Opinión

Diario político de un cínico idealista (parte3)

Un retrato del contexto político post pandemia (2021-2023): dos años resumidos en una semana de saltos cronológicos.

Llevo muchos años hablando de política con un amigo de mi infancia, nos conocemos desde los 3 años y ambos nos activamos políticamente con el 15-M. Ambos -siguiendo ese designio de la frase que se le suele atribuir a Churchill como tantas otras que no dijo, de quien no es comunista de joven es que no tiene corazón- hicimos pronto comunistas, pero comunistas de verdad, estalinistas, marxistas-leninistas: eran unos tiempo de mucha incertidumbre política creo que a ambos nos atrajo un análisis tan visceral y claro como el que planteaba Lenin y Stalin (lo que yo ahora denomino despectivamente la vulgata estalinista). Creo que a ambos nos molestó como a tantos otros jóvenes que las promesas de nuestros padres socialistas, de que si estudiabas y te esforzabas tendrías una vida mejor que la de ellos, no se estuvieran cumpliendo, que viéramos como nuestra sanidad o educación se privatizaba entre otros números recortes de los gobiernos de los que se decían socialistas y luego del gobierno de Rajoy. En definitiva, no había futuro para nuestra generación.

Pasaron los años y yo me fui a Santiago y allí tuve una de mis mayores crisis vitales e ideológicas: un conocido profesor anarcocapitalista, Miguel Anxo Bastos, y la lecturas de autores existencialistas y nihilista, derrumbo todas mis convenciones políticas, y me quede huérfano de la identidad que hasta entonces conformaba mi subjetividad: ser comunista. Por ese y otros motivos sufrí un cuadro depresivo-ansioso y toda mi realidad se colapsó: me quede siendo un nihilista o existencialista deprimido convencido de que nada tenía sentido, y que como nada tenía sentido el capitalismo era el modelo más amoral y que por tanto había que defender. Como tantos otros radicales, cuando cayó mi matriz ideológica que sostenía toda mi identidad, mi subjetividad se quebró. Esta etapa apenas duro un año, y en el fondo una parte de mi seguía buscando argumentos para reconciliarse con sus convicciones socialistas y progresistas. Fue cuando entre en contacto con la filosofía o teoría política y con Ramón Máiz, un evento que cambiaría mi vida intelectual y entre otros motivos me haría salir de mi depresión, con nuevos conocimientos e identidades múltiples, menos radicales y plurales. Desde entonces no he parado de formarme y construir argumentos que dieran solidez a mis nuevas convicciones: socialismo democrático, ecologismo, antiespecismo, lucha contra la masculinidad hegemónica a través del feminismo, etc. Pero sobre todo me he dado cuenta de que la forma o los medios de conseguir tus objetivos políticos es tan crucial cómo los contenidos, y a la vez que me ilusioné con Podemos me convencí fuertemente de que cualquier revolución o reforma debería ser pacífica y democrática, si queríamos distinguirnos de nuestro adversario, y sobre todo, si queríamos respetar un valor fundamental para mí: la igual dignidad de todos los seres sintientes. Ya no podía darle la razón a mi amigo, cuando años después me seguía justificando los gulags, o la revolución violenta. Ambos habíamos cambiado, pero en el fondo compartíamos los mismos valores en el contenido, pero no en los medios. También descubrí el psicoanálisis y su visión pesimista de la naturaleza, de que el amor o Eros, no siempre vence a Tánatos, que hay una tensión irresoluble en el ser humano y por tanto en la sociedad, entre la pulsión de vida y la pulsión de muerte, y las historia revela, con Hegel, que siempre nos hemos movido en una dialéctica amo-esclavo, y que es difícil que esa dialéctica se sintetice. Que es difícil que los revolucionarios esclavos no se conviertan de nuevo en amos. Algo que Lacan ya señalo a los estudiantes del mayo del 68 “solo buscáis un nuevo amo”. 

