo una piedra mordida por un hongo estancado,

dime por qué las lluvias pudren las horas y las maderas.

Aclárame esta duda que tengo sobre los paisajes.

Despiértame.

 

 (poema: La primera ascensión de Maruja Mallo al subsuelo, 1929).

Maruja Mallo
Maruja Mallo

Mallo y Alberti se inspiraron mutuamente durante los años en los que mantuvieron una relación sentimental. Ella diseñó algunas de las escenografías para las obras teatrales del escritor, también ilustró algunos de sus poemas, mientras que él transcribía las formas de sus pinturas al papel. El surrealismo fue un vínculo que les mantuvo unidos durante varios años, en las obras de Maruja primero el color y la fiesta, después los huesos, la muerte y el desierto. En 1936 vio en el exilio una oportunidad, así pasó más de veinticinco años viviendo y ejerciendo su vocación entre Buenos Aires y Nueva York, hasta su regreso a España en el año 1962. 

Maruja Mallo y yo no nos hemos dejado de encontrar, durante mis años de estudiante en Santiago de Compostela un retrato suyo colgaba de las paredes de la escalera de subida a la biblioteca del CGAC. También en el Museo de Pontevedra, una mujer racializada que mira a quienes miramos con gesto similar y las mismas facciones que las de las mujeres de las obras que se muestran ahora en la exposición de Madrid. Recientemente, la Biblioteca Nacional ha querido hacer un homenaje editando una serie de décimos dedicados a las artistas de la Generación del 27. La pasada semana compré el décimo con la fotografía de Maruja esperando un poco de suerte. No fue así. Del Thyssen, mantuve la costumbre, me llevé la postal de La mujer de la cabra.