Del sur xeneixe

La Escuela de Arte de La Boca

Carlos Semino
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Escuela del puerto, Escuela del Riachuelo, Grupo de pintores de la Boca, Círculo de La BocaPintores del Riachuelo son algunos de los nombres con los que la crítica de arte nacional ha designado desde muchas décadas atrás a la producción de un conjunto de artistas que desarrollaron su actividad creadora desde este rico, colorido y bullicioso paisaje ribereño.

Esa designación, a través de múltiples expresiones alternativas parece solo descriptiva, pero en verdad encierra un juicio de valor, por añadidura empobrecedor.

Efectivamente, quien conozca la amplitud de registro de sus miradas podrá distinguir fácilmente mucho más que un grupo, un círculo o un conjunto de artistas que organizaron sus búsquedas en torno al Riachuelo; seguramente se percatará que existe una matriz identitaria que explica la huella del origen común.

Aún en los autores mejor intencionados encuentro una caracterización inadecuada de su especificidad.

Tomemos como ejemplo el texto de la historiadora Silvia González que tituló “La Escuela pictórica de La Boca. Revisión historiográfica de su contexto político y cultural en la década de los años 20”.

En dicho trabajo expresa la autora que "los pintores de La Boca pertenecían a tendencias disímiles, pero los hermanaba la pobreza y el cariño por esa zona elegida por muchos para vivir. Entre todos dieron forma a la Escuela”.

Ahora bien, ¿es posible considerar que una escuela artística pueda definirse como el producto del esfuerzo desarrollado “entre todos” sus miembros solo hermanados por la pobreza?

Sinceramente creo que no.

A mi entender no puede buscarse la explicación a la Escuela en el aporte de aquellos artistas que hermanados por la pobreza y el cariño al lugar, trabajaron incesantemente para alcanzar una identidad que derivara de sus temas o motivos artísticos.

La explicación del fenómeno se encuentra ligada a la matriz de identidad que generaría la inmigración italiana, en particular xeneixe, que asentó sus raíces en el lugar.

Creo haberlo podido expresar  en el texto que escribí para el catálogo de la gran exposición intitulada “Lazzari y los maestros de la plástica boquense” presentada en el Museo Municipal Eduardo Sivori en el curso del año 1987.

En el mismo señalé que “como en ningún otro caso en el arte de los argentinos, el arte boquense constituyó la expresión plástica de un pueblo todo, y el mirador privilegiado por medio del cual se recuperó el imaginario país ultramarino definitivamente perdido; en ese sentido puede decirse que se desarrolló a partir de una grandiosa fantasía colectiva que cobró forma plástica en torno al Riachuelo, por lo que su declinación coincidió más tarde con la melancólica certeza de su crepúsculo”.

Así, mientras “más allá de la frontera”, es decir, en Buenos Aires, se construía el canon de la modernidad a partir del reconocimiento del último estilo vigente en Europa, en La Boca el arte tenía como fundamento la búsqueda de un territorio propio, que como espacio de reparación, la preservara de la dispersión el olvido.

El mencionado imaginario tenía por objeto socializar la experiencia común al tiempo que articularse con el peculiar espacio real.

¿Por qué lo llamamos imaginario?

Porque esa sociabilidad fluyente que encontraba su imagen reflejada en el río, carecía entonces de raíces y en consecuencia se encontraba huérfana de memoria.

Fue tarea de los mejores artistas de la Escuela construirla, a partir de los instrumentos que puso en sus manos el genio del  maestro toscano Alfredo Lazzar en los lejanos días de comienzos del siglo anterior.

Si para Heidegger el lenguaje es “la morada del ser”, para el boquense la imagen plástica será su morada.

Desde ella construirá la identidad, haciendo centro en el vientre de mil rayos que le ofrendó como misterio el mítico Riachuelo de los Navíos.

No solo porque fuera un espacio inspirador como otros (su puerto, sus calles, sus barcos y sus interiores) sino porque su potencial simbólico constituyó la matriz material de todo su devenir.

Desde su espeso y turbio lecho,  organizó durante un siglo y medio, la vida económica, la arquitectura, la sociabilidad y nutrió de energías anímicas al país ultramarino que siempre aparece en su memoria como espejo, consuelo y reparación.