Nadando entre medusas

Por sus frutos los conoceréis

Tras la actividad en el Congreso de los Diputados estas últimas semanas, algunos afirman que la política española es un circo. Pero se equivocan. Lo que una vez más hemos contemplado, no es un circo: es un espectáculo. Son cosas distintas. En el circo, lo imposible se puede hacer realidad. En la política, lo indeseable se puede hacer cotidiano. 

Por ejemplo: en el circo se lanzan cuchillos al cuerpo, y en la política, puñales por la espalda. En el circo hay payasos: en la política, bufones. En el circo hay saltimbanquis: en la política, tránsfugas. En el circo, afortunadamente, ya no se permite la explotación de animales: en la política se tolera la explotación de los ciudadanos. En el circo hay fantasía: en la política, falsas promesas. En el circo hay payasos que se han especializado en resultar cada día más torpes: en la política hay torpes de nacimiento que se han especializado en parecer cada día más hábiles. En el circo hay artistas del contorsionismo físico: en la política, especialistas del contorsionismo ético. En el circo hay escapistas: en la política, huidos de la justicia. En el circo hay titiriteros que hacen bailar a las marionetas como si fueran humanas: en la política hay empresarios que hacen bailar a los políticos como si fueran títeres. En el circo hay artistas que se tragan sables: en la política hay ciudadanos que se tragan programas electorales. En el circo hay domadores de leones: en la política, domadores de sindicalistas. En el circo, el artista cree que cualquier adulto puede volver a sentirse niño: en la política, el gobernante cree que todo votante puede ser infantilizado.

En cuanto al espectáculo autonómico, los catalanes, durante varias décadas, hemos tenido dos insignes familias: la Sagrada Familia, diseñada por Gaudí, y la Familia Sagrada, diseñada por Alí Papá y los 40 pujoles. Mientras duró el gobierno de éstos, todas las parcelas de la sociedad fueron estratégicamente politizadas. Tanto, como para que la política se fuera convirtiendo, poco a poco, en una religión. Una con sus mesías, sus projetas (perdón: sus profetas) y con el producto más vendible: sus mártires. Gracias a esta sacralización de la política, Alí Papá consiguió que los 40 pujoles tuvieran más influencia en la sociedad, que los 40 Principales en la radio. Fue tanta la sacralización de esta familia, que incluso la mujer de Alí Papá llegó a firmar sus oscuros contratos con el nombre de “Madre Superiora". He aquí el respeto que demostró tener por los catalanes en general, y la Iglesia en particular. ¿Y cuál fue la reacción de la Iglesia catalana?. Homenajearles a todos en el monasterio más simbólico de Cataluña: el de Montserrat. Un monasterio lo suficientemente politizado como para que muchos ateos lo hayan llegado a considerar sagrado. Por eso, cuando las negras flores de la pederastia comenzaron a brotar en sus santos jardines, a Alí Papá le faltó tiempo para acudir allí y solidarizarse públicamente con el abad. Es el milagro que se produce cuando se fusionan el paraíso celestial y el fiscal. 

Primero saltó el escándalo de la corrupción política y más tarde el de la eclesiástica. Pero ambos reaccionaron de la misma manera. Cuando afectó a los primeros: “No es una denuncia contra nosotros: es un ataque contra toda Cataluña”. Y cuando afectó a los segundos: "No se nos acusa por nuestros delitos sexuales, sino por nuestro histórico compromiso con el catalanismo”. Respuesta de manual, mi querido Watson. Es decir: los políticos intentando blanquear sus delitos bajo el paraguas de la Iglesia, ésta intentando esconder los suyos con la bendición de los políticos, y al final, todos usando la bandera de los catalanes como escudo para evitar la acción de la justicia. Una bandera que, por el uso y abuso que han hecho de ella, ya desprende un olor semejante al de los pañales que Puigdemont lleva injertados en las caderas.  

