Derecho de paso

Cuatro violetas en Massachusetts

En la mayoría de los casos la obra de los autores llega como una afortunada casualidad a cruzarse con mi rutina. A partir de ahí, algunos constituyen una suerte de doble piel que respira, crece y se desarrolla con la propia vida. La profundidad del hallazgo obliga en ocasiones a indagar en su biografía. Otras veces , es la propia biografía, alejada de los cánones , la que obliga a mirar con detenimiento su obra. En el caso de Emily Dickinson (Amherst, Massachusetts 1830- Amherst Mayo de 1886)  tuvo que ser un octubre casual, parecido a este, el que me pusiera de frente su poesía precisa, misteriosa y desprovista de ornamentos retóricos en la antecámara de una vida singular. Emily nació en el seno de una familia acomodada en los albores de una Guerra de Secesión donde Norteamérica convulsionaba entre una sociedad de clase media- alta de estricta religiosidad. Recibió una educación esmerada con una inclinación hacia la botánica, las constelaciones y las estrellas, desechando pronto las aspiraciones familiares hacia una vida de misiones. Sin embargo, su religiosidad, su profunda espiritualidad , el diálogo simple y directo con un ser Supremo forman una columna vertebradora en sus poemas. En el colegio Emily destacó también por su rica imaginación, sus biógrafos cuentan que en el recreo a menudo estaba rodeada de niñas ansiosas de conocer sus extraños relatos. Emily  primero limitó sus salidas al pueblo, permaneciendo en el jardín. Tras varios años vestía sólo de blanco y las visitas se limitaban a escuchar su voz desde los pies de la escalera sin verla. Encontró en la soledad de su cuarto los límites de la felicidad. En la poesía su instrumento para eludir la presencia de la muerte. Falleció  a los 55 años y una de las grandes poetas de Norteamérica en vida apenas publicó una docena de poemas. Hizo prometer a su hermana que quemaría sus más de 1800 poemas pulcramente guardados en libretas apilados en baúles a su muerte. Su hermana menor cumplió en parte su promesa de no publicar nada en vida pero decidió que el talento de Emily no podía ser pasto de las llamas y se convirtió en la primera compiladora de la poeta lírica más notable de Estados Unidos. En su entierro le pusieron unas violetas dentro de su ataúd y el coronel Higgison declamó el poema de Emily BrÖnte “ No coward soul is mine” que tanto gustaba a la poeta y que recitaba a su hermana Vinnie antes de dormir. 

“There is not a room for death/not atom that his might could art being and breathe/ and what thou art may never be destroyed”

La poeta Emily no tuvo en vida reconocimiento ni publicaciones. Tampoco los necesitaba. Su genio guardaba la inmensidad de su grandeza tras una cortina de encaje blanco en una casa clavada en medio de un octubre infinito en Massachusetts.