El Jardín del Edén

La espuma del oleaje

Mi padre nos dejó a mis hermanos y a mí unas pequeñas memorias con las que quería pasarnos algo de su experiencia vital, ya que, según decía, aunque las circunstancias personales de cada uno puedan variar mucho, el comportamiento humano básico suele ser muy similar.

Cuando nos golpean las noticias con el escándalo de las mascarillas y de la (presunta) trama corrupta para su compra durante la pandemia, no solo se nos erosiona otro poco la credibilidad de la Casta política con la que nos ha bendecido la Providencia, sino que nos hacen perder –de nuevo- la esperanza en esos ideales que nos mantienen vivos. No puedo dejar de pensar en cuántas veces hemos visto ya la misma película: distintos actores, distintos decorados, pero un mismo argumento y un idéntico desenlace: el abuso del que tiene poder.

Esto me lleva a pensar que tal vez no estemos ante un problema que se manifiesta simplemente porque el Sr. X o la Sra. Y hayan abusado de forma puntual de la autoridad que les hemos delegado, sino ante un problema más de fondo de nuestro Jardín del Edén, que requiere una respuesta sistémica y contundente; más allá de atajar un caso concreto de corrupción. El consabido “…y tú más” solo sería otra prueba de esta tesis.

El escándalo mediático y los ceses son imprescindibles como mínima forma de higiene ante algo como la compra fraudulenta de mascarillas, pero no pasan de ser retoques cosméticos si el problema real no se afronta: ¿Cómo controlar y evitar que los servidores públicos incurran en abuso de autoridad?

Dejando aparte la ceguera parcial provocada por el “hooliganismo” político, en el que los míos lo hacen todo bien y los otros no hay por dónde cogerlos, la teoría de la cosa pública ofrece dos claves, que creo necesarias tener en cuenta si queremos ir más allá y tratar de atajar un grave problema con un simple parche: la primera sería la necesidad de contrapesos institucionales proporcionados por una efectiva división de poderes (“checks and balances”), la segunda sería ser consecuente con la teoría del “fallo del sector público” (“public sector failure”).

Sobre la necesidad de contrapesos, absolutamente esenciales para evitar los abusos de poder, al menos somos conscientes de las graves deficiencias actuales y existe un debate abierto sobre ello. Por el contrario, el problema del “fallo del sector público” no pasa de ser visto como una curiosidad académica para especialistas. Un sector público con competencias y capacidades financieras limitadas y estrechamente supervisadas tendrá menos espacio para el abuso, mientras que un sector público sobredimensionado y manejando abundantes recursos (que aparentemente no sean de nadie), será un escenario más proclive a la corrupción.

El tamaño importa y cuando el sector público crece de forma desmesurada, a los problemas creados por su voracidad fiscal y excesivo intervencionismo, se les añadirá la permanente tentación al abuso y al fraude, como por desgracia vemos aflorar de vez en cuando.

Como decía un pensador, mientras que los acontecimientos son únicamente la espuma del oleaje, debe ser el mar el que nos interese. No nos olvidemos por tanto de resolver las causas últimas que permiten las condiciones en las que florece la corrupción, y actuemos en consecuencia.

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