Desde entonces discutimos mucho siempre desde el respeto y la asertividad, pero vemos el mundo de una forma muy diferente. Hoy mismo, dos días después de las elecciones generales de 23-J, ambos tenemos una visión muy diferente del acontecimiento: para mí una victoria, pequeña, pero una victoria, algo por lo que alegrarse, para él, un flashback de 2008, es decir la gente contenta por la victoria de un partido que para él es un inmovilizador de las luchas en las calles, aparte de un enemigo de clase. Es evidente que el PSOE lleva años sin ser un partido socialdemócrata de verdad, entendiendo aquí por socialdemocracia lo que podía defender en su momento Roxa Luxemburgo o hoy en día Bernie Sanders en America: que la ciudadanía controle democráticamente la economía. Si bien esto es cierto, yo pienso que no es el mismo PSOE previo al 15-M y a Podemos. Le argumento a mi amigo, porque así lo creo, que pienso que la ola democratizadora del propio 15-M, de Podemos, del movimiento feminista, o del movimiento ecologista, han conseguido escorar el eje izquierda-derecha, y el eje progresismo-conservadurismo hacía posiciones que antes eran consideradas imposibles y locamente totalizadoras y comunista, en el contexto de discurso neoliberal y de austeridad que vivimos en los años posteriores a la crisis del 2008. Y así lo pienso, creo que países como España o Portugal ha roto el dogma de que cualquier intervención en el mercado al servicio del bien común, del mayor bienestar de la ciudadanía, acabará quebrando la economía y las finanzas. España ahora es el país que más crece de la UE y lo hace con una política neo-keynesiana, que es lo máximo que la izquierda le puede pedir a la ventana de oportunidades actual, en la que el poder adquisitivo de la gente se ve aumentado mientras que los grandes poderes se ven obligados a pagar más impuestos. No es la comuna de París, y seguimos teniendo una posición muy servir respecto a EEUU y su imperialismo expansivo, que continua a pesar del fin del Trumpismo, pero sí que es algo para estar contento creo yo, pues mucha lucha en las calles y en las instituciones ha costado para llegar hasta aquí. Además de que somos uno de los pocos países que ha logrado que la extrema derecha caiga -bien por abstención, bien por volver al centro derecha- y no entre en gobiernos como por ejemplo el de nuestra vecina Italia. Ahora sí que podemos gritar ¡Viva España! Con orgullo ¿o no? Es cierto que las grandes medidas económicas aún se siguen tomando en instituciones no democráticas, como la comisión europea, el banco central europeo, la reserva federal, el fondo monetario internacional, etc. En eso mi amigo y yo estamos de acuerdo, hasta que no se democratice el total de la economía, incluidas las empresas, hasta que la economía no sea controlada por quien la sufre y vive a diario, no podremos decirnos socialista, comunistas o libertarios. Pero al menos España hoy en día es un poco más social y progresista, ¡y me apetece alegrarme por ello! Igual que creo que hay que alegrarse por el fin del trumpismo, aunque Biden deje mucho que desear, como ya comentábamos antes, frente a lo que podía haber sido un gobierno de Bearnie Sander; igual que la victoria de las izquierdas en Brasil o en Chile, a la espera de lo que pase en Argentina y en Venezuela, si se consigue en esta última romper con el bloqueo democrático de Maduro y darle alas a fuerzas más demócratas dentro del Chavismo, y a la espera de que en Argentina no triunfe del ultra neoliberalismo y conservadurismo de Milei. O también  las revueltas que se están dando en países como Israel o Afganistán. Todo esto es importante porque aunque a la izquierda se le olvide, el fascismo y neoliberalismo tienen mucho poder hoy en día –la propia unión europea se ve amenaza por la ultra derecha antieuropeista- y cualquier victoria contra ellos es una victoria de todos.

Para concluir, la izquierda tiene que recordar que viene de un contexto de derrota, el fracaso del mayo 68, la caída del bloque soviético han dejado a la democracia (neo) liberal y al capitalismo financiero como modelos de gobierno único, además del autoritarismo capitalista de Rusia y China. Hacerse consciente de esto no significa conformarse con poco, pero si darte cuenta de las posibilidades que tienes en el contexto dado. Hay que buscar un nuevo sujeto de emancipación, ya que nadie se reconoce como proletariado, y fijarse en los movimientos transformadores como el Feminismo, el ecologismo, el movimiento queer, la lucha LGTBI, los movimientos por la sanidad pública, analizar las claves de su éxito e invitarlos a ser movimientos más transversales inclusivos que les permitan ser movimientos transformadores del sistema y no meras reclamaciones sectoriales. 

Día 7:

Y, entonces, ¿qué futuro? ¿Saben las cámaras la verdad? Depende, porque no hay palabra para decir la verdad plena, como decía Lacan, y nos movemos en corrientes de saberes simbólicos que intentan apresar lo real –la realidad pura no mediada por el lenguaje que nunca podremos conocer, porque todo nuestro mundo es lingüístico, porque como decía Wittgenstein, “los límites de mi mundo son los límites de mi lenguaje”-, siempre retorna para modificar una determinada realidad  simbólica, es decir lingüística, asumida como dada.

Pero por empezar por algún lado, podríamos decir, como dice Enrique Dussel en Ética de la Liberación en la edad de la globalización y la exclusión que: “nunca la humanidad había presagiado o había podido prever un mundo donde la vida podría extinguirse, y por lo tanto jamás habíamos pensado el futuro como problema ético” Es decir, es la primera generación de seres humanos que se enfrenta a la posibilidad de un fin de su especie.

