Diario de a bordo

La Fundación

Desde una de las ventanas de mi casa madrileña se puede contemplar la trasera de la enorme mole que acoge a la Fundación Doña Fausta Elorz. Es un edificio con gran patio trasero -convertido hoy en aparcamiento- que en el momento de su edificación en los albores del siglo XX, ocupaba toda la manzana que acogían las calles de Torrijos - conde de Peñalver en la actualidad-, Padilla, Juan Bravo y General Díaz Porlier. Su arquitecto, Daniel Zavala Álvarez, levantó un edificio neomudéjar siguiendo el criterio historicista de la época que ha prodigado en Madrid numerosas construcciones, tanto civiles como religiosas. Una de las más representativas de esa ‘moda’ arquitectónica  la podemos encontrar no muy lejos de aquella, en la calle Príncipe de Vergara, ocupando el cuadrado que limitan Castelló, Ayala y don Ramón de la Cruz junto a la ya citada. Se trata del Colegio Nuestra Señora del Pilar, señorial centro docente erigido en un esplendoroso neogótico. Doña Fausta Elorz y Olías fue una piadosa filántropa que dejó a su muerte una gran fortuna para el fomento de obras de caridad. 

El edificio en cuestión albergó hasta nuestra guerra civil una residencia de ancianas y una escuela de niñas, para convertirse durante la contienda en  cárcel de mujeres -las denominadas ‘checas republicanas’-, y en cárcel de hombres al finalizar la guerra y por muy breve tiempo, entre 1939 y 1940, la tristemente célebre ‘Cárcel de Torrijos’. Posteriormente acogió la Sección Femenina de la Falange para volver a su objetivo fundacional en la década de 1950. Poco después se levantó en una parte del patio que da a la calle de Padilla una finca de viviendas. El edificio de la Fundación, respira ese aire un tanto sombrío que parecía ser obligado denominador común en las residencias de caridad levantadas a finales del XIX y principios del XX. Su cuerpo de ladrillo y zócalo de piedra, ennegrecidos por el paso del tiempo y el tráfico capitalino; el deslucido y breve jardincillo que adorna su fachada y entrada principales;  la configuración con un cuerpo central y pabellones avanzados a ambos lados todo ello unido por una extensa galería central, le otorgan un carácter lúgubre y enigmático que gustosamente podría cobijar tanto un manicomio como un correccional en el centro de la ciudad.

El 15 de mayo de 1939 ingresó en la entonces cárcel de hombres un ‘peligroso propagandista republicano y agitador comunista’, el poeta Miguel Hernández. Tenía 29 años. Fue recluido en la primera sala de la cuarta galería, que se encontraba prácticamente en el desván del tétrico edificio. Su esposa Josefina Manresa, junto a su hijo Manolillo, se encontraba en Orihuela, ciudad natal de Miguel, desolada por la falta de información sobre el paradero de su marido y teniendo que vivir en una condiciones muy cercanas a la miseria. Miguel compartió prisión con otro poeta, Germán Bleiberg, encontrándose con algunos compañeros republicanos a los que había conocido en diversos lugares del frente y en distintos actos de propaganda republicana. Una luminosa mañana mientras deambulaba por el patio, se detuvo junto a otro preso que sentado sobre un cantil se entretenía dibujando. Al cruzarse las miradas se reconocieron pues ambos habían participado en una acción militar en Guadalajara. Miguel también dibujaba, y durante el breve tiempo que pasó en Torrijos fueron inseparables. Este conmilitón encontrado al albur era Miguel Gila.

Un día del mes de septiembre el preso Miguel Hernández recibe una carta de su mujer. En ella le explica que todos sus intentos por ir a verle han fracasado porque su matrimonio civil ya no es válido y no son familia. Le comunica que al hijo tenido, a Manolillo, le han salido dos dientes, y le refiere sus penurias, su angustiosa realidad, la indigencia que les oprime, el hambre que sufren pues sólo pueden alimentarse de pan y cebolla guisada. A Miguel la lectura de esas líneas le destrozan, casi puede sentir el dolor y la desesperación de su mujer, cómo Josefina baja los ojos un tanto avergonzada al contarle todo eso a él, que está en prisión, sufriendo incluso más que ellos y sin saber a ciencia cierta que será de su vida. La impotencia se apodera del padre, nada puede hacer, nada tiene, piensa en escapar para ir a Orihuela, pasa las noches en blanco, sus amigos le apoyan, le consuelan, tratan de animarle, pero todo es inútil. En la nocturnidad insomne, en esa soledad y silencio sepulcrales del penal,  puede oír el lastimero, tenue y quebradizo llorar del Manolillo hambriento y las delicadas y amorosas palabras de Josefina tratando de calmarle, de aliviarle, de confortarle.

Manolillo puede morirse de hambre, él también lo pasa, pero ya no lo siente ante la del hijo. Todavía transido por el dolor escribe a su mujer: ‘(…) Estos días me los he pasado cavilando sobre tu situación, cada día más difícil, el olor a cebolla que comes me llega hasta aquí, y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles te mando estas coplillas que le he hecho’

‘La cebolla es escarcha/cerrada y pobre:/escarcha de tus días/y de mis noches. (…) En la cuna del hambre/mi niño estaba./Con sangre de cebolla/se amamantaba(…).’

‘Tu risa me hace libre,/me pone alas./Soledades me quita,/cárcel me arranca.(…) Es tu risa la espada/más victoriosa./Vencedor de las flores/ y las alondras./Rival del sol(…).’

‘Las nanas de la cebolla’ es uno de los poemas más conmovedores y trágicos que se han escrito, y al mismo tiempo de los más hermosos y risueños. El padre, con lágrimas en los ojos, le pide al hijo que ría, que sea feliz, no podría soportar la prisión de no serlo, sería para él una doble condena, la felicidad del hijo libera al padre. Cuando Manolillo cumple su primer año Miguel le escribe: ‘Manolillo de mi alma; sabrás que hoy has cumplido tu primer año, y que tu padre te felicita como puede, desde tan lejos. Puesto que ya andas, ven aquí conmigo y aprenderás a ser hombre en la cárcel, donde tantos hombres desaprenden(…).'

‘Cancionero y romancero de ausencias’ es el poemario que Miguel Hernández escribió en la cárcel y donde se encuentra esta admirable poesía. En uno de los laterales de la fachada principal de la Fundación, un mármol sufragado por la Sociedad General de Autores recuerda el acontecimiento de su escritura. En él no se hace referencia a la cárcel que fue.

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