Blog | Historiadora de Arte Contemporáneo

La vigencia de Metrópolis

Confieso mi adoración por  el cine mudo, por aquellos directores convertidos en actores que relataban historias  de carácter moralizante, narradas con ingenuidad y rapidez; cómicas o dramáticas, sabían llegar a la sensibilidad del espectador con tan solo unas cuantas imágenes y frases escritas tipo proverbio, acompañadas de la música que se producía en directo, al compás de la película. Un conjunto de nombres inolvidables: Chaplin, Keaton, Buñuel, Vidor, Griffith, Eisenstein y en Galicia, Pérez Lugín que llevó al cine y dirigió su novela La casa de la Troya, en 1924, son el testimonio vivo del esplendor de esa etapa; a ellos, se suma Fritz Lang y en lo referente a este autor alemán, una obra maestra de ficción de su creación: Metrópolis, film fascinante, en todos los ámbitos posibles, vuelto a ver en estos días, resulta perfectamente asumible para  la mentalidad actual, algo poco o nada frecuente, si consideramos que fue estrenado en 1927. 

En Metrópolis, uno de los mejores ejemplos de la cinematografía expresionista, su autor se basa en el guion e ideas de Thea von Harbou, para inventar un ensayo social de anticipación, sustentado en la existencia de una ciudad-estado dividida en dos: la primera, situada en la superficie, habitada por las clases dirigentes y las mentes pensantes, que deciden el destino de los seres que malviven en la segunda, emplazada en el subsuelo, donde se encuentra el siniestro núcleo industrial que suministra de recursos a los privilegiados ciudadanos del exterior; la vida en esas catacumbas se desarrolla en unas condiciones inhumanas; atados al reloj, a la máquina, los obreros son indispensables para el mantenimiento y nivel de las elites del estamento superior. 

La imaginaria metrópoli, diseñada cuidadosamente para el goce y disfrute de sus dueños, de modernos  rascacielos e interiores art decó, cruzada por autopistas y calles rutilantes, tupidas de tráfico, cuenta con una Nueva Torre de Babel, que alberga a los gélidos hombres vestidos de negro, que rodean a Frederer, el presidente-amo de la ciudad, quien determina con sus acciones, la vida de unos seres sin horizonte condenados a la tenebrosidad de la ciudad-máquina.

Ciertamente, el film de variadas interpretaciones y narrado en clave de simbologías, religiosa, política  y artística, ha sido objeto de inspiración para generaciones de artistas y cineastas; el mismo Lang se apoya y obtiene referencias del futurismo de Marinetti y Boccioni, del surrealismo y de la sociedad moderna e industrial de aquel tiempo que ya anunciaba la supremacía de la técnica. Y se sustenta en la existencia de las dos sociedades, opuestas e irreconciliables, en el poder, en el dominio de una parte sobre la otra, aunque también el idealismo y la justicia, tienen cabida. Sin entrar ahora en profundidades en torno al guión, los personajes principales, la originalidad de la escenografía, la iluminación, los efectos especiales, música y coreografía,  junto a la expresividad de los rostros maquillados, conforman la obra que en su augurio sitúa a la ciudad- estado, en un hipotético futuro, entonces, lejano e incierto: el siglo XXI, año 2026. 

Es innegable, la capacidad de fabulación de sus autores y ésta se proyecta a través del tiempo, resultando posible, ahora, el quimérico mensaje; la sociedad que anunciaba Metrópolis es de una inquietante contemporaneidad y hasta proximidad, al acercamos peligrosamente, a la fecha señalada en el film. Y aunque con frecuencia, la realidad supera a la fantasía, todavía quedan motivos para la esperanza; en aquel mundo robotizado y disparatado, en el que estallan los conflictos, la lucha de clases, los protagonistas de la historia, María y Freder, con su determinación y mediación, abren  una ventana a la confianza, triunfando  finalmente la razón y la reconciliación.