Blog | Están locos estos humanos

Sinsentido consentido

Siempre me he mostrado detractor de quienes se proclaman abanderados de las causas sociales. El desprecio surge instintivamente en mí ante esos paladines de la solidaridad y la justicia, que lo único que quieren defender es el exponencialmente creciente pedestal que sostiene su nivel de vida (y proporcional desconexión de la realidad); no se les conoce más destreza que la de rodearse de simios aulladores que no eclipsen el culto a su personalidad, y ni siquiera ocultan su absoluta carencia de esfuerzo, valía o virtud. 

Pero me irritan más aún las masas. Los movimientos que desarrollamos frente a la opresión social adoptan (o permiten que se erijan sin ser derrocados) liderazgos basados en el adocenamiento iletrado de posturas extremistas que dividen en bandos, con el caos de una revolución siempre en potencia como ariete y el gatopardismo por bandera. Sí… sí, el mundo es una mierda. Un mundo conquistado con más estrategia que planificación; una especie fundamentalmente desarrollada con el egoísmo por orden y la fuerza por ley; una sociedad que se ha modernizado con el utilitarismo como consenso, el capitalismo como aspiración y el miedo como su mejor arma. Por cada paso adelante, damos dos para atrás, pero “tenemos que reeducarnos para comprender que el poder y los privilegios se pueden usar para servir y construir” (T.Burke).

Y es que uno piensa que la confrontación y el adoctrinamiento ya están superados; que el retraso y la ignorancia son feudo de minorías radicales; que la demagogia claudicará frente a un nuevo modelo social, que no se debería alcanzar mediante leyes, sino desde la educación. Uno cree que todis y todus podemos desterrar el lastre de etiquetas y roles, y naturalizar la variedad; que el blacklivesmatter, el mequeer o el metoo tienen su momento, como reivindicación, como alerta, pero que sobran manifiestos y nos faltan soluciones, como recuperar activamente la política antes que aceptar un “mal menor”; que es contraproducente animar a llegar a casa solo y ebrio porque no aporta valor (y fácil que sí un robo, que no sería culpa tuya, pero sí tu responsabilidad). Uno entiende, en definitiva, que precisamos más autocrítica para que el sexo deje de sostener a las relaciones, el racismo a las culturas y la indiferencia a las democracias. Sin embargo, unos aplausos “con pretexto” (aunque negado cinco veces) provocaron en mí una catarsis tarsiana que, cegándome, me permitió, como a Saulo, entrever un punto de vista al que creo que nunca hubiera accedido más que a través de la absoluta incomprensión que me invadió. No les engañaré, no ha habido conversión, mas me confieso equivocado.

No es hasta caerte del caballo que descubres que todo es tan (inserte descalificativo aquí) como dicen. No es hasta que se rompe la cuarta pared que puedes comprender cuan arrolladora puede ser la bola de des-cerebrados, que “jamás aplaudirán nada machista” (en futuro, y salvo que vuelva a haber 150 más que digan que la carpeta es negra, muy negra), pero no comprenden que, más que los actos (que acaso sí se puedan justificar, si tienes TDE) o el contexto (que sólo se comprende para alguien disociado de la realidad -ambos componentes, por cierto, los aúna el narcisismo-), es la oferta lo que no debiera, nunca, de tener cabida en la modernidad, porque nadie (acaso tu pareja, pero no tus hijas) tiene que soportar que, en tu euforia, le pidas “un piquito”. Aplaudid, aplaudid, malditos!