La pregunta ¿qué futuro? Es una pregunta con muchas aristas y con muchas perspectivas desde las que afrontarla. 

Por ejemplo, desde una perspectiva amplia, criticamente antihumanista y poco esperanzadora, tenemos la propuesta de John N. Gray en su ya clásico libro Perros de paja., en donde con una cuchilla teórica mordaz nos muestra la soberbia que es el humanismo: el considerarnos diferentes de otros animales, y capaces de controlar nuestro destino. El humanismo para él sería un egocentrismo basado en creencias irracionales como que hay algo así como un destino compartido y progresista de la humanidad, siendo la única especie que puede hacer esto, porque por ejemplo las ballenas o delfines no hacen tal elucubración teórica. El ser humano sin embargo sería una especie bastante voraz y depredadora que podría acabar extinguiéndose por sus propios haceres, y que esto no tendría ningún sentido metafísico mayor que el que tuvo la extinción de los dinosaurios. El libro examina también cómo a lo largo de la historia, las ideas sobre la relación entre humanos y animales han cambiado y cómo nuestras creencias han influido en la forma en que tratamos a los animales y al medio ambiente. Gray critica la idea de que los humanos tienen un papel dominante y una autoridad moral sobre otras especies, argumentando que esta visión ha llevado a la explotación y el sufrimiento animal, así como a la degradación del entorno natural. Cuestiona la idea de progreso humano ilimitado y plantea la necesidad de una comprensión más realista de nuestra relación con el mundo natural. Además, el autor sugiere que deberíamos adoptar una perspectiva más humilde y respetuosa hacia otras especies y reconocer la complejidad de nuestras interconexiones en el ecosistema global.

Desde posturas más optimistas aunque realistas a nivel geopolítico, hay gente, entre ellos un viejo amigo con el que conversaba el otro día, un hombre mayor que ha dedicado su vida a la lucha ecologista y que posee una ONG que trabaja en Senegal, que está ilusionada por la posibilidad de un cambio de imperio en el que los BRICS y sus relaciones con los países subdesarrollados tenga el protagonista y pongan por fin a la dinámica beligerante, imperialista de EEUU y sus aliados y conformen una alianza mundial que desde la paz y la colaboración hagan frente a los retos de la humanidad: cambio climático, pobreza o desigualdad. Esta es desde luego una postura optimista, pero obvia que igual que occidente tiene que mejorar mucho en sus maneras de relacionarse con los países subdesarrollados, China o Rusia, si quieren ser referentes a nivel mundial, deberían hacer frente a sus déficits democráticos y de derechos humanos internos. También obviaría la pluralidad de los miembros del imperio EEUU-OTAN y que se pueden producir cambios dentro de la propia UE y de EEUU que provoquen una convivencia pacífica entre las naciones y un contexto propicio para hacer a los retos de su momento. En este sentido Zizek dijo hace poco que él cree que debemos fomentar más que nunca el antropocentrismo, en el sentido de que si el ser humano ha sido el causante de todos estos problemas, podría ser también la solución de los mismos.

Puede que pasé todo eso, o hasta que se acabe el capitalismo en contra de lo que Jameson o Zizek dirían, podría dar infinitas visiones de futuro, tantas como pensadores y pensadoras hay en el mundo, pero no creo que esa sea mi misión. Como se ha ido viendo a lo largo de toda la columna me gusta dar mi opinión desde la posición en la que yo habito este mundo. Y lo que yo veo es que en general, al menos en mí y en mi entorno, hay una falta total de ilusión, de un relato compartido acerca de lo que estamos viviendo, y dudo sinceramente que eso se vuelva a dar. Desde la secularización de los relatos religiosos, y desde el existencialismo y el nihilismo, es difícil volver a creer que podamos formar una comunidad,  una esfera -en términos de Peter Sloterdijk- de sentido que nos una y nos saque de este individualismo y soledad que vivimos. Habitamos en una Soledad:Común en términos de Jorge Alemán una soledad compartida por un lenguaje que no termina de enlazarlos. Así que a dos años después de la pandemia, vuelvo a sentir lo mismo: que seguimos confinados en nuestra soledad, y que hay mucho esfuerzo que hacer, y pocas fuerzas, para construir un común que nos vuelva a dar algo de esperanza. Como San Manuel Bueno Mártir, el protagonista de la novela de Unamuno, os pido que creáis por mí, porque yo ya solo dudo de todo: soy un cínico con ambiciones de idealista.