Sobre dogmas y consignas

Entrégate a ellas

Acaso sea porque lo aparentemente sencillo es lo más difícil de llevar a cabo. Acaso porque lo que damos por supuesto acaba convirtiéndose en una sombra de sí mismo. O acaso porque solamente nos parece importante lo material, lo que somos capaces de pesar y medir. Sea por lo que fuere, nos estamos perdiendo una parte importante de nuestra vida.  

En nuestra civilización, de una manera más o menos tácita, se ha mantenido el goce de nuestros sentidos en un segundo plano, cuando no como algo vagamente vergonzoso y desde luego, inútil. Sólo místicos y poetas – seres claramente marginales a los que no es necesario tomar demasiado en serio- se atreven de vez en cuando a cantar las glorias de la sensualidad demostrando que también hay un claro matiz de espiritualidad en ella. Pero, aunque no la hubiera, ello no sería motivo para mantener esta capacidad como una parte bastarda de nuestra naturaleza. Precisamente gracias a nuestros sentidos podemos relacionarnos, reconocer nuestro entorno, aprender y gozar. Y cuando nos falta alguno de ellos nos encontramos perdidos, aislados. Un poco a parte del mundo.

Cierto que esta es una faceta puramente utilitaria, pero esta utilidad tiene la gran ventaja de convertirse sólo un paso más allá en puro goce. Gozar de nuestros sentidos es disfrutar de los seres queridos. De las cosas menudas. De lo cotidiano. De la Creación. Las fuentes de nuestro gozo están siempre cerca. Rodeándonos. Esperándonos. Sin condiciones. Pero nosotros pasamos sobre ellas de una forma insensible en la mayoría de los casos, como arrastrados por una prisa que no nos lleva a ningún sitio. Y sin embargo una gran parte de nuestra felicidad está allí, en instantes o minutos de increíble intensidad cuando te haces permeable a lo que te rodea, cuando te dejas traspasar por lo que tus sentidos “tocan”. Si se permite que esto ocurra, el entorno cobra una dimensión insospechada y las fuentes de placer, de felicidad, son literalmente inacabables. 

El aroma te reclama. Te alcanza. Entra en tu nariz y sube por ella y se repliega y retarda su paso hasta que, finalmente te inunda y se oculta en el principio de tu garganta en un mutis fugaz y silencioso. 

Tus dedos resbalan lentos por esa superficie pulida, suave, dulce, que responde a tu caricia enviándote sus estímulos. Hay una vibración sostenida, una sensación agradable y relajadora que sube por tu mano muy despacio hasta que todo tu brazo se abandona a ella respondiendo a su llamada en un diálogo profundo e intraducible.

Notas cómo el rumor del agua o la música te rodea. Se acerca a ti. Y se encarama a tu oído. Y baja por él derramándose hasta que la sientes estallar, vibrando, en el pecho.

El paladar se asombra ante esa oleada tibia que resbala por el costado de la lengua y la envuelve y acaricia hasta llegar a su punta. 

La pupila se dilata. Se detiene. Se quiebra. Se enrama en la pequeña maravilla. Se entrega sin remedio a lo que podía haber pasado inadvertido.

En esos momentos, te descubres ligero y en paz. Sereno. Casi transparente. Las sensaciones son demasiado deslumbrantes para que algo más te alcance. Abandónate a ellas. Únete a ellas. Entrégate a ellas. Después te sentirás más humilde con la Creación. Y más cerca. Y sentirás también, posiblemente, la necesidad de dar gracias a su Creador, se llame como se llame.  

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