Pero la sensación de impunidad les duró poco, pues, al final, la Audiencia Nacional señaló a Alí Papá y los 40 pujoles como una organización criminal. En cuanto al abad de Montserrat, después de haber intentado comprar el silencio y la dignidad de una de las víctimas con 8.600 euros, al final tuvo que pedir perdón públicamente, no sólo por haber permitido que las negras flores de la pederastia crecieran alegremente en su jardín, sino por haberlas rociado durante muchos años con ambientador. Pero después de ambos escándalos, el compadreo entre unos y otros no acabó aquí, pues al cabo de un tiempo, el pederasta del monasterio tuvo las santas gónadas de escribir un libro. Las mismas que tuvo Alí Papá a la hora de prologárselo. Ni en una granja avícola se han visto nunca tantos huevos. 

Y hoy, el espectáculo de la religión y la política, continúa. Pues hace sólo unos días, el cardenal Omella, arzobispo de Barcelona y presidente de la Conferencia Episcopal Española, fue citado en el Parlamento de Cataluña para declarar en la Comisión de Investigación sobre los casos de pederastia en la Iglesia católica. Oportunidad maravillosa, por dos razones. Una: para demostrar la indignación que le produce este repugnante y masivo fenómeno en su Iglesia, y dos, para solidarizarse con las víctimas. Pero parece que ninguna de estas razones le conmovieron lo suficiente, porque no se presentó. Ni en la primera citación, el 29 de enero, ni en la segunda, el 2 de febrero. Tampoco se presentaron el vicesecretario de la Conferencia Episcopal Tarraconense, Enric Termes, ni el presidente del Tribunal Eclesiástico de Barcelona, Santiago Bueno. Y a pesar de que la Mesa del Parlamento ha denunciado la incomparecencia de los tres ante la Fiscalía, todos alegan que no tienen obligación de acudir. Saben que en el Parlamento no les van a recibir con genuflexiones ni besos en la mano. Y lo que alegan sus incondicionales para excusarlos, es que no han querido participar en el circo que les tenían preparado. Y lo argumentan diciendo que el Parlamento catalán, ahora, está demasiado politizado. Claro, sólo faltaría. Pero alegar que un parlamento está demasiado politizado, es como quejarse de que un hospital está demasiado hospitalizado. ¿Qué esperan encontrar en un Parlamento: drag-queens, crupieres, sexadores de pollos? Otra cosa distinta es la calaña de los parlamentarios. Puede ocurrir que se encuentren de todo. O peor aún: que todos se parezcan tanto, que acaben teniendo la sensación de que todos pertenecen al mismo partido. 

Pero además de la obligación legal de asistir que puede tener el presidente de la Conferencia Episcopal Española, ¿qué piensa hacer con su obligación moral? Según el Defensor del Pueblo, en el último Informe sobre la pederastia en la Iglesia católica, el número de víctimas, sólo en España, podría superar las 445.000. Para ser casos aislados, como ha defendido siempre la Iglesia, la cifra no está nada mal. Pero una vez más, sus jerarcas no sólo han dado plantón a los parlamentarios: también se lo han dado a las víctimas. Doblemente humilladas, doblemente abandonadas, doblemente victimizadas. Un plantón que se extiende a todos esos fieles católicos que, sin haber cometido delito alguno, tienen que agachar la cabeza de vergüenza cuando alguien les pregunta por qué siguen perteneciendo a una iglesia que nunca ha mostrado vergüenza, no sólo a la hora de negar, minimizar y justificar sus múltiples delitos, sino también por atreverse, en muchos casos, a culpabilizar a las propias víctimas. Por eso, si sus eminentísimos, reverendísimos y excelentísimos señores consideran que ellos no tienen la obligación moral de dar explicaciones a los representantes del pueblo por todas esas monstruosidades que se han cometido con tanta impunidad y que se han escondido durante tantas décadas, los demás sí tenemos la obligación de recordarles que, en este caso, no estamos hablando de circo ni de espectáculo. Estamos hablando del túnel del terror por el que miles y miles de menores han sido obligados a pasar arrodillados.

En nombre de esas víctimas se lo vamos a recordar una y otra vez a todos los que detrás del crucifijo que cuelga en su pecho, esconden un electrocardiograma plano.

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