En Román Paladino

Los Clásicos que nunca dejan de serlo

La primera noticia que tuve de Jardín de flores curiosas, obra escrita por Antonio de Torquemada en el siglo XVI, data de mis lecturas del Quijote pues, como es sabido, figura entre los títulos mencionados por Miguel de Cervantes cuando el cura y el barbero hicieron tabla rasa con la biblioteca de Alonso Quijano. El pasaje está narrado, y de qué manera, en el capítulo VI. El autor de este libro, “Don Olivante de Laura –dijo el cura—fue el autor del mismo que compuso Jardín de flores, y en verdad que no sabría determinar cuál de los dos libros es el más verdadero, o por mejor decir, menos mentiroso: sólo sabré relatar que irá al corral por disparatado y arrogante. Más como advierte cierta influencia del mencionado autor y no poca estimación.

Antonio de Torquemada figura por derecho propio en la mayor parte de las historias de la literatura española, aunque la verdad es que sabemos que nació en la provincia de León, probablemente en Astorga, a principios del siglo XVI. En Salamanca, al parecer, no tuvieron confirmación oficial o al menos no quedó reflejado en sus obras. Recojo estos datos del profesor Giovanni Allegra, autor de una de las últimas ediciones de Jardín de flores curiosas

En lo que se refiere a su formación, Cervantes puede que deba más a sus muchas lecturas, a sus soledades en La Mancha y a su vocación aventurera de la vida. De  Torquemada tenemos la impresión de que camina hacía sí mismo. Dijo en cierta ocasión: “Soy esa clase de hombres cuya cultura se fraguó en los comienzos de su vida”.  

El jardín está compuesto a base  de seis tratados en los cuales se nos cuentan las cosas más extrañas y maravillosas. En el primero trata de todo aquello que la naturaleza hace en los hombres fuera de lo natural y del común, suele obrar en ellos, en el segundo, de las propiedades de los ríos fuentes y lagos, y del paraíso terrenal, en el tercero de fantasmas y encantamientos, en el cuarto, de las cosas de fortunas y brujería, en quinto y sexto de las entonces, misteriosas tierras del septentrión y de los fenómenos que allí se daban. Sin embargo, lo que más llamaba la atención de estas narraciones se centraba en los conocimientos que Antonio de Torquemada tenía del mundo antiguo, sus afanes por saber y analiza los misterios y fenómenos cual deja constancia en el prólogo que dedicó al obispo de Astorga, don Diego Sarmiento de Sotomayor. Se alude también a la Diana, de Diego de Sotomayor, tan antigua y celebrada primera novela de dicho género.

No cabe duda de que las artes y las letras se encontraban en trance evolutivo. El vuelco  del siglo XVI al XVII ya había avisado. Estaban a punto nombres como los que ya no olvidaríamos nunca y daríamos al mundo, tales como Lope de Vega y Francisco de Quevedo, entre otros muchos, Diego Velázquez y Zurbarán y los al comienzo de este artículo citados.

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