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Encuentro con Sotomayor en Santiago de Chile

Hace algunos años tuve la fortuna de encontrarme en Santiago de Chile y visitar el Museo Nacional de Bellas Artes que guarda una magnífica colección de pinturas de Fernando Álvarez de Sotomayor (Ferrol, 1875 - Madrid, 1960), entre ellas el “Retrato del Pintor Alfredo Helsby” (1917) o “Cena Gallega” (1915). Comprobé por medio de conversaciones con profesionales del mundo del arte, la alta consideración que se le tiene, y lo integrado que está, con todo merecimiento, en la historia del arte del país. Además del Museo Nacional de Bellas Artes, han quedado obras en colecciones institucionales y particulares que son el ejemplo de una intensa presencia. La estrecha relación que  mantuvo con el país andino tiene sus comienzos en 1908, cuando atendiendo a una invitación oficial, se traslada a la capital, Santiago, para ejercer de profesor en la Escuela de Bellas Artes y la oferta se produce cuando su carrera está en un momento ascendente. Aparte de valorar su estatus, el gobierno chileno preparaba los actos de celebración del Centenario de Independencia (1910) y deseaba estrechar lazos con España para propiciar un acercamiento cultural. La elección de Sotomayor resultaría todo un acierto.  

Hasta entonces, las influencias estéticas, francesa e inglesa, en la plástica chilena habían sido constantes, pero parecía oportuno dar un cambio y volver la mirada hacia el arte español; Joaquín Sorolla, Ignacio Zuloaga y Ramón Casas, se encontraban, entonces construyendo una pintura a partir de supuestos tradicionales, aunque abierta a una mentalidad vanguardista de connotaciones europeas, empleando renovadas técnicas y Sotomayor estaba cumpliendo con importantes encargos que llevaba a cabo desde su estudio de Madrid. El retrato y la temática mitológica eran el principal argumento de su obra aunque ya se estaba introduciendo en la práctica de un costumbrismo regionalista, distinguido y elegante, que ofrecía una visión de Galicia legendaria y céltica. 

La idea de poner en funcionamiento un programa pedagógico y la posibilidad de ofrecer su visión de la pintura a través del propio ejemplo le resultan atrayentes y tendrán un gran peso en la decisión final. Y con tal convencimiento y esperanzas  arriba a la capital integrándose con facilidad en en los ambientes culturales. En Santiago, la Escuela de Bellas Artes y el Consejo de Bellas Artes tenían un peso importante en las actividades artísticas que se producían en el país y ambas instituciones  se encargaban además de dirigir el Museo Nacional de Bellas Artes; todo ese conjunto compacto, educativo y promocional estaba dando excelentes resultados y con esa situación se encuentra Sotomayor; una de las primeras decisiones que toma es ofrecer su experiencia y su bagaje como artista y para tal fin prepara una serie de acciones; una de ellas, la exhibición de su obra para darse a conocer; en la Quinta Normal muestra una serie de piezas en las que incluye obras de reciente realización. 

En el Primer Salón Nacional presenta una colección de retratos de familias influyentes de Chile y su prestigio como artista se afianza. Desde su cátedra de Dibujo Natural y Colorido, comienza a sentar las bases de su ideario pedagógico; su posición neutral y magisterio son una garantía para los alumnos, procedentes de diferentes clases sociales. Sotomayor les enseña técnicas nuevas, les ayuda a llevar a cabo sus propios planteamientos desde el rigor y la conciencia de lo que supone ser un buen artista; serán fundamentales las transformaciones en la temática, la inclinación hacia cuestiones sociales, cambios en la composición, la aplicación directa del trazo y el color sobre el lienzo obviando el boceto previo.

Básicamente, los discípulos sitúan sus intereses en el ejercicio de una nueva pintura que extraerá del entorno aquellos elementos cotidianos familiares para expresarlos de un modo directo. El estilo limpio y  clásico de Sotomayor es un referente y en torno a su figura surge un destacado grupo de jóvenes pintores que tendrá una especial relevancia en la historia del arte chileno: la Generación del Trece, también llamada del Centenario o de Sotomayor. Todos proceden de la Escuela de Bellas Artes: Pedro Luna, Fernando Reza, Alfredo Lobos, Ulises Vázquez, Ezequiel Plaza, Jaime Torrent, Abelardo Bustamante, Arturo Gordon, Oscar Millán, Jaime Torrent, Manuel Gallinato, Jerónimo Costa, Agustín Abarca y Carlos Isamitt. Sus obras atienden a la expresión de costumbres tradicionales del país, a la recreación del paisaje cercano, a la concreción de un lenguaje que renuncia a los postulados del siglo XIX. Y esa nueva realidad artística tiene en el ejemplo y doctrina de Sotomayor, en la definida estética racial de su obra, los fundamentos del cambio.

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